11/05/24. “¿Y paˈ cuando los niños?” Le preguntan a ella, de manera insistente, familiares y amigos, a ella, una joven cercana a los veinte que ha postergado la maternidad, y por tal motivo contrasta con la mayoría de las mujeres de su comunidad. Ella es una de las pocas que no se ha casado ni vive con ningún hombre. Ha decidido, en cambio, seguir sus estudios universitarios y seguir trabajando. La mayoría de las muchachas con las que estudió el bachillerato ya tienen varios hijos, algunos de ellos criados por sus abuelas maternas hasta que puedan inscribirlos en un centro educativo, para lo cual las mismas abuelas empiezan a tramitar un cupo desde que se enteran de que su hija les dará otro nieto o nieta, “si es varón mejor”, sostiene una de ellas…
Según los entendidos, nuestra sociedad como el resto de América Latina y las sociedades del Mediterráneo, son “matricentradas”, es decir, la organización social gira en torno al “poder” que ejerce la madre, especialmente afectivo, a lo interno de las familias. Quizás por eso, la celebración del “Día de la Madre” suele ser incluso tan importante o más que recibir el Año Nuevo. Y es que el mito de la mujer madre es un culto muy fuerte que nos remite a los primeros tiempos de la humanidad: asociado a la fertilidad de la tierra, la mujer que no es madre es condenada como parte, no tan paradójica, del orden social patriarcal desde donde se instaura y fortalece, al punto que realzar la figura de la mujer madre desde allí, es reconocer el potencial de la trascendencia, como si la mujer y la especie humana desde ella no pudiese trascender de ninguna otra forma.
El mito de la mujer madre además, recrea y dinamiza, en nuestra sociedad capitalista, la industria del consumo, aprovechado por las grandes cadenas comerciales para promocionar y vender aquellos productos de los quehaceres domésticos que le han sido clavados a las “amas de casa”, es decir, a esas mismas mujeres madres que se convierten en esclavas de la reproducción hegemónica de la desigualdad. Así, el Día de la Madre, las ofertas “para mamá en su día”, suelen ser las de licuadoras, lavadoras, secadoras, aspiradoras, cocinas, planchas de ropa y similares, que refuerzan la dominación, como tareas propias de la mujer madre, donde el hombre y consecuentemente, el hombre-padre está, en la mayoría de los casos, ausente.
Son las mujeres quienes realizan la mayoría, cuando no todos, los trabajos domésticos: cocinan, limpian la casa, lavan la ropa, crían, salen al mercado de trabajo para mantener a los hijos, son, en la mayoría de los casos, las abuelas maternas que se quedan en casa ocupándose de sus nietos…
Son las mujeres, sean madres o no, quienes protagonizan en primera línea las labores de inculturación, es decir, de transmisión de los patrones y valores culturales hacia las niñas y niños. Y es en ellas donde recaen las más diversas formas de explotación simbólica y corporal por ser “lo que la naturaleza les dio” un cuerpo que, en teoría, ha nacido para atraer al hombre y traer otro cuerpo al mundo, para gestarlo, como si el hombre no tuviera arte y ni parte en tal tarea y, volvamos a decirlo, como si ser madre es la única condición que realiza a la mujer.
Dejemos pues la hipocresía, y celebremos a las mujeres como son, pues son ellas, las que independientemente de que sean madres o no, nos siguen demostrando con su ejemplo que no se trata ni de un ocho de marzo ni un segundo domingo de mayo, sino de todos los días para respetarlas y amarlas como son, como han decidido ser, porque desde allí, por mucho que nos cueste aceptarlo, es que nos hacen amarlas.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ