Para Juan Sánchez Peláez y Malena
20/07/23.- No todos los domingos son iguales; así como tampoco la cara de mi hermano, con el que he vivido casi toda mi vida, vuelve a ser exactamente la misma que he tenido delante hace un instante antes de pestañear. Existe, sí, una melodía repetitiva que se comporta siempre de la misma manera y que me permite decir todo domingo es plano, por ejemplo, o bien, la cara de mi hermano es un párrafo poco extenso, con dos o tres errores visibles. Pero si presto la debida atención, puedo reconocer en esa cara, que está allí delante, mostrándose ahora en una visión enteramente real y detallista; tanto como puede ser una imitación labrada escrupulosamente, un sinnúmero de pequeñas diferencias que al mismo tiempo están y no están en el lugar donde hace un instante las descubrimos; porque esa pieza familiar, esa cara que por momentos se asemeja a mi propia vida aunque sea de manera torpe, falsamente contada entra y sale continuamente de la línea de foco; y en esa pulsación imperceptible que solo existe para mí, una raya se implanta encima de la piel, un borde de la nariz se transparenta, un añadido inesperado sobresale de un pómulo como si otra cara más pequeña me sacara la lengua desde allí, y de pronto cierta profundidad que se acrecienta en los relieves, la aparición de un rictus que se llena de propiedades puede cambiar todo el sentido que hasta entonces había atribuido a esa vida. Todo eso puede ocurrir en un segundo; pero será solo una vez, eso sí. Lo que viene después, la segunda mirada, con frecuencia risa, la cara ha vuelto a ser más o menos la misma de siempre, es verdad, pero está cubierta por un baño de comunidad involuntaria.
Pues bien, me he dado cuenta de que este domingo ha comenzado a marchar anticipadamente con respecto a mí está mañana. Ahora mismo vamos andando un poco a contratiempo. Nos ajustamos completamente. Los bordes de mis pensamientos más simples no coinciden en ningún momento con los contornos exteriores, y esto me hace sentir estrábico y desacompasado.
Por eso, el vaso que levanto en la mesa de un bar sólo me ha acompañado a medias. Un escalón viene a mi encuentro un segundo antes de que lleve mi pie hacia él.
Entre las realidades exteriores y mis propias acciones existe una distancia irrellenable que me impide saber cuál de nosotros (ellas o yo) tiene el parecido posible con la verdad.
Un domingo así concluye por fuerza en el fracaso; tanto que en este momento pienso en mí mismo con tristeza, y empiezo a comprender que de una manera tal vez irreparable ha servido de muy poco en una vida como esta que pasa, cuyo tiempo pasado es mi presente.
De Hace mal tiempo afuera (1986).
El autor
Salvador Garmendia Graterón
(Barquisimeto, 1928 - Caracas, 2001)
Escritor y periodista venezolano considerado el mejor representante de la novela urbana en su país. La publicación de Los pequeños seres (1959), Los habitantes (1961) y Día de ceniza (1963) supuso la aparición en la narrativa venezolana de la temática de la alienación de los habitantes de las ciudades, ya iniciada por Guillermo Meneses, pero explorada en estas novelas con plena conciencia de que el mundo rural había sido destrozado irremediablemente. En este sentido, su obra puede ser vista como una empresa de demolición de los anteriores esquemas de la narrativa venezolana. Recibió importantes reconocimientos tales como el Premio Nacional de Literatura (1973), el Premio Juan Rulfo (México, 1973) y Dos Océanos (Francia, 1992).
ILUSTRACIÓN: MAIGUALIDA ESPINOZA COTTY