26/07/23. Los fantasmas de los sótanos ya no asustan prácticamente a nadie. Quién sabe si eso los desacredita, pero para una institución casi bicentenaria debe ser una herida en el orgullo.
Por 190 años, desde su fundación y primer asentamiento en el edificio del antiguo convento de San Francisco, la Biblioteca Nacional de Venezuela ha debido arrastrar como un fardo envuelto en celofán sus textos incunables y sus ectoplasmas, resistiendo las batallas de la modernidad hasta ese laberinto del minotauro llamado Internet.
¿Cómo hace para espantar con su sola presencia el uniforme de gala intacto de Pedro Emilio Coll, autor de El diente roto, que reposa sobre una estantería de la colección de rarezas de la biblioteca, si la Inteligencia Artificial (IA) es capaz ya de reconstruir al instante el cuento y la imagen de su autor por delivery virtual y en fracciones de segundo? Entre los pasillos del edificio se rumora que los que han osado extraer de su caja y lucir ese traje en ratos de ocio, han perdido la vida en extrañas circunstancias. Quien escribe, una semana después de verlo sin aprehensión durante una visita guiada, perdió un diente tras el impulso inexplicable de un estornudo.
El 13 de julio de 1833, durante el gobierno de José Antonio Páez, se promulga finalmente el decreto de creación de la Biblioteca Nacional.
Incunables y espectrales
Un ejemplar de la Biblia del oso de 1569, impreso en papel de algodón; un manual de exorcismos desvencijado de 1783, que nadie se atreve a tocar por pura superstición; un texto en latín impreso en pergaminos que data de 1439; la primera Biblia en castellano que se remonta a 1569 y fue estampada en la mismísima imprenta de Gutenberg; el libro más pequeño del mundo, con el Padre Nuestro en siete idiomas que sólo se puede leer con lupa; una piedra cuneiforme de casi cinco mil años donada por el sabio Arturo Úslar Pietri; el primer libro impreso en Venezuela, de 1810, con la imprenta que trajo en el Leander el propio Francisco de Miranda; la segunda edición del Quijote de 1617; monedas de plata y bronce como el modelo del grabador francés Albert Désiré Barre que impuso el busto del Libertador; valijas diplomáticas de la colonia; son sólo algunas de las maravillas que resguarda entre sus escondrijos espectrales la inmensa infraestructura anclada en el llamado Foro Libertador, al final de la avenida Panteón, norte de la parroquia Altagracia.
“No son puros libros viejos, es información en todos sus formatos” esgrime Yelson Martínez, un divertido funcionario con treinta y cuatro años de experiencia que mientras nos ofrecía una descripción pormenorizada de las colecciones, se quejaba del tránsito inoportuno de un cálculo renal que bajaba irradiando malestar a través de su bajo vientre. “Los libros hay que defenderlos hasta con la vida” decía y comprimía sus ojos por efectos del dolor nefrítico, antes de internarnos en los callejones sombríos de la colección Pedro Manuel Arcaya, con 145 mil volúmenes distribuidos en la Sala de Libros Raros y Manuscritos del edificio de ochenta mil metros cuadrados.
Libertad, identidad y soberanía
Se dice que la historia de la Biblioteca Nacional está relacionada, desde sus inicios, con las ideas de libertad, independencia, identidad y soberanía del país. En 1810 comienza a divulgarse en Caracas una hoja suelta que se le atribuye a uno de los propulsores de la independencia, el prócer Juan Germán Roscio, donde se expresa la idea de crear una biblioteca que tendría como objeto la propagación de las ideas de la ilustración y que ello le diera sustentación al movimiento patriótico del 19 de abril. Simón Bolívar, el 4 de junio de 1814, dio instrucciones para la conformación de una biblioteca pública en Caracas, iniciativa que sufrió los infortunios de la Guerra de Independencia.
“No son puros libros viejos, es información en todos sus formatos”
El 13 de julio de 1833, durante el gobierno de José Antonio Páez, se promulga finalmente el decreto de creación de la Biblioteca Nacional. Por lo tanto, es la institución cultural más antigua del país y hoy tiene alcance nacional bajo la figura de Instituto Autónomo Biblioteca Nacional y de Servicios de Bibliotecas de Venezuela.
Durante los actos conmemorativos de su 190 aniversario, se otorgaron reconocimientos a sus trabajadores más longevos, como Eleazar Cárdenas, con cuarenta años detrás del mostrador de la hemeroteca desde que estaba ubicada en un local cercano al Nuevo Circo de Caracas, bulevar Vargas de la avenida Bolívar. Fue el primero en atender la primera búsqueda del primer usuario que solicitó un periódico en la nueva sede del Foro Libertador, cuando inició sus funciones el 11 de diciembre de 1988. No por casualidad, la consulta inaugural la hizo un estudiante de historia.
Ratones de biblioteca
Con Cárdenas volvemos a las catacumbas, oscuras y solitarias, para recordar la vaguada de diciembre de 1999 y el casi desconocido sótano 4, algo así como uno de los nueve círculos del infierno (quizás el limbo), que en aquella ocasión permaneció varios días ahogado bajo varios metros de profundidad con las aguas desbordadas de la quebrada Catuche.
En los pisos superiores, pasadizos con múltiples desenlaces desembocan en los almacenes de diarios, revistas, folletos, que en el área de servicios generales consultan los usuarios al tacto y por microfilm, en esas eternas pesquisas de ratón de biblioteca que hacen los caraqueños más curiosos, instigados por los afanes de la memoria. Estudiantes e investigadores buscan de todo, principalmente lo que no muestra y hasta oculta la web. Es quizás uno de los servicios más concurridos, por donde ha desfilado la intelectualidad y la farándula, desde Earle Herrera hasta Franklin Virgüez, quienes han sido atendidos con igual cortesía por Cárdenas y compañía.
Es el caso de Yajaira Hernández, profesora de Demografía histórica en la Universidad Central de Venezuela y funcionaria de la biblioteca, quien se mantiene acopiando los documentos más lejanos sobre la propiedad de la Guayana Esequiba como parte de la comisión presidencial que investiga las pruebas que certifiquen, fuera de dudas, la usurpación de Inglaterra. Junto a ella Gastone Vinsi, un paleógrafo y traductor reconocido como uno de los más importantes del país, haciendo las pesquisas que ya se pasearon por el gobierno de Ignacio Andrade y en este momento se concentran en el período de Antonio Guzmán Blanco, con miras a sostener los argumentos a favor de Venezuela. “Aquí estamos desde las siete y algo hasta la una y pico o dos, hasta que nos sacan”.
Memorias del tiempo
A quien no sacan -tampoco se quiere ir- es a Isabel Suárez, una mística funcionaria que lleva casi treinta y cinco años ocupando diversos cargos en Biblioteca Nacional, desde las más básicas funciones hasta el máximo nivel como la dirección del Archivo Audiovisual, donde hoy resguarda con celo de asceta las colecciones de películas, partituras y manuscritos coloniales, carteles, discos (solo en LP’s hay cerca detreinta y tres mil), etcétera, que ingresan por la vía del Depósito Legal, incluyendo la colección Amábilis Cordero, la reciente donación de más de mil doscientas obras originales del gran maestro Francisco Rodrigo Arto y la unificación con los archivos de la Fundación Vicente Emilio Sojo.
Una recopilación hermética y fascinante que ha encontrado gran visibilidad gracias al empeño del proyecto Memorias del tiempo en la voz de sus protagonistas que por muchísimos años ha recogido un singular patrimonio de la imagen y la palabra a partir del testimonio de los personajes públicos más referenciales del país, que ya constituye un patrimonio documental en sí mismo, merecedor de mayor atención y reconocimiento.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
FOTOGRAFÍAS MICHAEL MATA • @realmonto