28/07/2023. Todo comienza con un dolor hondo en el estómago. Es un malestar pendular, que va y viene en tumbos atropellados. Le sigue un desvanecimiento completo de piernas, frío glacial entre los muslos y un estado general de torpeza que te congela los brazos, te enreda los dedos y deja tu lengua trabada sobre el pastizal seco en que se te convierte la boca. No salivas. Los ojos se te nublan por una cortina plomiza que te impide mirar con seguridad, el sudor aumenta y una repentina ceguera se suma a la sensación general de ahogo.
Los pensamientos te traicionan: la imaginas en tus brazos, acariciada con pasión, postrada ante tus pulsiones vitales, embadurnada entre el cuello y la oreja de una sola lambida. Su mirada perdida, levitando por el deseo. A la vez la sientes distante, incómoda, suplicando con su mutismo intransigente que desaparezcas. “Qué idiota” piensas de tí. “¿Le hablo?” te preguntas. “¿Me lanzo?” agregas. “Veo dos opciones: si le digo algo se arrecha y ni me voltea a ver, lo cual me hundiría hasta las catacumbas, o me responde sólo por amabilidad, como para pasar triunfal el rato amargo, lo cual me postraría también ante un castigo cruel”
“¿Qué hago?”. Transpiras a raudales. Buscas entretener la vista, pero no logras evitar posarte de nuevo sobre sus tetas, sobre su cabello de medusa delirante, retorcido como un volcán en erupción. Sus caderas de fantasía, su piel de barniz cobrizo, y los lentes culo e' botella de lectora del Chino Valera que casi te infartan. Pero nada sería lo mismo sin ese extraordinario trasero de bestia voluptuosa, monumento al trópico, que cincela en su conjunto una forma de belleza arrebatada y brutal que suele dejarte sin aliento.
“Si le caigo, seguro me confronta” concluyes apresurado. “Pero ¿Y si coopera?” es la misma maldita pregunta que siempre te ha dejado amores en el tintero, pasiones desveladas en la pura intuición, relaciones cortas o largas sin siquiera empezar.
“Voy pa' esa” te dices acopiando una fuerza milagrosa que te hace mover un pie.
Te arde la cara, sientes llamear el deseo, el sudor empapa tus manos y ya te sabes desnudo e imbécil, sin capacidad ni para articular media frase que te pueda servir de plataforma para hablarle, ni para decirle algo gracioso y menos aún, para enamorarla.
“¡Dios mío!” exclamas sin creer ni en dioses ni en diablos. Ella sigue equidistante desde el silencio de su automatismo. Sabes que podría ser ella, “la maga”, la que te salve del destierro del onanismo, la que te llene de carne y coitos en esa fragua amatoria de la existencia que como siempre, se te escurre.
Nos consuela Misael Salazar Léidenz cuando habla en su Geografía erótica de Venezuela, de la “permanente timidez que padecen los caraqueños”, obligados a consumir menjurjes como la yohimbina, los fosfatos vitaminados, el yoduro, mentol chino, ginseng, el KH3, la vitamina E y muchas otras panaceas de la sexualidad y la seguridad, desde muy chamos.
¡Ni que me tome lo que me tome! En ese trance de transpirar frente a la posibilidad del escarceo sexual, temblequear en la sola presencia de ese luminoso objeto del deseo, hemos dejado un sinfín de suspiros y la absurda nostalgia -como advirtió el gran Sabina- de añorar lo que nunca jamás sucedió.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta