Si con dar un solo golpe se atajaran las consecuencias
y el éxito fuera seguro…, yo me lanzaría de cabeza desde
el escollo de la duda al mar de una existencia nueva.
Macbeth
17/08/23. Tal vez no lo crea, pero en algunos países existen reyes de verdad. Esto no deja de asombrar porque si existen reyes, también existen (algo más increíble todavía) súbditos. Insisto: no es un invento de este artículo.
Los tipos -y para no engendrar líos de género, también las tipas, es decir las reinas- usan coronas, como en los cuentos de hadas, las películas cursis y las crónicas de genocidios de hoy y de tiempos en los que la existencia de esos señores y señoras era normal.
Ahora bien, desde las primeras piezas teatrales que se escribieron, cuando aparece algún espécimen de estos con corona y poder desmedido y perpetuo, se da por sentado que tales personajes no son de verdad, no son los de carne y hueso que ejercen sus caprichos y actúan según sus intereses fuera del espacio teatral. Son metáforas, seres de ficción que permiten reflexionar sobre el poder, criticar la falta de ética, los abusos, la ceguera de los gobernantes. Metáforas que muestran cómo los objetivos sagrados que los lleva al trono son ignorados o se diluyen en el esfuerzo por lograr esos objetivos, y apenas les queda el poder. Una paradoja insalvable que convierte toda una épica en humo y sonoras palabras vacías.
Los personajes de corona también sirven para poner ejemplos de lo que somos los seres comunes y corrientes. Es decir, para poner bajo la lupa la traición, la ambición, la estupidez, la falta de brújula, la arbitrariedad, la vergüenza, el desdecirse y todas esas catástrofes que vienen adosadas en el equipaje humano.
Es verdad que en la ficción también hay reyes buenos - ¡Claro es ficción! -. Estos también sirven de ejemplo para poner en la lupa a los gobernantes y a nuestras propias existencias. Reyes que simbolizan un sueño de ecuanimidad y legitimidad, que sirven para que veamos lo frágil que es la arquitectura de la justicia, la honestidad y la libertad.
Todas las piezas, hasta las que tratan sobre los reyes más abyectos, están inclinadas a soñar con una estructura del bien que termina de reponerse a pesar de que existan los reyes. Sin embargo, no en toda historia sobre estos personajes se sueña de la misma manera. En Macbeth, de W. Shakespeare, por ejemplo, es la pesadilla y el insomnio lo que marca el devenir trágico de los personajes. En Ubú Rey, de Alfred Jarry, se muestra una pesadilla que se inscribe como un continuo acontecer, en donde el despertar no significa nada; aunque se cambie de espacio y de tiempo siempre habrá un Ubú dispuesto a todo y un idiota dispuesto a ser su súbdito.
POR RODOLFO PORRAS • porras.rodolfo@gmail.com
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ • (0424)-2826098