13/12/23. Cuando me propuse a escribir este diálogo conmigo misma, recordé el episodio 10 de la temporada 1 de la popular serie estadounidense Friends. Cuando los seis amigos: Rachel, Ross, Chandler, Joey, Phoebe y Mónica, quienes estaban todos solteros, pactaron no tener una cita o “un amor” para Nochevieja. En el transcurso de la semana antes de ese 31 de diciembre, estos personajes comenzaron a sentirse solos y con la necesidad de tener a alguien a quien besar cuando sonaran las doce campanadas, que anuncian la llegada del año nuevo.
Finalmente, todos rompen el pacto y Ross es el único que reinventa el amor y consigue de compañía a Marcel, un mono de laboratorio que se convirtió en su compañía para esa noche. No obstante, el episodio termina con los seis amigos juntos, sin parejas, y divirtiéndose con las locuras de Chandler.
Nos han metido la idea de que tener “un amor” en Navidad es una necesidad. Una vaina así que la gente entra como en desesperanza, melancolía, hasta llega a sentirse fracasada porque si no tienen ese último polvo antes del pito, se quedarán a vestir santos y santas el próximo año.
Venden la Navidad como una temporada para estar con la media naranja, bajo la luz de la luna o con las luces del arbolito detrás, tomando vino, cerveza, cocuy o ron, comiendo hallacas o metiéndole uvas a la otra persona en la boca. La típica escena hollywoodense. Si no es así “no me siento completo o completa”, como si la madre los parió en pedazos.
Yo sé que el amor de pareja es cálido, pero tampoco debería ser una necesidad de temporada, así como comernos un dulce de lechosa, pues. Porque, además, se puede estar con un amor por pura dependencia, y resulta que este es tóxico como el mercurio.
El amor de la pareja debe ser comprometido, respetuoso, recíproco, comprensivo, de aceptación, equilibrado, con resoluciones mutuas, aunque con sus altibajos. Y en Navidad, ese compañero o compañera, está ahí como otra persona más, brindando amor, como brinda cervezas.
La familia tóxica
Otro tipo de amor que se empeñan muchos en buscar hasta debajo de las piedras en Navidad, es el de esa familia que se ha convertido en una sustancia nociva para la felicidad. Entonces, la más nostálgica o el más nostálgico, planifica la cena navideña. Vos lleváis la ensalada, vos el pan, y vos mijito, será que lleváis unos cambures.
El día de la verdad, todos están con caras de cañón, esperando al Niño Jesús, porque fulano no llevó los cambures. Casi siempre, esas reuniones terminan en un pleito porque este dijo, que si “anda a…”, y se sacan todos los trapos sucios. ¿¡Qué es eso!?
¿Dejaste de pasar la Navidad con esos amigos, vecinos, que se convirtieron en tu familia porque la nostalgia te pegó duro? Ahí es donde quiero llegar. Es posible reinventar el amor y conseguir ese refugio, ese abrazo, esa calidez en otras personas, pese a que a estas no les corra tu sangre por las venas, o no lleven tu apellido.
El amor es una palabra infinita que no tiene fronteras, ni apellido, ni tipo de sangre, ni color, ni religión, nada de eso. También existe el amor propio: Sentirnos, abrazarnos, reconocernos, mirarnos, amarnos. Ese amor propio nos blinda contra esa dependencia que reverbera en fechas como la Navidad.
POR SARAH ESPINOZA • @sarah.spnz
ILUTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta