29/12/23. Incienso, mirra y estoraque, para el 24, en la noche, es muy bueno, me dice ella, a quien le compro incienso en la víspera. Cóbrese, muchas gracias, le entrego una tarjeta que espero pase, listo, ah, muchas gracias, gracias a ti mi bello, Dios te bendiga, amén, bendiciones para usted también, repito una frase que no me canso de escuchar cuando voy en la camionetica. La voz sale de un joven, quizás la mitad de mis años, vende caramelos, ahora es chocolate, va rotando la mercancía pero mantiene su fe.
Me pregunto, ¿qué la mantiene? Recuerdo antiguas liturgias, lo que hacemos los creyentes para fijarnos al tiempo y hacer, de alguna manera, que este no nos arrastre al vacío. Esos son los rituales, me digo viendo por la ventana a un viejito que se persigna al doblar la esquina, como si estuviera entrando al templo. Sí, algunos lo hacen también al salir de casa o al pasar frente a la iglesia. Otros gestos, otros objetos sagrados pueblan la, al parecer, inevitable iridiscencia de estas fechas.
Dorado, mucho, junto al rojo y al verde, pintar la casa, limpiarla, despojarla de todas las posibles energías, digamos desbloquearla, quemar incienso.
¿Y ustedes cuándo van a hacer el nacimiento? Escucho a una niña preguntarle a otra mientras hago la cola para regresar a casa a un costado de un puestico donde venden musgo, ovejas, bueyes, ángeles, Marías, Josés, Niños Jesús… no sé, mi mamá dice que cuando lo diga mi abuela, creo que el domingo. Lo hacen tarde, responde la que pregunta, nosotros ya lo hicimos.
Hacer el nacimiento, poner el pesebre, me pregunto, ¿es un ritual? Sí, me digo, señala el inicio de un tiempo extraordinario, una ruptura, un quiebre necesario del ritmo desenfrenado que llevamos, sobre todo los que vivimos en esta maravillosa y caótica ciudad. Hacer el nacimiento, para los que todavía mantienen esta tradición, es servirse la esperanza de la redención, dotarse de sentido.
Si debemos usar una terminología, me atrevo a decir que en Venezuela, como seguramente en el resto de los países de Nuestra América, los denominados “ritos paganos” conviven, nutriendo, los propiamente institucionalizados. Tal es el eje por el cual, al menos en el catolicismo popular, gira el sentido de la vida: la comunalidad de creencias que determinan nuestro andar por el mundo, insisto, para quienes profesamos esta adscripción de fe particular.
Pero vamos un poco más allá: no se trata de comprar incienso, pintar, limpiar, montar el nacimiento –no pocas veces junto un arbolito que suele ser un pino nórdico-, ponerse ropa interior amarilla para despedir el año y, en ocasiones, ir a la iglesia a escuchar la palabra, realizarse promesas… Se trata, sí, de, al menos por estas fechas, darnos la oportunidad de reconocer que somos humanos y que no podemos pensarnos sin este religare, esta vinculación con algo que nos trasciende y que, no tan paradójicamente, enaltece nuestro lugar en el mundo. Celebremos estas navidades, dispuestos a enfrentar lo que supone este gran desafío. Y sí, sigamos practicando nuestros rituales, sin cuestionar, por favor, a los que no lo hacen, porque allí también reside nuestra fe, la Navidad que somos.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ