15/02/24. Ludwig Pineda se acaba de ir.
Esto no es un obituario, ni un homenaje. Es más bien la reacción a una sorpresa triste.
Fue un actor que crecía permanentemente en su arte, que respiraba su oficio con contentura. Solemos determinar que lo que se mueve, crece, está vivo, y él siempre estaba moviéndose y creciendo, por eso causa sorpresa esa ausencia, esa quietud. Por eso nos deja un halo de tristeza. El extrañamiento, aquí, no es misterio, el extrañamiento es aflicción. El vacío se va a sentir en todos nuestros escenarios, porque todos eran su casa, todos eran su hábitat natural.
La pregunta que me surge es qué hubiera hecho Ludwig si el teatro, si la actuación no existiese. La imagen que tengo es la de alguien, no sé, un ente hecho de lo teatral. Cuando no estaba en un escenario había en él algo de pez fuera del agua. Muy honesto, muy sencillo, sin poses, pero no del todo cómodo con la cotidianidad. Después de las palabras preliminares de cualquier encuentro, surgía algún comentario sobre la obra que había presenciado la noche anterior, o sobre la actuación, o cualquier cosa que le devolviera el oxígeno, que lo llevara a su espacio. Con toda seguridad mantuvo largas y hondas conversaciones sobre aspectos no teatrales; sin embargo, no es la imagen que alberga mi memoria. Su pareja, un teatrero cabal era parte de ese universo. En los ensayos, en las funciones sí que estaba cómodo, sí que dejaba salir un torrente de pasión, sin necesidad de aspavientos. Era una pasión serena que se desataba en arte. Cuando el silencio lo ocupaba, leyendo un libreto o esperando para salir a escena, era fácil mirar su felicidad en el hacer. De allí que para alguien que el teatro era su vida, puede colegirse que fue un ser humano feliz. Dio su día a día al oficio efímero que le apasionaba, y el oficio tejió una textura sólida, hecha de alegrías, emociones, sustos, descubrimientos, imágenes que se traducen en una vida que merece ser vivida.
La arquitectura espiritual del teatro es una urdimbre de momentos imperecederos y situaciones efímeras. Urdimbre que se cimenta con la gente que convierte el hacer teatro en vida diaria. Es esa cualidad la que lo convierte en un arte que no puede desaparecer. Y así como nos preguntamos qué hubiese hecho Ludwig sin el teatro, ahora es pertinente preguntarse qué va a hacer el teatro, nuestro teatro, sin Ludwig. Seguramente echará mano de su aliento imperecedero para seguir adelante.
POR RODOLFO PORRAS • porras.rodolfo@gmail.com
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ • (0424)-2826098