15/02/24. Oswaldo Guillén ha sido durante toda su vida de pelotero y mánager un tipo contracultural. Nunca ha encajado en los cánones establecidos. Sus condiciones para jugar al beisbol no eran extraordinarias. Era tan flaquito, que el legendario Musiú Lacavalerie lo bautizó jocosamente como huesito de pollo. Y no era mucho lo que se podía esperar de un cuerpo sin la fortaleza necesaria para dar batazos, como se empezaba a exigir en el nuevo beisbol de los peloteros hipermusculados a punta de esteroides.
Pero si su bate no estaba hecho para los grandes tablazos, su cuerpo de espagueti y gran inteligencia para entender el juego, le dieron las herramientas para convertirse en uno de los mejores campocortos de la historia de nuestro beisbol y uno de los mejores de su época en las Grandes Ligas, al punto de obtener el premio de Novato el Año en su primera temporada de 1985. No tenía las manos de Gustavo Polidor o Argenis Salazar ni el potente brazo de Alfredo Pedrique, sus tres más férreos rivales en las paradas cortas de los Tiburones de La Guaira, pero Guillén le llegaba a todas las pelotas con su velocidad y esa innata capacidad para intuir por dónde saldría el batazo.
Tampoco contaba con un bate poderoso, pero aprendió de Pompeyo Davalillo, uno de sus mentores en el beisbol, el arte de regar el diamante con conexiones hacia los espacios indefendibles, de mover a los jugadores con un batazo entre dos, un fly de sacrificio o un toque de bola.
No es de extrañar, en consecuencia, que haya sido el mismo Guillén el que acabara con la larga y triste sequía de 37 años sin títulos en la LVBP de sus amados Tiburones, y que duplicase la hazaña al conquistar, además, la primera Serie del Caribe para los salados en la reciente cita de Miami.
De cierta manera estas conquistas también fueron una revancha para Guillén. Porque su primera etapa como mánager de los Tiburones había estado marcada por su tirante relación con la antigua directiva, al punto que en 2019, tras dejar el cargo de piloto, proclamó que jamás volvería a dirigir a los Tiburones.
Pero volvió este año a la cueva de los salados, animado por el nuevo proyecto deportivo, en el que se rescató la pertenencia a una institución repleta de jugadores oriundos del estado La Guaira, como la superestrella Ronald Acuña y sus primos Alcides Escobar y Maikel García, todos oriundos La Sabana, tierra pródiga de beisbolistas.
Para Guillén la revancha también fue internacional, pues ganó la Serie del Caribe en Miami, donde todavía es vituperado por los aficionados de los Marlins. Nunca le perdonan a Guillén haber ejercido el derecho a expresarse libremente para elogiar a Fidel Castro, nada menos que en el corazón infectado de tiburones anticastristas de la Pequeña Habana mayamera, cuando el venezolano dirigió a los Marlins en 2012.
En Miami, volvió a enseñar que para ganar en el diamante se requiere más inteligencia que músculos y estadísticas. A contracorriente del beisbol sabermétrico que impera en la MLB, donde todo se mide y se controla a través de las más enrevesadas estadísticas de bateo, fildeo, bases alcanzadas y envíos al plato, lo de Guillén fue vieja escuela venezolana. Donde la sabermetría recomendaba buscar un batazo largo, Guillén mandaba a tocar la bola, sorprendía con el olvidado bateo y corrido o metía un doble robo que dejaba boquiabiertos a los aficionados.
A su manera, Guillén se ha convertido en el piloto más exitoso de Venezuela al ser el único en ganar en 2005 la Serie Mundial de la MLB con los Medias Blancas de Chicago, para poner fin a 46 años sin celebrar un título; y ahora un título en la LVBP y otro en la Serie del Caribe. "¡Vengan pa' que lo vean!", como diría el Musiú.