26/005/24. Veo el limón-mandarino color mandarina solito, maduro. Como esperando que lo agarre. La montaña, en pendiente, hace que los limones-mandarino se escondan debajo de las matas de.
El mandarino solitario y llamativo está al alcance de la mano. ¿Para qué usar el garabato?
Un gato, cualquiera, llega de la calle golpeado. Hambriento.
Recibe cariño y comida.
El árbol de limón, que no es una mata según los colombianos, tenía esa rama afilada esperando. Sangre que no se ve en la tierra.
Caídas, sudor, búsqueda, dónde dejé el garabato. Subir otra vez. Cuidado con el saco. Qué por qué no los bajas con un bajador de limones-mandarino que hagas tú mismo; le pones una tela y bajan directo a la cesta. El Roble, ese pedazo de montaña frente a donde cantan los araguatos y donde José asegura haber visto al tigre, también tiene aguacates. Y una batata que se conserva bien en esa tierra, amarilla y dura por dentro hasta que la pones dentro de la olla y encima de la leña, con la reja esa que estaba en, o más allá, como parrillera.
José
Junto con Víctor y Alfredo, son los humanos. Nicornia, Marisela, Copito (por ahora) y Espelucada, son las cabritas. Un gallo, creía que tres gallinas, pero no ponen, y además, se parecen al gallo; tres perros y una gata completan los personajes. Hay que alimentarles, cortarles las pezuñas (Marisela tiene una pezuña larguísima en la pata trasera derecha) y cuando Copito te da con la pata delantera, derecha también, varias veces en la espalda, es para que le hagas cariño. ¿O es Marisela?
José no sabe con certeza cuántos años tiene. Él, no las cabras. “¿De qué tamaño es el tigre?’”, pregunta el, también, poeta y antropólogo. Impetuoso, su don de mando, de tono severo, irrumpió en lo que otrora llamarían el hilo telefónico. Su “¡Mámalo, cabrón!”, seguido del sonido inaudible del fin de la comunicación, provocó eso.
La risa
José bajó más limones. Siendo que había prometido 60 kilos, la segunda cesta de limón, que llegó en saco, no le gustó mucho al dueño de la frutería. Habían muy grandes y muy chiquitos; muy maduros y muy amarillos, muy jugosos y muy golpeados.
A los maduros, justo ahora, lo mejor es sacarles todo el jugo.
Si hay suficientes matas, y hay agua, madurar es cuestión de tiempo. Hay matas y hay agua.
Los limones mandarino pasearon por la autopista que cambió de nombre. “Los busco ahora”, dijo Alfredo, y no los buscó. Menos mal que había ascensor. Los limones-mandarino pasearon por la redacción, por el Teresa Carreño, por Parque Central. Vidal Colmenares llevaba, en la bolsa de plástico rota, una comida de esas que dan cuando ensayan. Se llevó todos los que cupieron, que no llegó a medio kilo. Alfredo, antropólogo también con la tesis al lado de la comida de las cabras, o algo así, ve las intensidades de como ajá.
Se quedó con un gato. Luego, con lo que se vendió de aquellos limones, digo, de estos, compró el saco de alimento al cual se volvieron adictas; de los limones de El Roble salió la otra comida de cabras que darán leche. Cuando hacen esos pupucitos de ese tamaño, mean, comen, saltan y siguen comiendo, van bien. El mantenimiento de las pezuñas viene, junto con algunas inyecciones. Atahualpa, un niño de ocho años, está pendiente de ir para medir los cachos para hacerles una especie de malla protectora con tripa de caucho de bicicleta. Nicornia está lista para el ensayo.
Miranda, una niña de diez, quiere aprender a pastorear, pero no trajo ropa para frío. Las cabras y yo la esperamos en Semana Santa. Eso de despertarse y mear en la tierra como hacía Alí “en aquella mata” -y Sol la señaló, allá en Paraguaná, no fluye tanto en esta montaña desde donde, en un punto tal, se ve el Waraira.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA MAIRELYS GONZÁLEZ •@mairelyscg27 / DENNYS GONZÁLEZ • @dennysjosegonzalez