Un “Santa” bonachón de cachetes hinchados es, al parecer, el summum de la alegría contagiosa según el formato descafeinado que nos impone la factoría hollywoodense para sintetizar la Navidad. En resumen, es la consagración del patriarca blanco, anglosajón y protestante de clase media y alta (WASP por sus siglas en inglés) que “reina” en las fiestas decembrinas según la ecuación que sabe que todo eso es ganancia.
Desde hace muchos años Santa y sus derivados constituyen un referente “cultural” modelado desde la gran industria norteamericana del entretenimiento, lo cual no sería pecado si no viniera acompañado de múltiples y casi imperceptibles operaciones de marketing que nos empujan a ansiar el pino y la nieve como una representación lógica de lo que ambicionamos según nuestro malogrado sistema de valores.
No solo se trata de la probable compasión cristiana o la medianamente creíble solidaridad del pueblo gringo ante sus vecinos y advenedizos visitantes migrados de las inobjetables contradicciones del sur
Pero bien, no caigamos en los determinismos y vayamos a la práctica: desde agosto pasado un inefable canal de televisión por cable nos impuso diciembre por decreto corporativo. Studio Universal afirmó en su campaña de intrigas que era mejor empezar la navidad cuanto antes, y desde entonces se encadenó a una seguidilla de enlatados referidos a la “magia”, el amor y los milagros que surgen entre la nochebuena y el fin de año. No solo se trata de la probable compasión cristiana o la medianamente creíble solidaridad del pueblo gringo ante sus vecinos y advenedizos visitantes migrados de las inobjetables contradicciones del sur. La cursilería llega a niveles patéticos cuando un niño dotado de poderes extraordinarios vence a los “malos” con el único poder de su creatividad en Mi pobre angelito (la película navideña más taquillera de todos los tiempos), y a niveles de ridiculez total con Last Christmas, otra película plagada de clichés kitsch, incoloros, insaboros e inoloros cuyo mayor tributo estético son los suéteres con estampados de bolas brillantes y escarchadas, mucho rojo en la mantelería y mucho blanco en la nieve, las pieles, los pelos y supuestamente en la intención.
No hace falta repetirlo pero lo repetimos: lo diverso es incómodo y disonante, más aún, cuando el objetivo de un país-estado-mercado es estandarizar los gustos y saberes de sus gentes en el marco del sistema-mundo occidental y lograr que ese patrón se convierta en producto de exportación. Esa es la globalización. En el topping de lo cursi y el extremo de lo barroco radioactivo, la cascada de menjurjes televisivos que enaltecen la idea de una navidad modélica a partir de los excesos del primer mundo, no nos permite reconocernos en nuestra precaria pero siempre feliz navidad de gaitas y aguinaldos, carencias, hallacas y abrazos solidarios. Aquí también hay que decirles: ¡No pasarán!
POR MARLON ZAMBRANO • @MarlonZambrano