16/12/2022. Yo no conocí a mi abuelita Lula, porque cuando nací ya ella no existía, pero, todos los años, al llegar el mes de diciembre, pienso en ella.
No puedo dejar de hacerlo porque mi mamá, en estos días de diciembre, todos los años, comienza por sacar sus cajas del cuartito de los corotos (ese donde guardamos lo que no se usa siempre, o lo que no se sabe cuándo se usará, como mi bici pequeñita o la aspiradora de antes).
Me gusta mucho estar allí cuando ella saca esas cajas. Es como una ceremonia, como si la magia de la Navidad comenzara justo cuando esas cajas son destapadas. Mamá las carga hasta el centro de la sala, y yo voy tras ella, ahora que estoy más grande la ayudo llevando algunas, cuando estaba más chiquita solo la seguía como en una marcha de fiesta.
Cuando las tenemos a todas allí, nos sentamos en el piso y las vamos abriendo. Están cubiertas de papeles todos arrugaditos, y de paja también. Hay que revisar con cuidado porque cada cosa allí está muy envuelta, y está así desde el pasado enero.
¿Y saben lo que sale de ellas?
Salen pastores de ovejas y ovejitas, salen casas pequeñas de cartón y de barro y hasta de corcho, salen arbolitos, unos de papel y hay unas palmeritas de metal, y allí, justo allí es cuando mamá comienza a nombrar a la abuela Lula, dice:
—Estas palmeritas eran de mamá, pero antes fueron de mi abuela Mercedes.
Y después, cuando salen de las cajas los tres Reyes Magos, ella dice lo mismo, y cuando sale una señora que lleva un jarrón montado en el hombro, y otra pequeñita con pañuelo en la cabeza y como una bolsa de tela a un lado y su mano levantada como si regara maíz para las gallinas, y cuando sale el puentecito que pondremos sobre el río de papel celofán, y cuando sale el muchacho de sombrero, con el perro junto a él, que mira colocándose la mano sobre los ojos como para protegerse del sol, y cuando sale el pavo real y la gallina con los pollitos, y un cochinito de metal que pesa aunque es tan pequeño, y más aún, mamá habla de abuela Lula cuando salen de la caja mejor acolchada con pajita y papelitos arrugados, San José, la Virgen y el Niño Jesús.
Entonces las mismas cajas nos sirven para hacer un cerro grande que cubrimos con telas, y al fondo ponemos el cielo en donde yo pego las estrellas de escarcha, y la mayor, que también sale de las cajas, lleva como botones brillantes y también era de la abuela Lula.
Nosotras dos, mamá y yo, preparamos todo el pesebre cada Navidad. Mi hermano grande también se une a nosotras a inventar y se divierte colocando lucecitas por aquí y por allá y, sobre todo, desenredando cables y arreglando las instalaciones para que todo se vea iluminado, pero él ahora vive en otra ciudad y alcanza a venir justo para los últimos toques, cuando ya es el día y todo deberá estar listo.
La visita que todos esperamos con más cariño para estos días de diciembre es la del abuelo.
Este año abuelo Hilario ha estado un poco enfermo, con quebrantos, y lo hemos visitado poco, porque vive en Maracaibo, muy lejos de aquí, por eso es más importante tenerlo hoy con nosotros.
Y hoy, 24 de diciembre, desde la mañana me desperté pensando en los regalos y el sol supo que era la víspera de Navidad porque los rayitos se iniciaron suaves y me dejaron permanecer en la cama entre dormida y despierta.
Pienso en el abuelo, y voy al patio con mi piyama puesta todavía y me parece que los pájaros en el mango saben también qué día es hoy, porque cantan con más fuerza que nunca y vuelan de una rama a otra como si conversaran animadamente sobre la fiesta y lo mucho que he crecido, y todas esas cosas que los pájaros se dicen siempre.
Hasta mi perra Maya corretea alrededor y retoza gustosa, va y busca la pelota de colores que le lanzo, hasta parece reírse conmigo como si algo nuevo se avecinara. El árbol de mango, al que hemos adornado con muchas lucecitas parece decir: “¿Cuándo llegará por fin el abuelo?”.
Los pájaros y las nubes se mueven en el cielo, de un lado a otro, esperándolo también.
Mamá, mi hermano y yo tenemos listos los regalos para él y los nuestros, para repartirlos esta noche y celebrar al lado del pesebre y del mango grande de nuestro patio.
Me visto, desayuno y vuelvo al patio a jugar, estoy, con mamá y mi hermano, esperando la llamada de abuelo Hilario desde el aeropuerto o su llegada a casa, con su risa sonora de siempre.
Tocan a la puerta y Maya y yo corremos, pero, no es el abuelo.
Es un camión grande del que se baja un señor y me pregunta por mamá, ella viene y lo recibe, es un paquete que envía el abuelo desde Maracaibo, no vendrá. Entonces ella firma un papel y él le entrega un paquetico bien envuelto con cuerdas y cinta pegante, en la que dice en la letra del abuelo: "Para mi nieta Gabriela", Mamá me abraza con su olor de jabón y me acompaña dentro para ayudarme con el paquete, pero yo estoy triste y casi no quiero mirar. Mamá se sienta a mi lado y lo abre, encuentra una pequeña carta, la leo sorprendida.
“Querida Gabriela:
No puedo acompañarte esta Navidad, pero imagina que estoy allá contigo, porque me he metido en este sobre de tu regalo y me tendrás allá, no solo hoy sino siempre, te doy un abrazo grande, grande, grandísimo, y otro para cada uno en casa.
Hasta siempre,
Tu abuelito”
En la mesa del comedor, con tijerita en mano, voy cortando los amarres y desenvuelvo papeles hasta dar con un baulito de madera con flores en relieve, abro la cerradura y aparece el mundo: una tela dobladita muestra grandes flores rojas, la abro y es una pequeña manta guajira hecha a mi medida; de borlas de estambre de muchos colores penden dos sandalias con suela de cuero, aquí saco unos cuadernos pequeñitos dibujados, son una colección de cuentos de los que el abuelo me ha hablado, aquí sale un frasquito con un corcho de tapa y adentro tiene un diminuto barco de vela,
lápices de colores,
un trompo de madera,
una bolsita tejida,
caramelos de menta,
cinta para mis trenzas.
Cierro el baúl y me voy con ese tesoro a mi cuarto.
En mi cuaderno de dibujo, con los nuevos lápices de colores, intento dibujar la sonrisa de abuelo, cuando escucho que mamá toca a la puerta. Le abro y trae otro regalo para mí, dice que ha decidido adelantarlo y dármelo ahora. Lo abro y es:
un álbum de fotografías pequeñito que dice en la portada “Para Gabriela en sus nueve años”, con letra bonita de mamá que ha pasado la tarde o la mañana tratando de que quede la "G" bien dibujada y la "i" la luzca con su punto redondo y firme y la "a" tenga un rabito elegante y gracioso. Entonces lo abro y aparece el rostro de mi abuelo, grande con su cabello crespo y blanco con mi carita de bebé junto a la suya, y paso la página para verme sentada sobre sus piernas con mis tres años jugando "arepita de manteca", y pasa la otra página y el abuelo muestra su risa hilarante y sonora mientras con su mano mece la hamaca en la que estoy hundida a mis seis años, y después veo al abuelo enseñándome el libro de las adivinanzas sentada en un banco de la plaza y yo estoy sentada a su lado con mi uniforme de la escuela tratando de leer lo que dicen aquellas páginas, y por último, en la página que cierra el álbum, estamos los dos viendo el horizonte marino en la bahía de Puerto Cabello, él tiene puesta una gorra roja y su camisa es de cuadros y parece mostrarme con su dedo en el cielo algún ave de paso mientras yo miro desde mi silla de ruedas, en la que tuve que descansar la última Navidad después de la caída catastrófica que sufrí en las escaleras del colegio.
Cierro el álbum y pienso en la memoria de las cosas. Aquí, en estas fotografías, he vuelto a sentir cada día cerca de abuelo. Y me di cuenta de que lo que más quiero de él es su risa, su alegría, y su manera de darme ánimo hasta en los momentos más tristes.
Ha llegado la noche de la Navidad, mi hermano, mamá y yo nos sentamos alrededor de la mesa a cenar las hallacas y la ensalada, el dulce de lechosa y la torta negra, nos reímos y recordamos otras Navidades, mi hermano pone música y Maya acaba de entrar en una sola carrera y se ha llevado una rueda de pan de jamón de la mesa servida.
Ahora ha llegado el momento de los regalos. Mi hermano trae una tortuguita en una fuente, es para mí. Yo tengo una pulsera con canutillos que hice para mamá, ella tiene para mi hermano una cámara fotográfica, para la cual pasaremos la noche posando las dos y Maya.
Todos hemos mirado varias veces la silla donde suele sentarse el abuelo a la mesa. Mamá propone llamarlo y lo hacemos, cada uno habla a su turno y le desea el mejor día de Navidad. Le cuento de lo mucho que me han gustado sus regalos y le deseo que se cure muy pronto.
Ha llegado la hora de ir a la cama. Mamá preparó mi piyama y cambió mis sábanas, me dio el beso de las buenas noches y se fue a descansar. Entonces, contemplando la luna, saqué el álbum con las fotos de abuelito de debajo de la almohada y volví a mirarlo y mirarlo y mientras me iba quedando dormida pensando en el cielo tranquilo de esta noche de mis nueve años, le comenté al Niño Jesús lo muy cerca que estaré siempre del abuelo y su alegría.
Tomado del cuento ilustrado Mi abuelo en navidad, Ecuador, Editorial Prolipa, 2004.
La autora
Laura Antillano
(Caracas-1950)
Destacada escritora venezolana, narradora, ensayista, docente, columnista de diversos diarios de publicación nacional. Premio Nacional de Cultura Mención Literatura 2015, Premio Ministerio del Poder Popular de la Cultura mención Literatura, por la Antología de cuentos para niños: Leer a la orilla del cielo.(2011), Premio Bienal José Rafael Pocaterra Mención Poesía (2004), Premio Foncine al Mejor Guión cinematográfico para niños y jóvenes (1987), Premio de cuento Julio Garmendia Universidad Central de Venezuela (1983), Premio de Cuento del diario El Nacional (1977). Actualmente, forma parte del equipo de Cuentos para leer en casa de Épale Ccs.
ILUSTRACIÓN CLEMENTINA CORTES