03/08/23. Mireya Vargas caminaba rumbo a la parada del autobús, estaba atrasada; había manchado su blusa con labial al vestirse apresuradamente y, para colmo, el informe de mercado necesitaba una revisión.
Por qué motivo detuvo su mirada en la acera frente al parque, eran cosas del destino. Allí estaba Silvana Beatriz Ramírez Blanco, con unos kilos de más, pero tan hermosa como la recordaba, emperifollada como siempre. No la había visto desde el día que asistió a la celebración de su boda.
Silvana era la mujer que más detestaba por aquel aire de suficiencia, personalidad frívola y ese algo de que todo estaba a sus pies. La odiaba, no había más que decir. En un instante recordó su risa burlona, su comentario mordaz cuando le comentó que le parecía que un chico, compañero de clases, se sentía atraído por ella. Peor aún no podía olvidar la cara de él cuando le pidió que salieran a tomar algo: “no lo creo”, le dijo, “no me gustan las chicas como tú”.
Luego se enteró de que ese chico era novio de Silvana y, unos meses después, se casaron. Guardó el resentimiento en lo más profundo de su mente, era como una herida que no cierra y por eso se prometió que algún día ambos le pagarían la humillación.
Se miraron, Silvana y Mireya, por un breve instante. Era el momento de la venganza, pensó Mireya, y el universo estaba a su favor. Descubrió que Silvana y su esposo vivían en el mismo conjunto residencial que ella, así que fue tramando su venganza con pasos calculados. Recordó con su malicia a Montresor en El tonel del amontillado, aquel cuento de Poe, solo que su venganza debía ser sublime, nada vulgar ni violenta. Mireya ni siquiera se vería involucrada.
Se enteró de que Silvana estaba embarazada, por lo que en nombre de la amistad que compartían, se ofreció a colaborar en el lavado de la ropa, tarea pesada que podía agotar sobremanera a una embarazada.
Durante toda la mañana, Mireya se mostró melosa y espléndidamente servicial con Silvana. En un momento de descuido, mientras su amiga atendía algo en la cocina, colocó una nota amorosa en el bolsillo de los pantalones del marido de Silvana. Esa sería la prueba de la infidelidad del hombre, pensó con malicia y regocijo Mireya, pues quedaría destrozada y su matrimonio destruido.
Mireya se encargaría de generar más cizaña y, luego de consumado todo, consolar a Silvana para ir después por el hombre que la había despreciado. Estaba Mireya cavilando estos planes cuando vio a Silvana tomar los pantalones con la nota incriminatoria. Contuvo el aliento un instante y, de manera inconsciente, surgió una risa alevosa en sus labios esperando el momento en que su enemiga encontrara la nota, ya casi saboreaba su triunfo cuando esta, sin siquiera revisarlo, lo lanzó junto a otras prendas a la lavadora diciendo: ¡qué bueno, esta es la última carga!
La autora
Noris Pacheco Marín
(Cabimas, 1965)
Economista y MSc. en Gerencia Financiera. En 1981, con 16 años, obtuvo mención honorífica en el concurso de cuentos Centenario José Ramón Yépez (Maracaibo). En el año 2000 obtuvo el tercer lugar en el Concurso Nacional Universitario de Cuentos, Universidad de Yacambú. Jubilada de la UNE Rafael María Baralt. Forma parte del colectivo Tertulia Literaria Rafael Machado Millán (2012 hasta el presente). En 2013 participa en el Festival Mundial de Poesía, Falcón. En 2016 presenta su libro Dios se vistió de mujer en Filven, capítulo Zulia. Ese mismo año es invitada a la V Bienal de Poetas Femeninas en Yaracuy, además sus poemas aparecen en la I Antología de voces emergentes (2021) y en la Antología poética para quedarse en casa (2020). Egresada del diplomado Tiempo Narrativo Venezolano (2023). Otras publicaciones: Bajo los cielos de montecito (2022).
ILUSTRACIÓN: MAIGUALIDA ESPINOZA COTTY