07/12/23. Era domingo. Mi mamá se puso su falda nueva, se peinó con cuidado, y me dijo:
—Sergio, hoy hacemos un paseo al acuario y al zoológico. Yo no iba a ver las toninas del acuario desde hace, ¡uff!, muchísimo, como dos años.
Entonces me puse contento, y nos fuimos a tomar el autobús.
Al llegar vi, en la entrada, a un señor con un burrito de esos de mentira, para que uno se suba y te hacen fotos, también tenía un sombrero grande, si tú quieres te subes al burrito, te pones el sombrero y él te hace la foto, y la saca rápido porque es de esas instantáneas.
Mi mamá me dijo para tomarme una, pero... Yo no quise, tenía tantas ganas de ver los peces que me parecía que iba a quitarme tiempo eso de la foto.
Entramos y ya estaba en el estanque de las toninas el señor que les da de comer.
Él se coloca cerquita de ellas y les ofrece la comida pero primero las pone a hacer trucos, levanta un aro rojo muy grande, y a la que salte por el aro le da una sardinita.
Después les tira la pelota y ellas juegan, la hacen rebotar, la atajan, y entonces el señor les da sardinitas, y el público aplaude.
Uno sigue caminando por el pasillo y se encuentra con las peceras, ¡me cansé de mirar peces distintos allí!, de río y de mar.
Había unos planitos pero grandísimos que mi mamá dice que comen carne, tienen los ojos como bolitas de vidrio, nadan lentamente, y parece que nos vigilaran a los que estamos allí mirando. También hay anguilas, esas tienen electricidad, y les ponen unos bombillos afuera para que uno vea cómo se encienden cuando ellas descargan.
Vi tantos niños y muchachos ese día, mi mamá se echó a reír porque en un pasillo donde nadie los veía, estaban unos muchachos con uniforme de la escuela enseñándose pasos de baile, uno escogió uno muy complicado y cuando lo hizo se cayó y siguió en el piso dando vueltas. Mi mamá dijo que le parecía raro que escogieran el acuario para aprender a bailar, pero a lo mejor es que no quieren que las muchachas los vean... digo yo.
Salimos del acuario y atrás está el zoológico, es muy complicado pasar porque hay escalones y escalones, hay que mirar primero la jaula grande de los pájaros, donde lo que más hay son turpiales, unos amarillos con las alas negras.
Hay un estanque grande, y a los lados quedan los caminitos para ir a las jaulas de los animales, me llamó mucho la atención lo chiquitos que son, quiero decir, todos son cachorros, raro, ¿verdad?
Bueno, uno veía un cartel que decía: TIGRES, y subes las escaleras y hay ¡cachorritos de tigre!, tres caminando de un lado para el otro.
Después dice: GATO MONTÉS, y uno va a verlo y es igual: me pareció tan chiquitico y delgado, echado junto a un pote de agua y unos cambures, ¿comen cambures?
Mi mamá ya estaba cansada de caminar y se sentó en un banco, yo seguí viendo las otras jaulas, caminito arriba, y encontré hasta leones, pero también parecían gaticos y además... ¡estaban tristes!
Cuando bajé a encontrarme con mi mamá ella estaba mirando el garzón soldado, él es blanco en la parte de abajo de su cuerpo, la cabeza es oscura y tiene un pico muy largo, se mantiene recto, erguido, y es como serio.
Mi mamá había sacado de la cartera su camarita fotográfica y estaba enfocando al garzón.
Cuando me vio venir me dijo:
—Sergio, ponte allí cerca del garzón soldado, para tomarte una foto.
Yo lo miré con un poco de preocupación, porque él estaba allí cerca del estanque, de pie en una sola pata, y no me gustó la mirada que me dio, pero... me puse cerca y traté de hacer una sonrisa con mi boca para la foto de mi mamá, y cuando ya casi estábamos en "pose", el garzón ¡alargó su cuello y me agarró la barriga con su pico! Uyyyyyyyy! Yo pegué un grito tan grande que el garzón me soltó rápido y corrí a la falda de mi mamá, ella primero puso cara de susto, ¡blanca como la leche!, se quedó con la boca abierta como los muñequitos en los dibujos animados, pero después empezó a reírse conmigo, y los dos salimos pura risa y risa del susto que habíamos pasado.
Esa tarde, mientras mamá envolvía los regalos de Navidad para mi abuelo, mi tío y mis tías, y Catia, Josefina y Francisquito, que son mis primos, y yo la ayudaba a cortar la cinta y a escoger los papeles con dibujitos que se parecieran a la gente, yo pensaba y pensaba, ¿saben en qué?, pues en los felinos. Mi mamá me explicó que casi todos los animales que vimos en el zoológico se llaman felinos. Desde los gatos hasta los leones, pasando por el puma y el leopardo, todos son felinos, y entre ellos deben ser tíos y primos y abuelos, ¡se parecen tanto! Les decía pues, que no hice más que pensar en los felinos del zoológico porque me parecieron tan tristes, tan chiquiticos, cerraba mis ojos y los veía, dando vueltas en esas jaulas y como mirando hacia un lugar lejano, pensé: ¿Los traerían del Safari Carabobo? ¿Sus papás estarán allá? Le pregunté a mi mamá y ella se quedó pensando mientras le echaba las fruticas confitadas a la mezcla de la torta negra, y me dijo:
—No sé, Sergio, en Margarita también había un safari y se acabó, a lo mejor estos cachorritos nacieron allí...
¿Por qué no me ayudas a ponerle mantequilla al molde de la torta?
Mientras busqué la mantequilla se me ocurrió una idea, pero no podía decírsela a mi mamá todavía, porque era una idea un poco... cómo les diré, un poquito rara. Ella puso la torta y me invitó a que sacáramos de las cajas las piezas del pesebre, esas figuritas están en la casa hace muchos años, uffff!, desde mucho antes de que yo naciera, mamá las saca todas las Navidades y arregla con tela y papel periódico las montañas, para colocar la casa grande, donde va el Niño y todo eso, y luego las colinas, donde pone espejitos que hacen de lagos, pastores con ovejas y casitas con papel de seda y escarcha en las ventanas, a mí me gusta ver cómo salen de las cajas todas esas cosas, cómo se va armando el pueblo, y cómo las ramas de los árboles que son de papel rizado duermen dentro de las cajas, pero al sacarlas y abrirlas con cuidado, ellas vuelven a estar despiertas y frondosas otra vez, una vez cada año.
Me puse a ordenar en el piso todos los animalitos que encontré, tenemos sobre todo gallinas y patos, ovejas mínimas que hizo Patricia, una prima de mamá, y un pavo real con la cola llena de colores. Pero... no vi felinos.
—Mamá, ¿por qué no hay tigres en el pesebre?
—¿Tigres?!
Y a mi mamá se le cayó la guirnalda de papel de seda que estaba intentando colocar arriba en el techo, para colgar de ella la estrella de Belén, y ella misma casi se cae también.
—Pues, tigres... ¿y para qué tigres?
—Mira porque...
—Hay caballos y gallinas, y hasta un elefante. ¿Por qué no tigres?
Mamá se bajó de la escalera, se sentó en un escalón, puso cara de pensar y dijo:
—Verdad, ¿por qué no?
—Mamá, yo tengo entre mis juguetes unos tigres pequeños, ¿puedo traerlos y ponerlos aquí?
—Sí, sí. Tráelos.
Cuando terminamos, el pesebre era todo un esplendor, tenía lucecitas que se prendían y se apagaban, casas en las laderas y gente conversando en todas partes, y a los tigres los pusimos en algunos patios jugando con niños o mirando a los patos en un lago de espejito.
Mi mamá hizo muchas bromas sobre lo que cenarían los tigres la noche de Navidad pero yo le contesté, que como era noche de Navidad seguro que los tigres se portaban bien y hasta jugaban con los patos y los demás. Y yo creo que si son tigres domesticados... bueno. Pero aproveché que mi mamá hablaba de tigres y de cena para explicarle mi plan.
Mamá había hecho un rico queso relleno de gallina que le enseñó a hacer mi tía Lucía y que además a ella se lo enseñó la abuela, y mamá dice que ese plato se comía siempre en su casa el día de Navidad. Entonces tenemos ese queso rico, tenemos jamón, que ella mandó a cocinar en el horno de la panadería, tenemos una rica torta negra, y bueno... resulta que mi abuelo, mis tíos y mis primas están en Maracaibo y no pueden venir, y nosotros no vamos a ir, y en este barrio somos nuevos,... mamá prepara los regalos y las tarjetas y lo envía todo; pero la cena, bueno la cena es para nosotros dos... Entonces... seguro que ustedes ya saben lo que yo pensé... bueno, eso fue lo que le propuse a mamá... Ella se me quedó mirando como me mira siempre que necesita buscar una respuesta y tiene dudas, y dijo:
—Pero, la noche de Navidad debe estar cerrado el zoológico.
—Sí mamá, pero alguien debe cuidar los animales, seguro que a algunos de los guardias les toca turno esta noche.
—Verdad que sí, y habrá luces también.
Sí, y los felinos no se van a sentir tan solitos, y si no sabían lo que era eso de Navidad, se enteran.
Y... Aquí estamos, mi mamá arregló todo en una cesta grande, dividió el queso en porciones, buscó platos de cartón, cubiertos, servilletas, preparó el ponchecrema, que también le enseñó a hacer tía Lucía, jugo de parchita, un termo con agua, los dulces, el pan de jamón, y con eso nos vinimos aquí. Mamá arregló todo sobre un mantel en la grama, y aquí están los señores que cuidan los animales y limpian de hojitas secas los caminos, sentados con nosotros, hay uno que hasta ha cantado canciones esta noche, y yo estoy contento porque me gusta como mi mamá se ríe y porque, ustedes no lo creerán, pero, a estos felinos sí que les gusta el queso relleno de gallina que preparó mi mamá, además, estoy seguro de que ahora ellos saben lo que es esto de la Navidad.
Laura Antillano
(Caracas, 1950)
Destacada escritora y docente venezolana. Entre sus publicaciones encontramos libros de cuentos como Un largo carro se llama tren (1975), Haticos casa Nº 20 (1975), Dime si adentro de ti no oyes tu corazón partir (1983), Cuentos de película (1985) La luna no es pan de horno (1988), ¿Cenan los tigres la noche de Navidad? (1990) y novelas como La muerte del monstruo come-piedra (1971), Perfume de gardenia (1982) y Las aguas tenían reflejos de plata (2002). Ha recibido el Premio Nacional de Literatura 2012-2014, el Premio Bienal José Rafael Pocaterra, mención poesía, el Premio Ministerio del Poder Popular de la Cultura en Literatura (2011), Ascesis al Premio Miguel Otero Silva de la editorial Planeta de Venezuela (1990), Premio de Cuento del diario El Nacional (1977) y el Premio Julio Garmendia de la Universidad Central de Venezuela (1975).
ILUSTRACIÓN: CLEMENTINA CORTÉS