14/03/24.
¡Oh tú, que danzarina me llamas, sabed hoy que no aprendí a danzar! Me encontraste juguetona y pequeña, danzando en el sendero y persiguiendo a mi sombra azul. Giraba como una abeja, y mis pies y mis cabellos, color de camino, se empolvaban con el polen de un polvo rubio.
Me viste venir de la fuente, meciendo el ánfora en mi cadera, mientras, al compás de mis pasos, sobre mi túnica saltaba el agua en redondas lágrimas, en serpientes de plata, en menudos cohetes rizados que ascendían, helados, hasta mi mejilla. Yo caminaba lenta, seria, mas llamaste danza a mis pasos. No mirabas mi rostro, seguías el movimiento de mis rodillas, el balanceo de mi talle, en la arena leías la forma de mis talones desnudos, la huella de mis dedos abiertos, que comparabas con la de cinco perlas desiguales.
Me dijiste: «Coge esas flores, persigue esa mariposa…» Llamabas danza a mi carrera, y cada reverencia de mi cuerpo inclinado sobre los claveles purpúreos, y el ademán, repetido en cada flor, de echar atrás, por encima de mi hombro, un chal resbaladizo.
En tu casa, sola entre tú y la alta llama de una lámpara, me dijiste: «¡Danza!» y no dancé…
Pero desnuda en tus brazos, sujeta a tu lecho por la cinta de fuego del placer, me llamaste, sin embargo, danzarina, al ver agitarse bajo mi piel, desde mi pecho ofrecido a mis pies crispados, la inevitable voluptuosidad.
Fatigada, anudé mis cabellos, y los contemplabas, dóciles, arrollados a mi frente como serpientes hechizadas por la flauta.
Abandoné tu casa mientras murmurabas:
«La más hermosa de tus danzas no es cuando acudes corriendo, jadeante, poseída de un deseo irritado y atormentado ya, por el camino, el broche de tu vestido. Es cuando de mí te alejas, serenada y con las rodillas temblorosas, y al alejarte me miras, en el hombro tu barbilla. Tu cuerpo me recuerda, oscila y titubea, me echan de menos tus caderas y tus senos me están agradecidos.
»Me miras, vuelta la cabeza, mientras tus pies adivinadores tantean y escogen su camino.
»Te vas, siempre pequeña y maquillada por el sol poniente, hasta no ser, en lo alto de la colina, más esbelta en tu túnica anaranjada que una llama vertical, que danza imperceptiblemente…»
Si tú no me abandonas, iré danzando hasta mi blanca tumba.
Saludaré a la luz, que me hizo hermosa y me vio amada con una danza involuntaria, cada día más lenta.
Una postrera danza trágica me enfrentará con la muerte, mas sólo lucharé para sucumbir con elegancia.
Que los dioses me concedan una caída armoniosa, juntos los brazos en mi frente, doblada una pierna y extendida la otra, como presta a franquear, de un salto ingrávido, el negro umbral del reino de las sombras.
Me llamas danzarina, y, sin embargo, no sé bailar…
Colette
(Seudónimo de Sidonie Gabrielle Claudine Colette; Saint Sauveur en Puysaye, Borgoña, 1873 - París, 1954)
Fue una novelista, periodista, guionista, libretista y artista de revistas y cabaré francesa. Bajo el nombre de Henri “Willy” Gauthier-Villars, quien fuera su esposo, escribió: “Claudine En La Escuela” (1900) “Claudine En París” (1901) “Claudine Casada” (1902) “Claudine Se Va” (1903) “El Refugio De Claudine” (1907)
Además de las novelas de Claudine, su obra más célebre es Gigi (1945), principalmente por ser un libro adaptado con éxito al cine por Vincente Minnelli con Leslie Caron en el papel protagonista. Otros títulos de su bibliografía son; Diálogos De Animales (1904) El Retiro Sentimental (1907) Los Zarcillos De La Viña (1908) La Ingenua Libertina (1909) La Vagabunda (1910) El Obstáculo (1913) Mitsou (1919) Chéri (1920) El Trigo En La Hierba (1923) El Fin De Chéri (1926) El Nacimiento Del Día (1928) Sido (1929) La Gata (1933) Dúo (1934) Sido (1929) Julie de Carneilhan (1941). También escribió un libreto para una ópera con música de Maurice Ravel, “L’Enfant Et Les Sortileges” (1917), y colaboró en el cine con gente como Max Ophuls o Marc Allégret.Recibió la Legión de Honor en 1920 y fue elegida miembro de la Academia Goncourt.
ILUSTRACIÓN: MAIGUALIDA ESPINOZA COTTY