09/05/24. Un mes exacto con doce horas de diferencia. Era viernes, hoy es lunes. Por el camino, un tren, una ventana sin ventana, con rejas y todo eso; el cineasta, que no se puede montar en moto, me mira desde lo profundo.
“Identifícate”.
Hablarle así, y de cerca, es porque es él.
Me mira desde el espacio: “Roque Zambrano; cineasta, comunicólogo, analista de imagen, poeta, profesor universitario”.
Por el camino, Gardel, las artes, que se corrompen, según Sandino; por el camino, policías acostados, quebradas y un punto que ya no es. En la avenida Sucre, dejaron de hacer chicha andina al lado de la primera bomba pero surgieron como tres otros puntos y así.
En el set, está la energía del quehacer cinematográfico. A otros les tocó sin luz, alquilaron la planta… y llegaron juntas. Volviendo, el director hace una pausa en medio de todo pero nada se detiene. “Tengo la edad de los tiempos”, afirma desde la media sombra. “Condenso la modernidad, la posmodernidad y la transmodernidad en este momento en que estoy haciendo esta película, Beso en la sien. Es un proyecto ´Aprender haciendo´; se hace de forma común y colectiva, según varios niveles de necesidad de lo que somos en esta dimensión latinoamericana, caribana, en esta dimensión nuestra, transformadora de la realidad hacia un nuevo mundo”.
Hace calor
En la plaza Benito Juárez, de la avenida México, Leopoldo de Gyvés de la Cruz, excelentísimo, por supuesto, embajador de los Estados Unidos Mexicanos, bajo una pepa de sol, hablaba de Juárez con toda la voz mexicana junto a un taladro que taladraba, las motos que zigzagueaban y que a los viejos atropellaban. A uno de ochenta le fracturaron unos huesos de una pierna que todavía, dos años ya, le duelen; a otro, librero de rincones amorosos le tiraron al suelo pero él se levantó y anduvo. En esta Caracas de los meses de verano del año 2024, con el Waraira encendido y el humo y el eclipse que no se vio y las chicharras pidiendo lluvia desde el valle, lectores inexistentes, porque, y con esto termino para no entrecomillar las palabras del embajador porque, no nos engañemos: nadie nos lee nunca, para doblar las negaciones, aludiendo sinrazones en tiempos de ilusiones pos pandémicas. Se nos olvidó el apagón, el confinamiento. Dos semanas después, el ramo de flores secas seguía en la plaza. Un caminante se acercó, tomó una rosa y se marchó. Y, otra vez, en los alrededores de la plaza huele a eso.
Campaña
La esquina del Chorro, se llama así, diría alguien desprevenido, por el charco permanente que baja de un chorrito que sale, según pesquisas alrededor de la plaza El Venezolano, donde se baila, o de la plaza San Jacinto, donde se hace otra cosa, que sale, repito, de debajo de cerquita del reloj de sol.
Pero si se imprimiera…
En fin. Caracas está cambiando así, como si nos lo estuvieran pasando por la cara. Y si a nadie que no quiera que se lo pasen, se lo pasan, no hay triple negación que no.
Desde la esquina de Doctor Paul, hasta Madrices, los mercaderes de aquella esquina, la de la ley, hacen con esta lo se les da la gana. En una especie de malandreo institucional, los cachetes rojísimos desandan la altanería a la hora en que la luz se disimula con papel ahumado. Algunos de los edificios expropiados por el Comandante en el centro histórico de esta ciudad capital están como detenidos en el tiempo. En algún sótano tapado, charcos sin fractales; en alguna puerta cinco veces encadenada, charcos de orín son lavados con agua y jabón y otra vez y otra vez y otro día con su noche.
Estacionamientos con pisos de porcelanato, lisos y hasta brillantes; calles con huecos y restos de postes y de cuánta vaina han colocado y quitado desde que inauguraron la estatua ecuestre del Libertador, para no irnos tan atrás. Contra esos restos de cualquier cosa, que con un esmeril se borran, tropiezan los pies de la gente de a pie.
Las cabras que no
Tenía, entre la carne y la pezuña, mierda. No se quedaba quieta y el paticure, aunque con la pezuña blandita luego del pastoreo matutino, lleno de rocío y sin parásitos, era muy difícil. Cortaba media pezuña de una pata izquierda delantera y cambiaba de cabra y agarraba cualquier pata y le sacaba la mugre y se iba corriendo y entre pata y pata, de dieciséis patas habré cortado, a medias, no más de un 75 % de todas las patas de una sola cabra.
Igual las dejé brincando, nunca subió ningún fotógrafo porque bueno, ustedes saben, nadie nos lee y hay un solo carro y por eso estoy aquí otra vez, recién llegado de la montaña donde criaba unas cabras que quizá, como ustedes, nunca existieron.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA MAIRELYS GONZÁLEZ •@mairelyscg27 / DENNYS GONZÁLEZ • @dennysjosegonzalez