16/05/24. “¡Sopla viento!”, exclamó el joven con la escoba, y el viento, atento, empezó a arrejuntar al montón de vasos plásticos que, al rodar por el asfalto, producían un ruido que usted, lector inexistente que no ha corrido una carrera tan rápida como esta… y nadie sabe lo que está leyendo porque nadie nos lee porque no salimos imprimidos. Una carrera tan rápida que en la inscripción, se acabaron los cupos antes de que. Bueno, decía que el sonido tendría que haberlo escuchado. En cada punto de hidratación había tantos vasos plásticos tirados en el piso, que en aquel punto de hidratación, luego de la subida, se habían acabado. Tenían agua, pero no vasos.
La policía
“Paradóndevastúmevasapasarporencimaporfavordélavuelta”. La voz de ella, firme, sutil, uniformada y sudada, alejándose, me hizo pensar en las otras. La sensación es sublime: usted va corriendo en medio de la calle, la que está siempre llena de gasolina y usted, con su sangre y su sudor, pasa y pisa y está la autoridad policial deteniendo carros, motos, autobuses; detrás del volante, cuando uno se transforma, ver pasar al último humano que le impide quemar combustible y al fin. Al cruzarme con los últimos de esta carrera de Caracas en la que no me inscribí porque se acabaron los cupos antes de, empecé a correr pensando en Roderick, el personaje de Esa larga e infinita distancia, la novela de Clodovaldo Hernández.
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Y desde el Centro Comercial Los Próceres, pasando todo el Paseo La Nacionalidad, oliendo como huele por el nivel del estacionamiento del Universitario, las bajadas y las sombreadas avenidas de La Florida. En la avenida Andrés Bello, cruzamos a la izquierda.
Cada quien por su lado
Después, lo de siempre: dimes y diretes, lugares comunes, enumeraciones diluidas, códigos de vestimenta, por donde pasa la reina, conversaciones coloniales, plagios inteligentísimos, artificio de oficio.
Papel desaparecido, botes de agua, mantenimiento del sistema tuyo, mío, nuestro; chivo que más mea se queda sin las chivas y sin los mecates, titularía en sucesos sin sangre. Cotidianidades que suenan distinto; ya dos pares de medias por 20 complementan los zapatos a cinco, 15 metros más acá.
“Dame los documentos del vehículo”, dice el representante de la ley sin mirarte. Sin mirarte, nadie te ve, los discursos son patéticos: “El artículo tal y cual, más cero mata cero, son 30 euros. Si pagas ahorita, efectivo, débito, aprovechas el descuento y te queda en 25 dólares”.
La paca de billetes, dentro de la caseta policial, semejaba a la de los cajeros de banco de antaño, que competían entre si para bajar las colas. Era la época en la que los atracadores saltaban por las taquillas y uno se tiraba en el piso, dependiendo de.
Al final, pedí prestada una bicicleta, dizque porque una crónica en bici debe ser cosa buena.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA MAIRELYS GONZÁLEZ •@mairelyscg27 / BERNARDO SUÁREZ • @bsuarezfoto