25/04/24. Aunque se puede decir mucho en defensa de la lectura, nunca será suficiente, sobre todo cuando advertimos la vertiginosa capacidad de multiplicación del automatismo por parte de los medios de comunicación y las distintas “aplicaciones” que “el progreso” nos exige “bajar” cada vez que intentamos resolver algún problema de nuestra compleja realidad cotidiana.
En esta oportunidad, el acento lo pongo en algunas experiencias que, al menos a mí, me indican que no todo está perdido, y que el libro impreso y la lectura, todavía tienen mucha historia por delante. Y me inclino, además de estos recientes sucesos, por las palabras de la escritora Irene Vallejo quien, recientemente, en la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, ha dicho, entre otras palabras de igual valía, que “escribir se convirtió en una suerte de asidero, de certeza, nuestro dique frente a la destrucción, la calumnia o la amnesia”, “aprender a leer nos parece un suceso rutinario porque ocurre cada mañana en las escuelas, pero ser capaces de traducir trazos pictóricos y descifrarlos como palabras es un logro de una trascendencia milenaria, es una hazaña titánica”, “cultivar la lectura significa cuidar nuestras sociedades y nuestras democracias”.
De Irene seguimos recomendando su Manifiesto por la Lectura, donde nos recuerda que:
“Leer nunca ha sido una actividad solitaria, ni siquiera cuando la practicamos sin compañía en la intimidad de nuestro hogar. Es un acto colectivo que nos avecina a otras mentes y afirma sin cesar la posibilidad de una comprensión rebelde al obstáculo de los siglos y las fronteras. Por el camino del placer, sobre los abismos de las diferencias, la lectura ofrece puentes colgantes de palabras”. Pues, “leer nos enseña a hablar, nos educa en el arte del diálogo”.
Y es que nos resulta difícil, al menos a nosotros, los lectores, imaginarnos sin leer-nos. En especial sin tener entre nuestras manos, de páginas abiertas, la inspiración que nos salva, de alguna manera, de este caos de mundo que nos ha tocado vivir. Voy ahora con algunos pasajes que viví hace poco.
Entro al bus, esperando que se llene para poder salir rumbo a mi destino, abro el bolso, saco el libro, inevitable en mí, una novela de un autor conocido, de quien me he propuesto, no hace mucho, terminar de leer toda su producción. Abro, la página indicada, donde llegué mientras iba en el metro. Una pequeña sombra cubre casi la totalidad de las líneas, un olor característico, me volteo, me sonríe. ¿Te gusta leer? Ella, tímida, vuelve a sonreír. ¿Estás en la escuela? No, en el liceo. ¿Te gusta leer? Un poco. El bus arranca, la conversación sigue, el viaje es otro.
Suele despertar curiosidad, sí, a veces, lo he dicho en varias ocasiones, una sensación compartida por quienes tenemos la costumbre de andar de un lado a otro cargando libros. Me pasó ayer, por ejemplo, fuimos por verduras y frente a nosotros, en la acera, donde suelen encontrarse auténticas maravillas: una revista de poesía que hace tiempo dejó de salir en su formato impreso y un poco más allá, casi rozando mis botas, otro autor, un clásico, varias veces candidato al Nobel, ese no lo tengo, ¿en cuánto?, me lo llevo. Un amigo del vendedor coincide conmigo: no es lo mismo leer en la computadora que tener el libro en sus manos.
Hace un par de semanas, saliendo de clases, una estudiante me dice que no puede leer directo de la computadora, que por eso irá a la biblioteca de la facultad, le comento que me ha sorprendido verla temprano, tan llena como en mis tiempos de estudiante y que le han abierto la puerta que da hacia el jardín, no puedo, profe, me cansa la vista, agrega, y yo coincido con ella.
Hay otra coincidencia, y la encuentro en las palabras de Umberto Eco:
“Hemos visto que los soportes modernos se vuelven rápidamente obsoletos. ¿Por qué correr el riesgo de llenarnos de objetos que podrían quedarse mudos, ser ilegibles? Hemos demostrado la superioridad de los libros sobre cualquier otro objeto que nuestras industrias de la cultura han puesto en el mercado en estos últimos años. Así pues, si tengo que salvar algo, fácil de transportar y que ha dado prueba de su capacidad de resistir a los ultrajes del tiempo, elijo el libro".
Por eso seguimos empeñados en la lectura y la escritura, confiados en que el libro seguirá haciéndonos más humanos.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ENGELS MARCANO • cdiscreaengmar@gmail.com