16/05/24. Las personas son algo más que cuerpos. Suele pensarse, desde el sentido común, que lo que atrae, lo que despierta el deseo de una persona hacia otra, lo que la atrae, suelen decir, es un cuerpo “bello”, que normalmente responde a patrones del statu quo, es decir, predominantes, por ejemplo, como un producto más estetizado de la hegemonía de consumo.
Sin embargo, esto no suele ser así: existen otras formas de consumo que expanden el abanico del patrón de deseo y lo afirman las mujeres y hombres con los que converso al respecto: a algunas mujeres les gustan aquellos hombres que se preocupan por el cuidado de su cuerpo, así, lo que para otra y otro pudiese parecer un exceso de feminidad en el hombre, para otras y otros no. Nos referimos, por ejemplo, a depilarse las cejas, cuidarse las uñas de manos y pies, colocarse brillo en ellas, usar distintas cremas corporales, teñirse el cabello y similares, es el propio hombre “metrosexual”.
A otras, por ejemplo, les atraen los hombres del tipo “intelectual". Que tengan labia, pero que no aburran, que sepan lo que dicen, pero que no me caigan a muela, que me hagan reír, que tengan de qué hablar, pero que no parezcan una enciclopedia ambulante, típica expresión de la “sapiosexualidad”.
Mientras que a otras les fascinan lo que el otro ostente, desde un teléfono de última generación hasta un vehículo bien cuidado, si es un rústico mejor, pues eso puede ser un indicador de que le va bien en la vida, que sabe lo que quiere… quizás no tenga mucho dinero, pero eso me dice que al menos, tiene buen gusto, está a la moda y sí, sabe lo que quiere… Un tipo que si bien puede caer en el fetichismo, no siempre es así, y si se refiere exclusivamente a lo tecnológico, estaríamos hablando de “tecnosexualidad”.
Por su parte, los hombres también poseen sus alicientes para el deseo: me gustan las jevas tuning, es decir, que tengan sus cirugías plásticas, pero que se vean bien, una muñequita pues. Y a otros que tengan de qué hablar, que puedan seguir el hilo de conversaciones de temas variados. Mientras que otros, en cambio, optan por mujeres sencillas, con su culito y sus teticas no tan grandes, bonitas pues, pero no tan flacas ni tan gordas, con las cuales me puedo entender. Y así, otros son más precisos: una mujer que me represente. Avanzo un poco más en la conversa y comprendo que se trata de varias condiciones que debe reunir esa mujer: Que no se tan bajita ni tan alta de estatura, sino más bien cercana al hombre; que se ubique en una clase social preferiblemente por encima de la del hombre; que sea profesional, autosuficiente, es decir, que no dependa económicamente del hombre; preferiblemente sin hijos y sin rollos sentimentales de relaciones pasadas; que tenga vehículo propio, aunque esto no siempre es un requisito.
Así, en términos de soberanía sexual, el deseo no siempre es un plato que se sirva en la misma mesa que el de los cuerpos así sin más, sino que va unido a diversas formas en que esos mismos cuerpos han variado a lo largo de la historia reciente de la humanidad, y lo mucho que se instauraron en su momento como cuerpos anhelados por el otro.
A partir de allí, quizás podemos sostener que cuando te guste alguien lo importante es reconocer cómo te sientes tú ante esa otra u otro, y al momento de relacionarte con ella o él, que no se menoscaben las dignidades de cada una o uno, pues el deseo debe conducir a la realización de las personas que entran en dicha interacción y a la pareja como totalidad, sobre todo si se trata de una convivencia corta o bien prolongada en el tiempo, es decir, como proyecto de vida en común, pues se trata, de modos de vida que entran en juego en el escenario de los cuerpos que, hemos dicho, son personas que como tales, viven y desean gozar de su sexualidad.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta