30/05/24. Ella, puesto vacío por medio, cuando no están las otras correctoras, corrige y el olor a piscina, el desparpajo de la serenidad y su ternura, distraen la narrativa cualquiera de estos tiempos. Ergo, cuando sale la pauta para ir a La Guaira y ella, en otro transporte y con otra gente dice que va a competir, entonces, como quien corrige y nada, y nada y corrige, Xiomara López, de ahora en adelante La tipa, cuando salió del agua, miraba sin mirar. Pero para salir del mar, tiene que haber entrado.
Mi día comenzó en la madrugada del sábado. Opté por quedarme en casa de mi hermano -vive cerca de la piscina- para llegar a tiempo y que no me dejara el transporte. La mayoría de las personas del equipo y algunos acompañantes habían llegado; sólo faltaba el entrenador, quien fue el último en llegar. Salimos a las cinco y diez, pocos carros, nada de tráfico, un excelente día para bajar a la playa. Llegamos a Maiquetía y a las seis el sol hacía su aparición. Seguimos camino a playa Los Ángeles A y para nuestra sorpresa, había cola para entrar. Ya estaba llena de gente, y el ambiente de competencia en aguas abiertas contagiaba. La salida estaba pautada a las siete y media, así que teníamos una hora para los estiramientos, calentamiento y botar un poco los infaltables nervios. Nos instalamos al frente de la playa en un lugar ya reservado para el equipo y comenzamos el protocolo: buscar la gorra reglamentaria, los lentes, colocación del número en brazos, espalda, piernas. Nosotros, los nadadores de todas las edades, exponemos, en ese momento, nuestros rituales para enfrentar el reto que nos espera. Un animador anuncia, constantemente, los minutos que faltaban para la salida. Entré al mar para soltar los músculos y la ansiedad que generaba la competencia. Había preguntado cómo era el recorrido: una boya anaranjada triangular (750 m), luego una boya de referencia amarilla y a lo lejos se divisaba la otra boya anaranjada triangular (1250 m) ambas debíamos cruzarlas con el hombro izquierdo. De regreso, a los últimos mil metros, divisar unos edificios marrones, nadar hacia ellos, y cruzar la meta. Facilito”.
Dos periodistas hacían las veces de acompañantes y “lo que usted mande, señora”; Vladimir Villegas y Gustavo Villapol, hombres de letras, de palabras, de política y de, cargaban los peroles porque sus esposas participarían en esta competencia contra, y con el mar. La adrenalina se contagia y una pequeña multitud, como de Semana Santa, hace recordar el blues de la cuneta, encunetado como se anda cuando se está lejos del mar. Entremos.
Ya cerca de la hora, nos dieron instrucciones para colocarnos por detrás de un arco de plástico inflable. Como es habitual, los varones salen primero. Las chicas nos animábamos mutuamente mientras la voz de partida se acercaba. Finalmente, a las 7:30 am, salieron los chicos, según indicaba el animador y quizás cinco minutos después, nosotras. Miré al cielo invocando a la Virgen del Valle, mi ritual para que me protegiera durante todo el trayecto. Partida. Me lancé al agua al principio sin mucha técnica, esperando agarrar el ritmo a medida que nadaba. Levanté la cabeza para ver la primera boya y para mi sorpresa, vi a una nadadora que se devolvía. Continué nadando y oí algunos gritos y una lancha acercándose por el lado derecho. Todavía no sabía qué pasaba. Mantuve la calma y volví a ubicar la boya. Allí comenzó la pesadilla y supe por qué se devolvían y el porqué de los gritos: un enjambre de medusas bola de cañón (las había visto en las noticias) nos rodeaban. Por supuesto era imposible no tropezar con ellas; estaban por todas partes y a medida que braceaba sentía que me picaban. Me concentré en llegar a la primera boya, y ubicar la de referencia. Allá estaba, la corriente me pegaba por el lado derecho así que opté en respirar por el izquierdo. Seguí mi recorrido y busqué otra referencia, el rompeolas o un edificio blanco, pero no logré ver ninguno; las medusas me distraían, las tocaba, me quemaban, las pateaba, metía la mano dentro de ellas… Me detuve un momento para ubicarme y observé que no había nadie alrededor. 'Así estaré de lenta, soy la última', pensé. Por fin vi una lancha donde creo estaban los jueces y hacia allá me dirigí; sabía que estaban cerca de la boya triangular que significaba el regreso y que, si la pasaba, llegaría a la meta. ¡Nunca en lancha!
Por esas enseñanzas de un maestro, esta historia continuará.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1 / XIOMARA LOPÉZ
FOTOGRAFÍA MAIRELYS GONZÁLEZ • @mairelyscg27