Yo creo en los Espíritus de mis Antepasados
Creo que andan por allá recordándome que en Tierra Africana
Los hombres miran Sol porque son Soles.
Miguel James
30/05/24. El término, no tan evidente quizás para la gran mayoría, hace referencia a la consciencia del origen, y decir origen es dotar de voz al sentido. No siempre lo que habla es lo que se escucha ni mucho menos lo que se escucha llega al sentir, sobre todo como práctica orientadora en esta vida que llevamos. Me refiero a la de la modernidad “tardía”, “líquida”, “reflexiva” y demás adjetivos que deseen colocarle. Lo cierto es que en nuestra compleja realidad bebemos los cauces desde, por lo menos, dos horizontes concretos que no siempre se suelen identificar, y cuando digo identificar quiero decir, inevitablemente, hacernos espejo refractario de eso que converge. Como bien saben los especialistas, en el espejo no sólo es el cuerpo el que se refleja, de la misma manera que una mirada nos sacude en cuestión de un instante.
La poética del verbo, si bien podemos decirlo de esta manera, como aquella que se realiza en la reafirmación de quien se nombra conjugando la otredad, se evidencia en la oralidad de una manera ejemplar y concretamente en los cantos, palabra dicha, rítmica que no se separa ni de los cuerpos, ni de las danzas ni mucho menos de las diversas narrativas (mythos) que soportan lo que define a cada pueblo y lo diferencia de otro.
Pero no sólo la referencia identitaria se refleja en la producción comunitaria como determinación de sentido desde la oralidad y la praxis a la que se encuentra vinculada, sino que el proceso también se da en la particularidad subjetiva de cada ser humano que existe en dicha comunidad.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando diversos procesos de imposición cultural intentan deslegitimar las heterogeneidades que funda lo real, en tanto lo real es precisamente aquello significativo que despliegan los seres humanos en el proceso anteriormente mencionado?
Si reconocemos que lo significativo es lo sentido, lo que conmueve y nos hace desde allí, entonces lo que entra en juego en un proceso de imposición colonial, son las diversas maneras de tachar y negar lo que nos ha hecho precisamente seres humanos, es decir, las fuentes morales que determinan nuestra dignidad.
La afrodescendencia surge precisamente desde la necesidad de reconocer de dónde venimos, cuáles son las diversas cartografías morales que han trazado nuestros ancestros, cuáles de ellas se han mantenido en los duros procesos de exterminio cultural y físico a los cuales han sido y siguen siendo sometidos sus descendientes, pero también, cuáles son las acciones que hemos venido emprendiendo, combatiendo, por ejemplo, las diversas formas de racismo, endorracismo, xenofobia, y todas las demás formas coloniales.
La afrodescendencia es una práctica descolonizadora y como tal, de una profundidad ético-moral que todavía nos falta seguir protagonizando. No es solamente un tema del color de la piel o de formas de vestirse o de estilos de peinados que, además, evidencian procesos de resistencias. La Afrodescendencia es un proceso permanente no sólo de volver a los orígenes, no sólo de plantear un nuevo mythos del ser que detone la modernidad occidental eurocentrada y blanca, sino también de aprender a vivir lo que significa la Madre África como hacedora de mundos, que, más allá de la retórica por lo exótico de la cual se siguen valiendo no pocos “intelectuales” y grandes corporaciones internacionales que debemos seguir interpelando, nos realiza en tanto que, al menos yo, no puedo pensarme sin ella.
Yo soy África, es pues, una expresión que va más allá de colocarle el prefijo “afro” a cualquier palabra que consideremos importante: ejemplo “afrodescendencia”, “afroepistemología”, “afrohermano”, “afroizquierda”, “afroderecha”, “afroAmérica”, “afroCaribe”, “afromodernidad” y similares, pues por muy útil que pueda servir para nuestra reafirmación cultural, puede caer en la misma condición en la que cae todo lo que lleva la etiqueta socialista cuando realmente no lo es: un significante vacío. Hagámoslo, sí, pero con el profundo sentido crítico que amerita.
Como afrodescendiente, me reconozco partícipe de las luchas por la autodeterminación de los pueblos de los cuales nuestras hermanas y hermanos africanos son un paradigma indiscutible, y considero por tanto, la afrodescendencia como un mythos, como una narrativa necesaria para seguir avanzando por la senda del encuentro de los mundos que pueblan nuestros sentires y decires, porque, como bien sabemos, tan diversa es África en culturas, religiones, formas de ser y estar como las historias que se siguen protagonizando desde allí.
Sigamos pues, reivindicando nuestras herencias y solidaridades africanas, pero por favor, no lo hagamos sólo en algunos días de mayo, junio, julio, pues si realmente nos llamamos humanos, el desafío es hacer de nuestra cotidianidad una práctica de encuentro permanente con nuestras ancestralidades, pero también con lo que somos hoy y lo que aspiramos ser.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ