18/07/24. La vida de Omara es un bolero, como aquel desde el principio al final. Desde su vida misma siempre hubo el motivo y la circunstancial telenovela de sus padres. Él, pelotero de color negro y ella, una blanca chica de la sociedad, y más pudo el amor y el sentimiento, como decía el otro, que la blanca sociedad. En el documental Omara, -nos enteramos por su director Fernando Pérez-, que su papá era el hijo de la criada en casa de los Peláez, donde habitaba su madre Esperanza, que por entonces era una niña cuando se conocieron. Ya jovencita en la trama le escribe una esquela: “Amor mío, me han amenazado con quitarme la herencia, pero no importa, he decidido volver”. De los recuerdos de su hermosa infancia destaca los de sus padres cantando mientras recogían la mesa y lavaban los platos después de almuerzo, y la vez que la mandaron a comprar pan y se entretuvo hasta el anochecer en una rumba de cajón. La respuesta comprensiva de Esperanza Peláez fue la próxima vez vienes y me avisas, que me voy contigo.
Su madre, -cuentan los cronistas-, pertenecía a una familia cubana de abolengo de ascendencia española, y se esperaba de ella un casamiento que la uniera a otras familias de la sociedad, pero escapó con el hombre al que amaba, un jugador de béisbol del equipo nacional. La propia historia donde el amor arrasa con los prejuicios sociales y raciales. "Me fascina esa característica del cubano: el mestizaje", -puntualizaba en una entrevista con AP, en los jardines del hotel Nacional-. "Mi padre fue un jugador de béisbol negro y mi madre una mujer blanca. En ese tiempo no se podían mezclar los seres humanos, sin importar que se amaran. A mi madre la desheredó la familia".
“Amo tu alma, tu espíritu universal, amo tu historia y la de tus padres, tu papá pelotero y tu valiente madre que, cuentan las crónicas, se enfrentó a una sociedad pacata en defensa del amor”, le dije en una carta que no sé si jamás llegó.
En medio de aquella pelazón nacieron tres hijas que crecieron arrulladas por el canto de sus padres, pero las circunstancias siempre estuvieron allí. Su hermana Haydée era bailarina del cabaré Tropicana y muy pronto por accidente: la compañía de danza se vio reducida un día de 1945 cuando una bailarina se retiró dos días antes de un importante estreno. Omara había visto ensayar a su hermana tan a menudo que se sabía todos los pasos, así que le pidieron que ocupara el lugar dejado libre. “Era un cabaret muy chic, pero dije que era inadmisible”, recuerda Omara. “Era muy tímida y me daba vergüenza mostrar mis piernas”.
Omara es una mujer alegre y cuentera, aparte de ser muy graciosa. Ahora mismo recuerdo cuando contaba en otra entrevista en los jardines del hotel Nacional, -que ella siente como su casa-, la historia de la vez que la recomendaron para el Cuarteto de Orlando La Rosa, y por esos días salió una gira a Nueva York por seis meses, al cabo de los cuales las botaron por ¡gordas!, a ella y Elena Burke porque las pillaron ¡comiendo pastas en el desayuno!, el cuento es que no les pagaban sino una dieta de alimentación que ellas preferían gastar poco en comida, recuerda que en la esquina había un restaurant italiano que en la mañana vendían la pasta en treinta centavos, y se embasuraban para poder reunir y llevar unos dolaritos a Cuba, en eso fue cuando se les ocurrió hacer un cuarteto y hablaron con Aida, que probó con un hombre y no sirvió, y deciden que debían ser puras mujeres.
Ya en 1950 fue integrante de la Orquesta Anacaona, antes había sido invitada por “Las Mulatas de Fuego”, donde no estoy seguro si coincidió con Elena, pero lo que si es cierto es que ambas participaron de Las Mulatas…”; y hacia 1952 Omara y su hermana Haydée Portuondo formaban ese cuarteto vocal femenino con Elena Burke y Moraima Secada, liderado por la pianista Aida Diestro. (No olvidemos que Aida, sin tilde viene por Adelaida). La historia es que se convirtieron en uno de los cuartetos vocales más importantes de la música cubana, y Omara permaneció con el Cuarteto Las D'Aida durante quince años, aunque la formación original sólo grabó un álbum para RCA Víctor en 1957.
POR HUMBERTO MÁRQUEZ • @rumbertomarquez
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ