18/07/24. Cantar, vaya hábito que tenemos los humanos de jugar con el sonido. Con llenarnos de aire y luego, dejarlo salir de a poco, de a mucho, por arriba o por abajo. Si fuésemos más exquisitos diríamos que cantar es soltar, de manera controlada, sonidos. Dicen que el canto nació con la humanidad, que siempre lo hemos hecho. Para divertirnos, para honrar a Dios, y, luego, vinieron los estilos, las escuelas y todo aquello.
Nadie ha resumido mejor que Conny Méndez lo que a los venezolanos nos gusta el canto. En Venezuela, hay un mapa infinito de cantos y en él, nombres de hombres y mujeres, compositores, intérpretes, maestros, conocedores y tanta otra gente. Cuando la colonia sembró en Venezuela personas raptadas de sus tierras, estas también trajeron su música. Sus vibraciones, sus bailes. Padre a hijo, madre a hija, fueron heredando su arte como una esencia indomable, libre y eterna. De allí nos vienen nuestros tambores, las maneras de ponerle la mano, de sobarlo o de golpearlo, pero también de entonarlos.
En Falcón, más allá del mar y de los médanos, quedan asentamientos de hombres y mujeres que descienden de estas historias. Los hay en la sierra y también en las afueras de Coro, como en Curazaito, un espacio que para sus habitantes se llamaba “La Guinea” y para el resto de la ciudad “Los Ranchos” donde vivía la familia Camacho. Su onceava hija, Olga, portó sobre sus hombros evitar que el olvido arrasara con la cultura de los suyos.
Como si su infancia, su casa, sonara al tambor y ese sonido fuese hilando todas las demás escenas, en 1965, tras algunos años parrandeando de manera ocasional, Olga se decide y organiza un grupo. Contaba en sus entrevistas que su meta era que ese tambor, que ese golpe y ese canto, no se perdiera. Como todo en la vida, después fueron pasando cosas que hicieron el camino hasta que nació el “tambor coriano de Olga Camacho” donde ella dirigía a los muchachos y les cocía una ropa de color, con la que querían resistir incluso la avasallante penetración de la gaita porque Coro tenía su propio sonido.
Del grupo a la enseñanza, quedó creada “La Camachera” y su esfuerzo logró su cometido. No se murió el tambor coriano y se sigue cantando como se hacía en aquellas escenas de su infancia. Al final de su vida, Olga se presentó en grandes teatros, fue reconocida hasta con un doctorado y es una de las mujeres imprescindibles de la cultura venezolana. A pocos días del aniversario de Coro, recordarla es una buena manera de disfrutar de la falconía en todo su esplendor.
POR ANA CRISTINA BRACHO • @anicrisbracho
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta