21/07/24. No bastó conocer más de su extraordinaria dimensión de intelectual orgánico, conectado con la realidad recóndita del país; admirar su gesta en favor de la patrimonialización universal de algunas de nuestras tradiciones culturales más arraigadas; saber de su profunda vocación de escritor, con un récord de cuatro publicaciones y reediciones que tuvieron de plataforma la 20º Feria Internacional del Libro de Venezuela 2024. De paso, supimos que definitivamente su apellido se escribe Yrady.
Benito, de nombre, nos tuvo acostumbrados a intuir que se apellidaba Irady o Yradi, y así nos custodió en el letargo de la duda durante años, desde que lo conocimos extrayendo de entre sus publicaciones pistas para confirmar las premoniciones de nuestra tesis de licenciatura de periodismo en la Universidad Central de Venezuela, un estudio sobre el choque entre el crecimiento urbano y las tradiciones culturales de carácter popular.
Nos enteramos, en la feria, que su apellido es con dos “ye” o “i griega”, pues así es como aparece en su cédula de identidad, aunque lo hayamos visto escrito de muchas formas posibles en el enramado de nuestras lecturas académicas.
Resuelto el dilema del apellido, otra luminiscencia despejó ciertas dudas ante los abismos del lenguaje digital: la tradición oral, puesta de nuevo en escena por Yrady como la revelación de un conjuro que quizás algunos creían obsoleto.
En los textos que presentó durante la Filven 2024, El libro de Cruz Quinal, Un siglo con María Magdalena Rodríguez, Historia del señor Cody y La caja de los truenos, fundamentados en hechos reales o en la ficción, el acento está puesto en la memoria verbal, en los cuentos de camino y relatos de quienes le susurraron el universo en la pata de la oreja.
Viene este Yrady redivivo y nos conduce de nuevo hacia la milenaria pasión por el habla y la escucha, la palabra como vehículo de emociones, valores y conocimientos; el rumor, las leyendas, los mitos, las décimas, la plegaria.
En su obra, redescubrimos la importancia de la oralidad como fuente primaria de la identidad y la memoria, una dimensión que no vimos venir, absortos como estamos en la vorágine del algoritmo.
Con sus implicaciones prodigiosas, Yrady nos recuerda que la enunciación de la palabra activa lo mágico en la acción, como el "abra-cadabra" o el "amén" que invocan la materialización de los hechizos y los buenos augurios.
La transmisión oral que sirve para instigar la maravilla de una conversa sin los tropiezos predictivos de la inteligencia artificial.
Y no sólo eso, sino la capacidad de "ganarse la escucha", lo que explica Jesús Martín Barbero como "la posibilidad social de tener una palabra propia".
Benito Yrady, comprometido con su país y su tiempo, logró escuchar y decir, exponiendo las razones de nuestro ser en medio de tantas palabras que a veces, de tanto repetirse, no dicen nada.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUSTRACIÓN JADE MACEDO • @jademusaranha