La muerte volvió a la cama, se abrazó al hombre, y, sin comprender lo que le estaba sucediendo, ella que nunca dormía, sintió que el sueño le bajaba suavemente los párpados.
José Saramago
04/11/24. A veces pensamos la muerte como el exterminio de la vida, pero la vida y la muerte constituyen una unidad. Quizás ese sea el secreto de toda religión, re ligare, vincularnos con lo que nos trasciende, hacernos en ese vilo ante lo que no podemos ver pero cae, cae fuerte, con ese peso que hunde todo cuanto nos mantiene firmes, cuando nos damos cuenta de que lo real también es lo ausente. Y eso es precisamente lo que nos alza, nuevamente, a contemplar lo que existe materialmente, pero que no puede ser sin eso.
No hay concepto ni palabra posible que pueda dar con este sentimiento, el culto a nuestros antepasados ... a quienes hicieron posible que estemos aquí, por eso vamos, llevamos flores y nos sentimos, una vez más, vulnerables.
Pensamos la ausencia del cuerpo de quien no está, de quien ha dejado de existir, dicen algunos, pero debo insistir, sólo corporalmente, porque sigue existiendo, y existirá como dicen, en la medida en que lo recordemos. Por eso el día de los muertos, un poco para saber que siguen y otro poco para que no olvidemos que somos, como ellos, pasajeros en un cuerpo, en la tierra y que depende de nuestras obras, de lo que hemos sido, la manera en que queremos ser recordados.
Más allá de la ausencia física, el espíritu, crean o no, late y hace que el cuerpo sea lo que es. Algunos hablan también del alma, el alma grande, el alma que llevamos o nos lleva. Me interesa aquí la concepción del espíritu como aquello que hace que el cuerpo adquiera su particularidad, su especificidad más allá de que los rasgos fenotípicos para algunos entendidos no tengan nada que ver con el espíritu.
Yo opino lo contrario, el cuerpo es precisamente aquello donde se expresa lo que late, lo que nos hace movernos y conmovernos.
Pero estas líneas no tratan expresamente de una orientación digamos, fenomenológica, aquella que puede decir lo que el cuerpo es en su situacionalidad, en su variante acentualidad.
Esto trata de lo que nos dicta la ciudad, quizás también sea un gran cuerpo dinamizado por nosotros, los vivos. Pero, también los seres que la han habitado antes que nosotros, o un poco más reciente, generaciones novísimas que determinan junto con nosotros, lo que esta ciudad es. Algunos que sin embargo también no pudieron seguir existiendo como usted que lee o como yo que intento escribir sobre lo que, a decir verdad, no comprendo ni intento comprender.
Yo escribo en este día de los santos escuchando varias veces en la radio que es el día de nosotros, no sé si a manera de chiste o de fervorosa creencia por realzar aquello que determina la posibilidad de una voluntad que aspira realizada en conducción terrestre hacia el bien.
No se trata de una exploración moral, se trata, volvamos a decirlo, espiritual. Independientemente de que se crea o no, la gente, las caraqueñas y caraqueños, como habitantes de cualquier otra ciudad, no pueden escapar del amor.
Sí, puede sonar romántico, ¿qué hay de malo en eso? Y entonces, temprano, el primer sábado de noviembre, también puede ser el domingo como cualquier otro día, se llenan las floristerías porque alguien dijo una vez que a los muertos se les rinde homenaje con las flores, blancas, violetas, azules…
Lirios, rosas, cayenas, geranios, petunias… o cualquier otra…. A ella le gustaban los lirios, a ella las rosas blancas, escuchamos en el bus directo al Cementerio General del Sur… el único de Caracas, porque el del Este eso ya no es Caracas, dice un viejo, este es el cementerio de nosotros, los caraqueños.
Aquí están todos los caídos, los que lucharon por la libertad, los mártires de febrero, los de tantos otros meses, los de tantas otras luchas… aquí está María Francia, la santa de los estudiantes… aquí están mi abuela y mi abuelo, aquí …
Voy caminando, me voy dando cuenta que no sólo flores, un hombre llora sobre una tumba, bebe de un vasito, creo que es ron por el color, un poco más allá, la botella, casi vacía.
Recuerdo otros rituales, el de un enterramiento, hace unos años, la madre de un amigo, fuimos escoltados por una patrulla, el monte crecido, la llovizna. Un sacerdote dijo unas palabras que fui incapaz de escuchar, una señora con varias flores en la mano, girasoles, esas también son comunes un día como este.
Pienso en lo que escribo y en lo mucho que se habla de las tradiciones de los países hermanos, México, por ejemplo, el que más ha difundido su tradición, las catrinas, las velas, las caras pintadas como película Disney, lo que la industria del consumo ha procesado y proyectado como tal… si esperaban un efecto los amantes del capital, ciertamente, ha sido la multiplicación del consumo, la expansión de un imaginario con jingle que se fija tanto como otra tradición norteña que prefiero omitir y que como era de esperar, se desprende de toda connotación de sentido propiamente espiritual.
Digo lo anterior y me acuerdo de la imagen de una amiga con la cara pintada como catrina, reside en México, por cierto, ha colocado su foto en una conocida red social, una leyenda, el agradecimiento a quienes le enseñaron sobre el valor de recordar a sus seres queridos por esta fecha, darle una nueva mirada, no sé si la palabra sea “más alegre”, pero tal vez sí pueda decirse, de dicha, de mantener viva la memoria.
Regreso a Caracas, entre las tumbas, hay quienes cantan, algunos bañados en lágrimas, otros riendo, recordando alguna anécdota junto al ser cuyo cuerpo yace unos cuantos metros bajo tierra.
Han acudido aquí porque necesitaban, seguramente, estar lo más cercano a esos cuerpos, esos que ahora no pueden moverse, que se van convirtiendo en polvo, porque así ha sido escrito desde el principio de los tiempos.
No hay concepto ni palabra posible que pueda dar con este sentimiento, el culto a nuestros antepasados –quizás el más antiguo que existe-, a quienes hicieron posible que estemos aquí, por eso vamos, llevamos flores y nos sentimos, una vez más, vulnerables.
Y esa es precisamente la vida, no porque existe este día en el calendario, uno de los tres más importantes para quien se fije bien, de nuestra realidad cultural venezolana, caraqueña para más precisión, donde solemos visitar el cementerio: Día de la Madre, día del cumpleaños del ser querido, de cuando llegó a la tierra, Día de los muertos…
Es lo que observo intentando realizar una retrospectiva de cómo el bulevar César Rengifo, aquí en esta gran zona donde se ubica el Cementerio General del Sur y que así mismo se llama, El Cementerio, en la parroquia Santa Rosalía, en Caracas, se congestiona precisamente el Día de las Madres y el Día de los Muertos… Y es que además, desde hace exactamente un mes se ha declarado oficialmente la Navidad… las calles, decoradas, nos recuerdan que la vida, ciertamente, es bella, pero, no olvidemos, tan efímera que, como dice una voz conocida, lo más seguro que tenemos es la muerte, aunque ella sea tabú y no nos guste ni siquiera mencionarla, tal vez porque olvidamos que no podemos ser sin ella.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
FOTOGRAFÍAS NATHAEL RAMÍREZ • @naragu.foto