08/11/24. Antes de iniciar estas líneas no pocos autores pasaron por mi mente, Benjamin, Barthes, Jameson… pero sobre todo, la que más dicta su eco a la hora de recordar lo que somos, es la calle. Al menos en nosotros, citadinos, instaura su hegemonía desde múltiples ángulos para decirnos tanto, pero tanto que poco podemos captar.
Uno de esos, que no puede ser llamado sino héroe, fue, mejor dicho, es, porque su ejemplo sigue latente a pesar de que, no hay duda, cayó en combate, ofrendando la verdad...
Vivimos atrapados en imágenes, a veces tan fugaces que parecen tacharse entre sí. La imagen, en general, se ha vuelto un culto desde el mismo momento en que el ser humano optó por fijarse bien en la roca, en un lienzo y un poco más acá en el tiempo, en la fotografía, y más acá, en la reproducción serial, envolviéndonos de una manera que nos ha hecho, a nosotros mismos, parte de todo eso que, acelerado y efímero, llamamos mundo.
El culto a la imagen, a la propia, del selfie, nos va destruyendo poco a poco, incapaces de atajar un concepto que pueda definirnos en su integralidad. Si antes era difícil pensarnos como sujetos, como agentes morales, ahora, frente a lo que pensamos somos pero no logramos precisar con exactitud, aunque no nos tiemble el pulso al hundir la punta del dedo sobre el dispositivo que fijará el instante. Hábito que parece progresiva y no tan paradójicamente, borrando la huella dactilar, lo que nos distingue, en tanto única, y que al mismo tiempo va dejando de ser, porque la imagen, el gesto, ya lo han dicho otros, cada vez es más repetido…
Pero ante todo eso, afortunadamente, hay quien piensa, apostándole todo, incluso la vida misma, que la realidad que nos realiza, ofrece, en ese mismo proceso, otra forma de mirarnos, de comprendernos, de encontrarnos, de liberarnos.
Cuando la imagen, la fotografía, para más precisión, es aquello que nos sacude invitándonos a ser, nosotros, la lectura, inevitablemente, cambia, convirtiéndose así en un acto de libertad, una praxis inigualable, insustituible. Por eso es siempre un riesgo, por eso existen los fotógrafos, los buenos, los que no venden su alma a cambio de una historia inventada, como sucede en tiempos de posverdad.
Uno de esos, que no puede ser llamado sino héroe, fue, mejor dicho, es, porque su ejemplo sigue latente a pesar de que, no hay duda, cayó en combate, ofrendando la verdad, la real, para que la historia sea en sí, como realmente es, una propiedad colectiva, hecha desde abajo y por tanto, lo más transparente posible. Uno de esos es Jorge Ibraín Tortoza Cruz, fotógrafo con años de experiencia, quien, cubriendo la marcha opositora del 11 de abril del año 2002, fue el objetivo de pistoleros de lo que desde entonces se conoce como la masacre de Puente Llaguno, en pleno centro de Caracas, a pocos metros del Palacio Presidencial de Miraflores. Para entonces Tortoza tenía poco más de una década laborando en el conocido Diario 2001, famoso por sus fotografías a todo color del acontecer nacional.
No hace mucho, justo cuando se cumplieron veintidós años del terrible suceso, el Ministro del Poder Popular para la Cultura, Ernesto Villegas, inauguró la exposición La Mirada Amenazada, en la Galería de Arte Nacional, bajo la curaduría de la reconocida documentalista Liliane Blaser, y en homenaje tanto a Tortoza como a otros reporteros gráficos heridos en las mismas circunstancias.
Escribo estas líneas pensando en muchos otros caídos, asesinados por querer mostrar lo que ocurre, en los miles de periodistas desaparecidos en el mundo, en que realmente seguimos sin saber mucho de quiénes son, en todo lo que arriesgan, y vuelvo al hombre, a la dignidad, porque quien, como Tortoza, sabe lo que busca, de alguna manera espera que una vez hallado, no vuelva a repetirse, como su propia inmolación.
Pero, lo sabemos, y quizás él también, lamentablemente, esto se ha repetido y seguirá, hasta que la imagen misma se haga en nosotros, entonces, no captaremos la muerte en manos de la muerte, sino la vida, la libertad.
Habría que hablar, en una sección como esta, del hombre, pero ¿qué es Tortoza, sino entrega, ejemplo de quien no puede tolerar las injusticias, incluso cuando ahora, la imagen misma es instrumento de dominio, de sometimiento, de esclavitud?
Quizás hoy en día cualquiera puede tomar fotografías, pero fotógrafo es aquel que ha comprendido que la imagen está ahí, invitándonos a ser libres, es decir, liberarnos de todo lo banal y corriente que cosifica el gusto, la mirada, la vida e incluso, la propia muerte.
Por eso, no podía sino dedicarle a él, a Tortoza, como a muchos, esta breve reflexión, agradeciéndole, una vez más, esa entrega que nos hace, sin duda, a los que estamos de este lado de la vida, un poco más humanos. Muchas gracias.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN JADE MACEDO • @jademusaranha