23/01/25. Solemos pensar la democracia como aquella idea romántica donde todos podemos ser y hacer lo que queramos, pero, cuando se trata de protagonizar los procesos históricos, la exigencia va más allá, pues nos interpela en el mismo momento en que afrontamos el desafío de existir en comunidad.
El ser que se encuentra más allá de la competencia, es el único ser posible, el que puede salvar a la comunidad y reivindicar así, aquella libertad...
Escribo, por ejemplo, a esta hora en que suena una canción que me recuerda los primeros ejercicios conscientes de mi juventud y no solamente al carácter lúdico que suele asociarse a esta etapa de la vida, aunque no dejemos de gozar, de sentir que vale la pena respirar los cambios que caracterizan nuestras propias experiencias vitales.
He unido ambas palabras lo que pudiera ser más bien una tautología, pero me parece necesario reconocer tal asociación como un elemento clave en la búsqueda de lo que persigue este breve escrito, sobre el cual, he de advertir, vengo trabajando desde hace un buen tiempo.
¿Qué quiero decir con esto último? Busco significar como sujeto político, el protagonismo, por ejemplo, al que nos ha invitado, inevitablemente, el tiempo, una categoría, por demás, constituyente de la propia dignidad humana, si la reconocemos como forjadora de nuestra propia identidad, por ejemplo, como responsabilidad política.
El tiempo nos interpela en tanto deviene historia socialmente compartida, y allí la génesis misma de la demo-cracia, como posibilidad que tiene una comunidad de sujetos capaces de enfrentar el desafío de vivir juntos.
El salto de una democracia liberal representativa a una democracia deliberativa acentuada como participativa y subrayemos para nuestro caso, protagónica, no es poca cosa, amerita ir más allá de las narrativas en las que creen aquellas y aquellos que, falsamente amortiguados en la ilusión de que son capaces de elegir en la “amplia gama” que “les ofrece”, el mercado global, dicen conducir sus vidas en función de que puedan sentirse más que bien, competentes en la dinámica que los ata a la reproducción misma de un sistema profundamente desigual.
Nos referimos aquí, como quizás usted ya habrá advertido, al gobierno del capital sobre la propia cosificación de la mujer y el hombre, incluyendo aquí, a las y los jóvenes, niñas y niños que participan activamente en esa misma dinámica, pues no olvidemos que aquí nadie se salva.
Pero si de salvarnos se trata, debemos reconocer los diversos procesos de anclaje a la realidad, sí, el cable a tierra que sondea nuestra propia posibilidad de, en efecto, ser. El ser que se encuentra más allá de la competencia, es el único ser posible, el que puede salvar a la comunidad y reivindicar así, aquella libertad que es encapsulada y castrada por el propio gobierno de lo efímero, del que nos han hablado, no podía ser de otra manera, los pensadores críticos que no en vano, han formado parte de movimientos sociales en pos de la transformación de las sociedades a lo largo del orbe.
En la ineludible tensión entre un imaginario condicionado por el mercado, por nuestro valor de uso y valor de cambio, versus un imaginario centrado en el valor que cada quien ocupa como sujeto autónomo, digno, autorreflexivo y solidario, se ha inscrito, por lo menos desde hace más de dos siglos, la realidad histórica de nuestros pueblos. He allí la necesidad de advertir nuestros respectivos lugares de enunciación y las diversas maneras en que estos participan activamente en el forjamiento de lo que somos como personas.
Por eso, a la hora de pronunciar la palabra democracia, pensemos, por favor, quiénes somos y quiénes deseamos ser, pensemos más allá de nuestras individualidades, pensemos en el acervo que nos ha impulsado a llegar hasta aquí, pensemos, de ser posible, hacia dónde deseamos ir, pero no dejemos de pensar haciendo, es decir, como han dicho otras y otros, sentipensemos.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ