23/01/25. Por allá, cuando el Metro de Caracas estaba comenzando a perder su aire novedoso, la plaza de La Hoyada era un hermoso vertedero de la gente que arrojaba una de las salidas de la estación. En esa enorme explanada se podía ver, de cuando en vez, a un muchacho con atuendo de gimnasta -muñequeras incluidas- sentado a unos veinte metros de un aro con afilados cuchillos que apuntaban al centro del círculo dejando poco espacio para que pasara un cuerpo humano. Todo indicaba que en algún momento el atleta iba a coger impulso y saltar para atravesar el collar de puñales. Los transeúntes se aglomeraban en espera de la proeza. Excelente puesta en escena: sencillo, cautivante y efectivo. Una persona, con modo y aspecto de indígena, aprovechaba la aglomeración para sacar unos frascos contenientes de un menjunje elaborado con hojas, pedacitos de madera y quién sabe qué otra cosa.
Dicen los publicistas que se puede engañar con las características del producto, pero que no se puede ofertar lo que no existe.
Es difícil discernir si le costaba hablar español o lo fingía para convencer que provenía de otra comunidad lingüística. Lo cierto es que esto le otorgaba más verosimilitud a su engaño. Poco a poco todos olvidaban al inminente gesto heroico del gimnasta, cuyo trabajo verdadero consistía en estarse sentado allí, mirar con cierto recelo a los cuchillos, sin mover un dedo. La gracia, la proeza era realmente la del charlatán con su extraordinaria elocuencia, dando cuenta de una tradición que se registra desde hace cientos, si no, miles de años. La estrategia ha cambiado poco: hay un mal que mi producto resuelve, ¡Compra ahora! o ¡Llama ya! Es lo mismo, lo importante es el cuento.
Cuando el pasado 9 de enero vi por televisión a un personaje encaramado en el techo de una camioneta, dirigiéndose a un grupo de personas, recordé el gesto y la voz hecha con una mezcla de convencimiento y fervor del vendedor del jarabe milagroso en la plaza. El discurso era el milenario: traigo aquí lo que resuelve tus males. La estructura de cada acto sí que era muy diferente. Mientras que en uno se esperaba el salto entre el rosario de bayonetas, aquí se esperaba... no sé… la llegada de un anciano, las trompetas de apocalipsis, algo así. En ambos casos los oradores sabían que una vez mordido el anzuelo ya la atención estaba en la adquisición del producto y no en el anzuelo. Pero, mientras el embaucador en La Hoyada entregó su fraude en botellas tangibles, el artificio del día nueve terminó con un souvenir inesperado: ¡El secuestro de la oradora! El ardid duró tan poco y fue tan torpemente explicado, que estoy seguro que todos los presentes se hubiesen conformado con el salto por el aro, aunque los estiletes fuesen de goma. Dicen los publicistas que se puede engañar con las características del producto, pero que no se puede ofertar lo que no existe. Esa estafa no se perdona.
POR RODOLFO PORRAS • porras.rodolfo@gmail.com
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ • (0424)-2826098