“Quiero aprender cada vez más a ver
lo necesario de las cosas como bello:
así seré uno de los que hacen bellas las cosas”
Friedrich Nietzsche
19/01/2023. Tal vez la mejor manera de definir la cotidianidad es por la negación de lo extraordinario. También como el conjunto de rutinas que se diluyen en rituales intrascendentes. En todo caso, la cotidianidad ocupa la casi totalidad de nuestras vidas como individuos y como sociedad.
Viéndolo así, el teatro es la mirada al segmento en el que lo cotidiano se trastoca, nuestro devenir deja de ser ordinario, nuestra práctica abandona la rutina. El minuto que todos los días es perfectamente deducible se transforma en un abismo en el que puede ocurrir la maravilla o la catástrofe. La sorpresa, el asombro son, entonces, atributos incontestables de lo no cotidiano, materia fértil para lo teatral y, en general, para cualquier actividad creadora.
Ahora bien, lo extraordinario ocurre sí y solo sí existe lo ordinario. Y aquí nos tropezamos con una de esas paradojas que escocen el pensamiento. Si todos los días cae una bomba, todos los días matan a un vecino. Si todos los días tienes que pasar siete alcabalas en las que tienes que mostrar una identificación o un pase para moverte en tu ciudad. Si el paisaje del diario deambular está compuesto por casas y edificios medio sostenidos gracias a la ineficacia de la destrucción total, digamos -por decir algo- La Franja de Gaza, lo ordinario es el horror, la cotidianidad es la catástrofe, la maravilla podría ser lavarse los dientes de manera sosegada, sin sentimiento de espanto, de hastío, de odio soterrado. Esta paradoja es, por cierto, materia aún más fértil para el hecho teatral.
Nos vamos entendiendo; las situaciones en la que lo cotidiano se trastoca, en donde lo ordinario de por sí es extraordinario fuera del ámbito en donde ocurre, son las situaciones en las que el ser humano anda por un borde, anda rozando sus límites, anda hurgando en lo que ocurre allá afuera y en lo que ocurre en lo más íntimo dentro de sí. Cuando nos hacemos la vista gorda, cuando nos escapamos de ese borde sin siquiera tratar de echar un vistazo, entonces la cotidianidad, el acto de todos los días que no duele, que casi no se percibe, se vuelve plano, fofo, inútil y nos aprestamos a vivir tal cual: planos, fofos, inútiles.
El teatro es, o puede ser, ese recordatorio que nos conceda vivir con textura, con firmeza, sintiendo la utilidad de cada día. Al menos que el hacer teatro se convierta en una triste rutina del glamour… en ese caso es mejor comer sin mirar el desayuno idéntico de todas las mañanas, so pena de morir anoréxicos.
POR RODOLFO PORRAS
ILUSTRACIÓN ERASMO SÁNCHEZ