23/01/2023. Transcurridos miles de siglos, recordó que era Ames. No la combinación de longitudes de ondas que a través de todo el universo era ahora el equivalente de Ames, sino el sonido que correspondía a la pronunciación de su nombre. Nació así una pálida evocación de las ondas sonoras que ahora no percibía, y que no percibiría jamás.
El nuevo proyecto aguzaba su memoria, resucitando tantas y tantas cosas extraviadas en la noche de los tiempos.
Entonces condensó las cargas de energía que constituían el conjunto de su individualidad, y sus líneas de fuerza se extendieron mucho más allá de las estrellas.
La respuesta de Brock llegó hasta él.
“Puedo confiar en Brock”, pensó Ames. Estaba seguro.
El flujo energético de Brock entró en contacto con el suyo:
—¿No vas a venir, Ames?
—Claro que sí.
—¿Participarás en el concurso?
—¡Sí! –las líneas de fuerza de Ames se agitaron con intensas pulsaciones–. Sin duda. He soñado con una nueva forma artística. Algo original.
—¡Cuánto esfuerzo derrochado en vano! ¿Cómo puedes creer que exista una nueva variante después de dos mil siglos? No podemos descubrir nada nuevo.
Por un momento Brock quedó fuera de fase e interrumpió la comunicación, y Ames vio obligado a reajustar sus líneas de fuerza. Captó entonces extraños pensamientos a la deriva, le llegó una visión de galaxias polvorientas sobre el telón aterciopelado de la nada, percibió las líneas de fuerza de torrentes insondables de energía vida, errantes por toda la galaxia.
—Por favor, Brock –suplicó Ames–, absorbe mis pensamientos. No bloquees tu mente. Se me ha ocurrido la manera de manipular la materia. ¡Imagínate! Una sinfonía de materia. ¿Por qué molestarse con energía? No hay nada nuevo en la energía y lo sabes. ¿Cómo podría ser de otra forma? ¿Acaso no prueba eso que debemos experimentar con la materia?
—¿La materia?
Ames registro entonces las vibraciones energéticas de Brock y las interpretó como
manifestaciones despectivas.
—¿Por qué no? –dijo–. ¿Acaso nosotros no hemos sido antes materia? De eso hace un quintillón de años, por lo menos ¿Por qué no construir objetos o incluso formas abstractas partiendo de la materia? Escucha, Brock... ¿por qué no moldear una réplica nuestra con materia, una materia a nuestra imagen y semejanza, tal como fuimos alguna vez?
—No recuerdo nuestro aspecto –dijo Brock–. Todos lo olvidaron ya.
—Yo lo recuerdo –dijo Ames con vehemencia–. No pienso en otra cosa, y estoy comenzando a recordar. Brock, déjame mostrarte. Dime que tengo razón. Dímelo.
—No. Es estúpido. Es... repugnante.
—Déjame intentarlo, Brock. Hemos sido amigos. Hemos reunido nuestra energía desde el principio, desde el momento en que nos convertimos en lo que ahora somos. ¡Por favor, Brock!
—De acuerdo, pero hazlo rápido.
Ames no había sentido correr un temblor igual, a lo largo de sus líneas de fuerza, desde... ¿desde cuándo? Si lo intentaba ahora ante Brock y obtenía éxito, se atrevería a manipular la materia ante la Asamblea de Seres Energéticos que estaban esperando en vano el nacimiento de una novedad desde hacía varios milenios.
La materia se hallaba ahora muy dispersa, en los intersticios de las galaxias; pero Ames la concentró, barrió volúmenes que sumaban años luz elevados al cubo, seleccionó los átomos, obtuvo una consistencia gelatinosa y obligó a la materia a disponerse en forma ovoidal, alargada en su parte inferior.
—¿No lo recuerdas, Brock, si era como esto?
El haz energético de Brock se conmovió con una sacudida en fase.
—No me obligues a recordar. No recuerdo nada.
—Eso era la cabeza. Así la llamaba; cabeza. La recuerdo también que podría pronunciar el nombre. Quiero decir, emitir sus sonidos –esperó un momento, y dijo: Mira, ¿recuerdas esto?
En la parte superior del ovoide apareció la palabra “CABEZA”.
—¿Qué es eso? –preguntó Brock.
—Pues el término que designa la cabeza. Los símbolos que representaban esa palabra en su traducción sonora. ¡Dime que lo puedes recordar ahora, Brock!
—Había algo –Brock vaciló–. Algo a la mitad.
Y tomó forma un cuerpo vertical.
—¡Sí, claro! ¡La nariz, eso es! –dijo Ames, a la vez que aparecía la palabra “NARIZ” en el lugar indicado–. Y aquí están los ojos, a ambos lados.
¿En realidad deseaba lo que estaba haciendo?
—La boca –dijo, sus líneas de fuerza temblaban–. Y el mentón, y la manzana de Adán, y las clavículas. ¡Voy recordando los nombres! –Y todas ellas aparecieron escritas junto a la figura ovoide.
—No había pensado en todo eso en varios miles de siglos –dijo Brock–. ¿Por qué lo trajiste a mi memoria? ¿Por qué?
Ames estaba absorto en sus pensamientos. Había otras cosas, el órgano del oído y sus receptores de ondas sonoras. ¡Las orejas! ¿Dónde hay que ponerlas? No recuerdo nada.
—Olvídalo todo –gritó Brock–. Las orejas y todo lo demás. ¡No lo recuerdes!
—¿Qué hay de malo en recordar? —replicó Ames, desconcertado.
—Que la superficie no era áspera ni fría como tu escultura, sino dulce y tibia. Que los ojos eran tiernos y vivos, y los labios de la boca trémulos y acariciantes se posaban sobre los míos.
Las líneas de fuerza de Brock palpitaban y se apagaban, intermitentemente...
—¡Me duele tanto!
—Me recordaste que antes fui mujer, y que conocí el amor. Que los ojos no solo sirven para ver, y que ahora no tengo con qué llenar ese vacío.
Entonces ella añadió materia violentamente a la cabeza, elaborada en forma burda y gimió:
—Pues bien, que esto la termine –giró sobre sí misma y se fue.
Y Ames comprendió que antes fue un hombre. La fuerza de su energía partió la cabeza en dos. Salió velozmente por las galaxias, siguiendo el rastro energético de Brock, para volver al inexorable destino de la vida.
Los ojos de la cabeza resquebrajada seguían brillando con la humedad que depositó Brock, cuando quiso representar las lágrimas. Y la cabeza de materia logró lo que los seres energéticos no podrían conseguir en toda su existencia: lloró por la humanidad entera y por la frágil belleza de los cuerpos a los que un día los hombres renunciaron, miles de siglos atrás.
De Cuentos de ciencia ficción, 1965.
El autor
Isaac Asimov
(Rusia, 1920-Estados Unidos, 1992)
Escritor y científico, autor de más de 400 libros. Es uno de los autores más famosos del género de la ciencia ficción. Se distinguen igualmente en su obra las antologías del género que compiló y sus libros de divulgación científica. Entre sus obras más importantes están Yo, robot (1950), El fin de la eternidad (1955), Los propios dioses (1972) y Némesis (1989).
ILUSTRACIÓN: JAVIER VELIZ