30/01/25. Primero pusieron un asta. Esta, tiene en su punta una bola de metal. Allí se posó el cristofué, en la que ondea la nueva bandera de Caracas. Luego, pusieron la otra, con otra punta en la que, hasta ahora, ningún pájaro pudiera. Altos de uno de los edificios que está en la esquina de Gradillas, para que sepan el dónde; el cristofué y Nicolasito, el también patrimonio caminante de esta ciudad, porque son dos, los quienes. El qué es muy fácil, porque los dos hacen lo que hacen y la observación, en estos tiempos de pantallas, es cosa que enseña.
Desde el dos de enero, día de la carruchada en la avenida Urdaneta que me ganó Nicolasito con una planificación que tiene que ver con el patrimonio vivo que es, hasta hoy, día indeterminado de este mes que se parece a junio, con carnavales y semanas santas repetidas, han pasado “23 días y cuarenta y ocho noches, tantas lloviznas, algunos reflejos, lunas llenas y menguantes y tanta basura promedio por persona que habita esta ciudad”. Fin del parafraseo del antropólogo de hoy.
Tacagua
Con, y sin cristofués, Nicolasito vive en lo alto de una de las torres de Parque Central. Su taller, donde elabora esto y aquello, más lo otro, ha visto pasar a, por ejemplo, el libro aquel que recogió de la basura, lo leyó, lo encuadernó y después, estaba exponiendo en el Museo de la estampa y el diseño Carlos Cruz-Diez. En la plaza de la Juventud, ese espacio maravilloso de Caracas, Nicolasito enseñaba a dos chamitos a jugar con un trompo hecho artesanalmente con materiales que están en la basura. “Que no se llama trompo, chamo”.
La voz del doctor, porque Alejandrina Reyes, rectora de una universidad, que sabe de trayectorias y de otras cosas, explica a quien quiera oír por qué ese señor es doctor, es lejana porque viene desde adentro. Suena a lluvia sensata a veces, y otras es un aguacero en los que no se pueden elevar los papagayos.
Ese doctor, el día de la competencia de carruchas en la avenida Urdaneta, me aconsejó esperar y no salir apenas den la señal. La adrenalina se apoderó de mi cuando unos chamitos, actuando como chamitos, pretendieron adelantarme así, sin que dieran la señal; yo me adelantaba y ellos también, sin mirarme, pero era evidente que estaban juntos en la jugada.
Uno tendría ocho y el otro diez. Me trancaron y el jefe de Gobierno de Caracas bajó el banderín.
Desde Veroes había competidores. Ibarras, Pelota, Punceres…allí, la bajada se hace más pronunciada y el chamito de once, ahora como de sesenta años, intencionalmente, para que ganara su hermano, porque seguro que era el hermano mayor y no le importó para nada las reglas, incrustó su rolinera derecha con la mía izquierda; derrapé y para no chocar a una persona que pudo atravesarse por descuido, choqué con la acera en Punceres y Nicolasito, de repente, me pasó por el lado a una velocidad impresionante y logré verle, de reojo, una sonrisa. Después no lo vi más.
Antes de la carrera, no el mismo día, claro, porque si no, no sería verosímil: nadie compite en una carrucha con un cuatro. Antes de la carrera, serio, canta una canción que da mucha risa rasgando el cuatro, porque la “intelectualidad mentirosa”, esa categoría descubierta por el doctor Agüero, le inspiró para eso, y también para aquello. Con lo otro, que también lo domina a la perfección, asegura que la depresión, así junta, solo sirve para ablandar las caraotas. Algún día lo entrevistaré. Y hurgando en la memoria, a última hora, recuerdo, Nicolasito cambió la carrucha. Por ahí anda, todo orondo, porque ganó una carrerita ahí. Quiero la revancha. Mientras, él se pregunta adónde irá a parar el taller.