13/07/2023. “Voy saliendo para Caracas”. La voz de la madre es neutra a estas alturas. “¿Te la llevo?”. “Sí”, contesté sin pensar.
Luego de varias noches sin, “nos vamos caminando de la plaza Bolívar de Caracas hasta la plaza Bolívar de Naguanagua”. Desde sus nueve años, me mira incrédula. “¡Corre!”, y agarro su bolso y nos montamos en una pickup roja cerquita de La Bandera hasta…El Valle.
Frente a la estatua de Alí Primera, desde un autobús de la fábrica de Yaracuy, el colector hace una “T” con las manos: Santa Teresa. En la entrada de Charallave, otra carrera: un camión 350 se detiene: “me paré por la niña”. Ella recupera el aliento y sonríe. O creí ver una.
En Guacara (llegamos en cuatro horas), comimos galletas de soda con arequipe de leche de cabra, recién hecho. Compartimos con la vendedora de chucherías. En la sombra del árbol desconocido, cientos de pájaros anidaban. Y pájaras, claro.
La roncha
Ella escribió “Pte. Bárbula” en dos hojas que, extrañamente, estaban en blanco por las dos caras. La frase quedó cortada en la segunda b, y el viento separaba el destino mientras ella volteaba y ningún vehículo se paraba. “¿Caminamos?”.
Faltan unos cincuenta metros hasta el próximo árbol. Autopista Regional del Centro, empezamos, ella estira su dedito pulgar y llegamos sudados. Bebe agua, se rasca el cuello, suspira, pasa un rato, me dice que sigamos hasta la próxima sombra. Este árbol está más lejos.
Ya no hay nidos ni dulces. Silencio. Sol, sol, sol, sombrita de árbol pequeño desde donde se miran los rieles del tren. El Tren de Aragua tiene otra connotación después de la pandemia. Un camión de seis ejes toca la corneta. Corremos.
La de Naguanagua
“A veces pasamos y lo tocamos”, me dice con su uniforme escolar de quinto grado, y señala al Libertador. “No me gustó...” y dijo esto, aquello y lo otro. Y yo que creía que todo era una aventura. La noche de luna llena, desde la carpa, la veía ver. Cerca de la plaza, compré una pala en cinco dólares. Usada, vieja, gastada, perfecta. En una patineta, se logró el pico prestado, que es difícil prestarlo. Pala y pico en la plaza Bolívar de Caracas, tierra especial, diría un caraqueño cualquiera. Obra de teatro a las tres de la tarde; a las dos y veinte, dos respuestas igualitas: “Nooooooo, no podemos guardarlas mientras vas a la obra”. Agricultura urbana, le dicen.
Pero eso fue después que nos montamos en el camión con aire acondicionado. Cuando la monté en caballito y dijo que se sentía como en el camión, seguí caminando. Y Gillman, se borraron las letras de tu lápida. Pido prestado el pincel, tú pones la pintura blanca.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @elyerbatero2020
FOTOGRAFÍA MAIRELYS GONZÁLEZ • @mairelyscg27