En esta sociedad de persistente narcisismo donde lo desigual resulta una constante, hay quien piensa que el deseo puede satisfacerse sin más, con aquello que siendo diseñado exclusivamente para eso, genera una intensa dependencia y parece que sólo cuando la hiperestimulación se torna problemática, es decir, cuando causa severas patologías, como por ejemplo, aquellas y aquellos que utilizan determinados dispositivos para potenciar el placer en determinadas zonas erógenas, de los cuales luego les cuesta desprenderse… y es cuando comienza a tomarse en serio su regulación.
Aquí nos preguntamos: ¿Podrá ser la IA (inteligencia artificial) una ayuda para quienes así sumergidos –por ejemplo, en una inmensa soledad-, les cuesta establecer contacto con otros/as seres humano/as?, ¿Hasta qué punto lo que llamamos “amor” puede seguir definiéndose de la manera en que hasta ahora lo hemos hecho?, ¿Qué es, en definitiva, “hacer el amor”, “enamorarse”?
Ninguna de estas grandes preguntas puede responderse, ni me atrevo a hacerlo, menos en este espacio tan reducido, pero mantenerlas en la palestra de su dominio público alimentan un poco más la necesidad de esta reflexión.
Numerosos han sido los ensayos, novelas, películas... que han abordado las inevitables posibilidades de ser capturados por un sistema, llamémoslo red algorítmica o más precisamente, red neuronal creada “artificialmente”, hasta llegar por ejemplo, al establecimiento de un auténtico “ecosistema”, lo que también denominamos, desde la aparición de la película del mismo nombre, la “matrix”.
Una compleja red que nos subsume como agentes no siempre activos, sino más bien pasivos que se dejan llevar por un tipo de lenguaje, una argamasa de dispositivos, que condicionan la posibilidad de sentir, expresar y estar, lo que suponemos como legítimo y favorable para nuestra satisfacción, la que desde una perspectiva crítica, suponemos que no es plena. ¿Por qué?
Porque incluso suponiendo que puede crearse un ser, androide, robot, cyborg o cualquier equivalente, revestido de una piel tan similar a la de un ser humano “natural”, que pueda tener una boca con su lengua, sus dientes y hasta el aliento, los fluidos, la temperatura… todas sus respuestas son una simple –aunque no sea tan simple-, respuesta ya programadas por otro u otros… seres humanos que lo han diseñado.
Momentos tan dramáticos como la pérdida de un familiar amado, como lo vemos en la película “Réplicas”, puede tentar a más de uno, como le sucedió al protagonista –acaso “héroe”- de dicho drama, a crear robots idénticos… aunque “la memoria” del ser humano que ya no se es, empiece a surgir, revelando el vacío de que algo no está bien, genuino guiño-grieta de la historia, que da pie para afrontar el dilema bioético que tales creaciones representan para la humanidad…
Me refiero, por ejemplo, a la inevitable aceptación de la mortalidad humana como condicionante primario de nuestra propia existencia, en tanto significación de la cotidianidad que nos realiza y que nos hace pensar, por ejemplo, en ciertos ideales de trascendencia que impulsan nuestras acciones en pos de las generaciones venideras, aunque es cierto, a veces pareciera que muy pocas personan lo piensan, es una latencia, un impulso donde tal vez resida nuestra facultad de amar.
Subrayemos, por favor, la palabra persona, a la que he acudido en otras oportunidades en este mismo espacio: ¿Qué es una persona? Para decirlo con palabras bastantes breves, un agente responsable de sí mismo, desde la disposición al respecto de la singularidad de otro/a, lo que implica, entre otras cosas, la capacidad autoevaluativa de sus propias apetencias, el reconocimiento de los propios límites, por ejemplo, ante las diversas apetencias que necesita satisfacer para poder sobrevivir.
¿Puede hacerlo una máquina? Tal vez, pero acentuemos la frase que hemos elegido por título… sentirse enamorado implica, no sólo deseo, al menos no después de la primera significación, sino también poder mantener una experiencia dialógica auto y hetero-responsable que más allá de que “la máquina” pueda responder –como sucede en la película “Her”-, también en que ambos participen activamente en lo que esto implica, llevando a la consumación plena –incluso coital- de quienes dicen amarse…
¿Puede una máquina “sentirse” querida, más allá de los códigos para los cuales ha sido diseñada? Yo creo que no, y uno de mis argumentos es que no creo que sea capaz de producir intuiciones de la misma manera en que lo hacen los seres humanos, pues carece de la amplitud contextual tan cultural como natural que estos poseen… y podríamos enumerar muchas más condiciones que participan activamente en ese “estar enamorado”.
Así que no creo en eso de que “me enamoré” de una IA sea una expresión realmente válida, por muy honesta que pudiese ser para quien la emite en tanto expresión de sus propios sentimientos.
Aquí no podemos obviar lo que es más que evidente: la creación de nuevos placeres y nuevas formas de sentirse amado… Como tampoco podemos obviar el riesgo, no muy lejano, de que las propias máquinas generen su propio lenguaje y puedan gobernarnos… como pareciera que a veces sucede.
Benjamín Martínez
@pasajero_2