Uno es el yo de un tú
o no es nada.
Ernesto Cardenal
13/02/25. Puede que escribir sobre un ser humano resulte una tarea que deba emprenderse sin dificultad, pero escribir sobre un poeta con todas las letras, no lo es, menos si ese poeta es uno de los que sientes, de alguna manera, que ha incidido en tu propia búsqueda escritural, pero más aún si ese poeta es, acaso, un místico, es decir, aquél que nos enseña, en cierta forma, un estilo particular, sagrado, de relacionarnos con la naturaleza, con dios, con nosotros mismos…
...se aventuró al gran desafío de hacer posible el reino de los cielos en la tierra, y así lo demostró en ese ejemplo que es Solentiname, y sus innumerables diálogos con otros esfuerzos como por ejemplo, la Revolución Cubana.
En este caso el poeta es, uno al que quizás no siempre se le ha prestado la suficiente atención en los “círculos literarios”, valga aquí remarcar el adjetivo, sobre todo porque no es un poeta sencillo, bien sabemos que ninguno lo es, pero este del que hablo requiera su debida acentuación. Veamos.
Execrado y vetado por la élite hipócrita de la iglesia católica, por comprender que la única forma de vivir el evangelio es sentirlo como práctica viva desde los corazones de los pobres de la tierra, como reza la consigna de inculturación del evangelio emanada tanto de los debates del Concilio Vaticano II, como desde la propia realidad de los pueblos especialmente del sur.
Así como también rechazado y vilmente burlado por aquellos que se creen dueños de la palabra, sí, me refiero a los que creyéndose poetas, determinan quién realmente lo es o no, incapaces de ser, en toda la amplitud del término, escucha, que es, como sabemos, la condición y cualidad que debe tener todo aquel que desee ser digno de sí desde el diálogo con el otro, sobre todo si se trata de una escritora o escritor.
Se trata de un gran ser humano, sacerdote, poeta, extremadamente sensible al sufrimiento de los pueblos y de la mujer y el hombre como ser genérico y como ser particular, es decir, en su diferencia: Ernesto Cardenal, discípulo del monje trapense Thomas Merton en la abadía Nuestra Señora de Getsemaní, Kentucky, Estados Unidos, nos dijo algo que yo suscribo plenamente: la poesía es una forma de orar, de hablar con Dios.
Practicante del evangelio convivido, se aventuró al gran desafío de hacer posible el reino de los cielos en la tierra, y así lo demostró en ese ejemplo que es Solentiname, y sus innumerables diálogos con otros esfuerzos como por ejemplo, la Revolución Cubana.
De él recordamos un variado repertorio de poemas, desde lo más inmediato y crudo de nuestra realidad capitalista como su hermosa Oración por Marilyn Monroe, hasta su más excelso Cántico Cósmico, que es un gran himno que alaba con esplendoroso asombro la magnificiencia infinita del creador.
Yo pudiera decir otras cosas de este maravilloso ser que vino al mundo en Granada, Nicaragua, país natal de otro gran poeta como lo es Rubén Darío, remarquemos el es, porque aunque ambos ya no existan físicamente, al menos para quien sabe de los respectivos valores que nos infunden, siguen vivos en el corazón, el pensamiento y la acción de los pueblos, quizás por eso, cuando hablamos de Cardenal, hace unas semanas en el marco de su centenario, otro poeta amigo me dijo que no está lejos su posible canonización…
Y ahora que he citado ese guiño, debo agradecer esa voluntad por dialogar en la Casa Pocaterra, en Valencia, el lunes 20 de enero, justo el mismo día en que se cumplieron los 100 años del nacimiento de Ernesto Cardenal, sobre el valor de su obra y su vida, y así nos reunimos Pedro Téllez, Luis Alberto Angulo, quien suscribe, entre otros, y leímos varios poemas del homenajeado… dos días después, en Caracas, en el Centro de Estudios Latinoamericanos y Caribeños (Celarg), escuchamos a otros poetas: Ximena Benítez, William Ozuna, José Javier Sánchez, Gonzalo Ramírez, seguidos de un recital de los miembros del Frente de Creación Literaria Oficio Puro entre los que se encontraron Ana Gloria Palma, Ligia Álvarez, Mariana Núñez, Vilma Guilarte, Gardenia Perger, María Eugenia Acero Colomine, Cristóbal Alva y quien suscribe, y es que sólo la palabra puede celebrar la palabra.
Por eso, hoy celebramos el legado amoroso del gran Ernesto Cardenal y velamos porque su obra se siga conociendo cada día, pues sin duda es un estímulo invaluable para todas las generaciones.
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta