06/03/25.- Por la subida, cuatro tipos caminaban en fila india. Anochecía cuando llegaron al castillo, en esa colina de bello monte, así en minúscula, porque, además, el uso, excesivo, de las comas, en este texto, pretendo homenajear a Earle Herrera, profesor, escritor, y etcétera para no confundir más. Allá, otros tipos estaban en círculo, un círculo, de hombres.
La canción, los abrazos, Caracas allá abajo, tan hostil como plena, tan sucia como bella.
La cuadratura
Cuando el hombre escuchó “círculo de hombres”, de una, hizo la señal de costumbre: la uña del dedo índice se coloca debajo de la huella del pulgar, para no nombrar las cosas por su nombre, y los otros tres dedos se estiran; he ahí un círculo que significa “mariconerías y algo más”. Un hueco grande, pues.
Este hombre, de más de setenta años, reaccionó igual que la mayoría a los que invitó, mayores de cincuenta todos. “Eso es muy gay”. Estos otros, los convocantes a la vaina, tienen una visión distinta de qué es eso: “Es un espacio seguro y confidencial donde los hombres pueden reunirse para compartir sus experiencias, emociones y desafíos, sin juicios. Estos círculos fomentan la vulnerabilidad, el crecimiento personal y la conexión entre hombres”. Casi de un día para otro, que pudiera ser un dicho tonto, unos hombres se reunieron y echaron machete, para acondicionar el espacio, cerca del castillo.
Para pasar rápido el tema de los chinazos, el que se oyó peor fue un “y nos quebramos mutuamente”, frase que nada más de oírla da escalofríos; es un tema, porque poner que “da escalofríos” es un chinazo en sí mismo y así no se puede. El caso es que el hombre que pretende quebrar al otro, es un experto quiropráctico, conocedor de la anatomía humana y sus seiscientos y pico de músculos y estructura ósea y todo lo demás. Quebrarse es sanarse. Entonces, con charapos o machetes, los hombres limpiaron el espacio y ese sábado, en el que cantaba ella, unos hombres estaban en círculo.
El silencio
De los cuatro tipos que subían, uno se perdió. Se ausentó, se aisló, se alejó; algo pasó que hizo que al principio, estuviesen trece hombres. Un “bastón de mando” que era cualquier palo seco para leña pasaba de mano en mano, mientras el portador hablaba, todos los demás escuchábamos en silencio. Por primera vez, este escribidor oye a tres tipos de hablar, sin interrupciones, sin chalequeos, sin que te den un coñazo, de esos que se dan “jugando”. Y escucharon tres tipos.
El bastón de mando en algún momento fue leña de un fuego que nunca se apagó. Otro tolete, como diría mi amiga Ana Cecilia Loyo, quien me sacó de un círculo de mujeres en el que me mimeticé por instantes, otro tolete, repito, fue bastón de mando y leña hasta que el tiempo dejó de importar. “La prostática”, es el nombre de “una” publicación semanal con temas de salud obvia y de conceptos de masculinidad que arrastramos como si fueran los grilletes imaginarios que todavía se usan para bailar tambor, según los que bailan; risas espontáneas luego del llanto, porque, al final, con todas las comas mediante, se siente liberador llorar y drenar. Sobre todo al día siguiente, que más allá de un cacao que se molió entre varios y se compartió sin reservas. Es casi como una toma de Yagé, sin tanta luciérnaga. La canción, los abrazos, Caracas allá abajo, tan hostil como plena, tan sucia como bella.
Los tipos que la caminan, desde Ciudad Universitaria hasta el castillo aquel, símbolo de paz en aquellas tierras que también son de Hindu Anderi, que tiene más de veinte años defendiendo a Palestina y alguna vez, en árabe, le espetó todo eso que guarda en la memoria al dueño de El Globo, que no quería firmar el contrato colectivo cuando ese periódico era lo que era y ahorita, que no se imprime decentemente porque bueno, somos los que nos quedamos y ahorita, ellas, ellos, y elles, están llegando y bueno, ya, tú, sabes. Earle les dijo a los alumnos, según uno de ellos, que “parecía que escribían todo el texto sin ningún acento; luego, en un acto de magia propio de este lado del mundo, se metían las manos en los bolsillos, cerraban los ojos, sacaban las comas y las tiraban en la hoja. Ellas, animadas por las manos diestras y las siniestras, se colocaban donde mejor, les, apetecía, y, entonces, en, el, próximo círculo de hombres, vaya usted, sin tanta coma inútil.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA ROSENVELT COLLAZOS