05/10/23. Épale, Caracas. Lo escribo y me siento vendedor ambulante, que lo soy; entonces, aunque iría de pie, me siento en el Metro de Bellas Artes a donde sea. A continuación, voceo, luego de saludar a la ciudad, que se oye sabroso: “Te tengo el chocolate tal, o el caramelo cual, a dos o cinco o cuatro por veinte o diez o cinco y compra tu dola”. También vendo arequipe de leche de cabra, pero conozco a la cabra. Voceo muy mal, por cierto. Ser pregonero tiene su técnica; si no, pregunte por qué grabaron ese mensaje que se repite a ese volumen perfecto, que apaga cornetas que asustan: “Si su cédula se encuentra arrugada, deteriorada, partida o vuelta nada, aquí se la plastificamos y tal”. O la voz firme y musical que anuncia “Layaguarasanmartíncarapitaantímano”. Si uno sabe para dónde va, escuchando llega. Gratis si eres de la tercera edad.
Entonces, contarle a Caracas de Caracas, con detallitos, precios, costos, muertos, salvados, honrados, humillados y reencarnados, es algo que han hecho en esta revista que ahorita, o ahora, el de Cuba, nadie sabe quién lee.
Antes, y hay que decirlo hasta que, se imprimían tantos miles de ejemplares de esta revista, en papel glasé. Unas personas mayores, en la semana, se acercaban hasta le redacción, que quedaba cerca de donde quedaba Chocolates con Cariño, al lado de donde quedaba, también, la Taquilla Única. Y la rescataban y se iban contentos.
Desde ahí, algunos redactores de Épale se lanzaban en tobogán por el pasamano de la escalera mecánica que nunca, desde 2012 al menos, ha funcionado. A pesar de la negativa de alguna directiva de entonces, o precisamente por eso, se diseñó y se ejecutó la siguiente obra: Una puerta peatonal, de modo tal que este grupo de trabajadores y trabajadoras pudiese optar por tener otra salida y así facilitar el recorrido por los recovecos de los pasajes de esta ciudad. Costo: tanto. Solicitud de los recursos y exposición de motivos: listo. Resultado: que se le puso, así, una puerta peatonal a la santamaría que está al lado de la zapatería que estaba, porque ahora, es un estacionamiento de cien bolos la tarifa plana, si tiene carro, y un dólar las motos, y usted viene y para su vehículo a pocos metros de donde nació Simón Bolívar.
Aunque parece que el tiempo se detuvo en, en otros espacios la cosa se ve así. De aquella Épale a esta, son once años. Entrevistas en movimiento, y la grabadora la agarraba la o el parrillero, quien hacía la mecánica del entrevistador pero no era; crónicas en algunos países de Europa, con una coma insólita que arruinó la primera frase del primer párrafo, puesta, o eliminada, no me importa ya, lo he per, do, na, do, a ese corrector inolvidable. Punto y seguido, pero aparte.
Entonces, para no repetirlo tanto, rapel por un costado del Gradillas B, siembra en la Terraza, desalojo, traslado, otra terraza y un día como hoy, tantos años después, uno, que era pregonero, riega las matas. Religiosamente (si se toma en cuenta que sólo ellas, y ellos, religiosos de sotana o no, están trabajando los domingos, tempranito, sea donde sea que usted trote a Caracas, cual maestro), bueno, así de religioso, el compañero riega todas las maticas del organopónico Carlos Lanz.
Y eso es Épale también. Sus “inaceptables” son crítica pura y dura, y los “ta fino” (ahora, alguien le puso música a otras finuras) son, y que disculpe esa poeta, sobre todo, poesía.
Porras, maestros de maestros, con mucho énfasis en las eses finales, camina por Bellas Artes a dar clases en Unearte. Todavía, a estas alturas, en septiembre de 2023. Y anda riéndose.
De Clodovaldo Hernández no voy a escribir nada porque empecé a leer su novela, Esa larga, infinita distancia, y a veces, camino con él.
Y así voy
De tanto estar allá, terminé un rato aquí, pero volví para allá que ahora está aquí y escribo desde aquí para aquello que estuvo allá y que usted agarraba y hojeaba y recortaba. Algunas, hasta la coleccionaban. Madres de ministros y abuelas desdentadas que agarraban la revista y con sus manos la pasaban, la releían, la tijera le pasaban y el recorte de receta de pelabola recortaban o la mancheta que manchaba, o la foto que recordaba. Miranda es una muchacha de diez años que en vestido blanco, cuando recién caminaba, Jesús Castillo, el gran fotógrafo, en una pauta retrataba; en otra plaza, la de Miranda. Hay otras pautas inolvidables con Castillito, llamado así cariñosamente por sus compañeros de trabajo.
Ese departamento
Saberlo, sin ínfulas filosóficas, te infla, porque aspiras y tomas más aire y sientes que. El caso es que luego de algunos subtítulos, sigue el texto y uno supone que quien lee, termina en el punto y final. Pero como mientras más se escribe en este formato menos se lee, porque el punto y final se aleja cuando uno quiere alejarlo, y además, sabiendo hasta el hartazgo que cada vez que se aleja el punto y final estas líneas pierden lectoría y que cada vez menos gente sigue leyendo y entonces, ahora sí, científicamente mostrado; a las juventudes les interesa cada vez menos esto de leer, estudiar periodismo, tener cierto criterio para decir lo que se ve, por qué se ve y para qué se cuenta, escribir a solas en una sala como esta, a pocos metros de la plaza Bolívar y a pocos metros de donde se hace el arequipe de leche de la cabra que conocí.
Entonces, veo el pendón gigante que cuelga de la fachada del edificio que da justo al frente de las gradillas de Gradillas. Llovizna, y el viento lo levanta desde abajo. “Lo vi primero”, pienso después. Una marcha feminista y popular, según la consigna, pasa y se moja.
En menos de una hora, de una lluvia en la que no se ve el Cuartel de la Montaña (desde allá, que está cerca de aquí), ves el atardecer y el sol te pica en la nuca. Antes, una chicha “mezclaíta”, mitad andina, te da el toque, si se puede llamar así, necesario para el calor caraqueño. Salvando las distancias, mejora un miche, respeta al cocuy, evade el chimó. Un poeta poetizó el humo cerca de la feria del libro y toda esta distancia de todos estos años se hacen esta foto increíble que, como dice Castillito, no se cuenta. “Foto hablada no sirve”, sentencia el maestro desde la distancia. La otra.
Entonces, con cada vez más caracteres y menos carácter, pierdo lectoría con una facilidad que es temeraria, atrayente, adictiva. Más y más palabras inútiles fluyen como si de un dirigente político se tratara, pero con cada vez menos y menos votos porque ya nadie cree que, y menos con, y dígame sí en vez de esto hacen lo otro y entonces sí.
Épale, así como está, puede imprimirse y en ese espacio, limitado, costoso, bello, útil y duradero (dentro del pedestal de la estatua ecuestre de la plaza, periódicos, lo que se dice periódicos de papel, hay. Y se inauguró en 1873), repito, duradero, en ese espacio pudiera estar parte de la historia de esta ciudad. Así no cabría esta parte, que pudiese cortar y pegar en ninguna parte pero vamos por partes: este es el punto final.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA MAIRELYS GONZÁLEZ • @mairelyscg27