Hoja acerada de la intimidad
que busca el trasfondo último del brillante.
Elizabeth Schön
27/03/25. Poco reflexionamos sobre un tema que, sin embargo, uno suele oír al menos desde uno de los flancos en que a veces cae la nomenclatura de una relación. Nos referimos aquí, a la forma convencional de concebir una relación, en este caso, no exclusivamente “amorosa”, sino sexual.
...hombres y mujeres no suelen escucharse, no suelen expresar lo que les da placer, sobre todo por una fuerte carga moral que viene tanto de los patrones de crianza, como de los dispositivos de la propia sociedad...
Sexo y pareja, aunque suelen ir anclados, no siempre es así, quizás porque el solo acoplamiento entre los sexos, implica que la única relación válida es aquella centrada en un par. Supongamos entonces que esto es un paradigma y adentrémonos a tocar un tema que, he dicho, suele verse incluso como queja. Advirtamos por qué.
Aunque parezca mentira, la escucha parece ser eso: una materia olvidada del encuentro entre los cuerpos, cuerpos que son tales porque sienten y expresan. Y resulta que para nadie es un secreto, por los mismos testimonios que solemos escuchar, de que es un eje transversal, por lo tanto, fundamental de la sexualidad, si esta se concibe como disfrute pleno, si esta desea concretarse como goce y, remarquemos, experiencia de sentido.
¿A qué nos referimos con esto último? Lo primero que debemos decir al respecto es que no sólo de carne vive el hombre, la carne se alimenta del espíritu, esta consigna de profundas resonancias espirituales, enfatiza lo que es una persona, un ser capaz de autoevaluarse y dada su condición dialógica, necesita del encuentro con otra para que pueda realizarse.
Así también la sexualidad, no se es persona sin ser sujeto sexual, más que una condición biológica es una producción identitaria, que ciertamente, aunque no necesariamente, el goce sexual implique de por sí una identidad de género, y un poco más allá, de reconocimiento ante una alteridad.
Pero vayamos al tema: ¿Puede realizarse plenamente la sexualidad sin la escucha de uno mismo y de la otra o el otro, según sea el caso, que de alguna manera está presente en su propia producción?
Empecemos por esto último: la sexualidad es una producción, tanto del goce, como del propio deseo y un complejo repertorio de gestos, —una manera de nombrar la simbología presente en la comunicación cuerpo a cuerpo, persona a persona, sentimiento a sentimiento, o bien lo que pudiera indicarse bajo la palabra “rapport” tan común en el argot antropológico– decíamos: un repertorio de gestos que determinan la “eficacia” o no del encuentro tanto del sujeto consigo mismo, como con “la pareja”.
Entonces, ¿por qué los conflictos tan frecuentes en el disfrute de la sexualidad? Cuando profundizamos en muchos de los casos, el tema principal es que hombres y mujeres no suelen escucharse, no suelen expresar lo que les da placer, sobre todo por una fuerte carga moral que viene tanto de los patrones de crianza, como de los dispositivos de la propia sociedad que, aun “hipersexualizada” demuestra sólo una cara del, bien podemos decirlo, síntoma: la que exhibe cuerpos cosificados, es decir, objetos sólo para el consumo, especialmente visual, que va encadenado, además, al consumo de objetos que aparentemente, “darán plena satisfacción”… pero del lado de quien consume: ¿Está realmente reconociendo la aventura de arriesgarse a sacudir los mencionados patrones que le atan a una forma particular de ser cuerpo sentido?
Vamos un poco más allá, hacia la intimidad: “dime palabras x”, “eso me excita”, y esa misma expresión desconcierta al sujeto receptor… por lo que dirá lo que él o ella le viene a la mente, de manera tosca, ruda, que no siempre suele tener la recepción esperada en quien ha realizado la petición, es decir, no da placer.
Comprender este fenómeno lingüístico como una forma cultural anclada a unos hábitos determinados, consideramos que puede ser un paso muy significativo, y aquí, no hay otra alternativa: dialogar, escuchar lo que el otro desea, hacer la tarea, diría una amiga.
Pero salgamos de lo íntimo para volver a entrar con más fuerza y claridad: las experiencias cotidianas, donde nos realizamos como persona también ayudan mucho, por ejemplo, en el mismo acto de ver a quien nos habla, en esta sociedad “globalizada” donde somos bombardeados constantemente por estímulos, el otro como referente, se borra, se tacha, desaparece, basta con hacer un sencillo ejercicio, por ejemplo, en el metro, donde quedamos frente a frente, si un hombre observa una mujer u a otro hombre, cara a cara, inmediatamente cualquiera de los dos baja la mirada, el encuentro, fugaz, es ya considerado una invasión del espacio privado, porque ver-se en el otro o la otra es entrar en él… y nadie está dispuesto a eso…
Ver-se es también escuchar, hemos señalado al inicio, volvamos ahora a la intimidad, a la cama, a la mesa o al sofá… mírame dice ella o él, mírame, y no se aguanta ni un segundo… ¿te gusta? Sí, claro… pero ese claro, así, dice mucho… ¿Por qué? Porque no existe, o bien existe de otra forma… y allí es donde hay que prestar atención, sólo con la palabra podemos hacerlo por mucho que el gesto ayude…
POR BENJAMÍN MARTÍNEZ @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta