20/03/25. María Auxiliadora, la doctora, dijo: “Ella es mi hija”. Su hija, la otra neuróloga, de ojos grandísimos con pestañas larguísimas, escribía la puntuación con un lápiz, de punta recién sacada, en un recuadrito de una hoja impresa. Una hoja de papel. Las dos, impecables con sus batas blancas, me miraban como se mira a un paciente. “¿Cuáles palabras recuerdas, de las que acaba de repetir cinco veces?”. Un acure, nunca un conejo; ser conejillo de indias, tan lugar común, en esta época en la que la memoria no dura más de tres segundos en Instagram, da lo mismo.
Las Caracas de 2025, aéreas y luminosas, trasnochadas y llenas de tarimas, contienen la memoria que se nos va...
Justo al lado del recién creado museo Humberto Fernández-Morán, esquina El Chorro, en la planta baja del edificio acorralado donde está la sede del ministerio del poder popular para Ciencia y Tecnología, nos recibe Katiuska Pineda, una bióloga también embatada de blanco, amable y risueña, que lidera esta investigación.
Un ambiente de consultorio médico sin médicos de consultorio, con cachitos de jamón y café negro y con leche. En ayuno por al menos tres horas, se recoge la pequeña muestra de saliva. Luego, la odontóloga Chriss Blanco da una charla y hace la revisión de la dentadura; recuerda técnicas de cepillado y María Auxiliadora Camacaro, la neuróloga Jefa de la Unidad de Neurología del hospital Domingo Luciani, y su hija, te hacen una serie de preguntas que te dejan pensando un rato, hasta que viene y te ríes mucho. Muchísimo.
Yoga emocional
Jesús Regetti es un tipo alto, con pinta de luchador de artes marciales mixtas. “Parece que la boca no formara parte del cuerpo”, decía la odontóloga Blanco y Regetti, técnico superior en Recreación, en un dos por tres, hizo que la carcajada sanadora, sonora, sonara. Más allá de reír, aplaudir y mover las emociones, la jornada de risoterapia, en esta investigación seria, hace que a uno se le olvide… eso. Me pregunté, otra vez, qué por qué “peseta”.
La palabra
En esto de citar a otros, en los intentos de ensayo para narrar este tiempo que se le está yendo a este o a aquel, que va siendo él mientras camina, le toca a Juan Antonio Calzadilla Arreaza, en su libro Crear con la palabra: “La palabra se guía por leyes que aseguran su coherencia, uniformidad y consistencia”.
“Peseta, caballo y manzana”
Mientras repetía las palabras cinco veces, sobrado por lo fácil que era, me preguntaba que por qué “peseta”. Escuché peseta, repetí caballo, y la manzana se pasó las cinco veces sin ningún color. Ni verde, ni roja.
“¿Cuáles palabras recuerdas, de las que acaba de repetir?”. Parafraseo la pregunta, porque la respuesta fue el olvido.
De todas, ninguna. Ni manzana ni caballo ni peseta, que me sigo preguntando que por qué peseta. Una peseta, quizás, complique la cosa. En fin.
Después, las dos doctoras, juntas, eran un espectáculo inenarrable. Inolvidable y etcétera, para ir al grano: “Reste, desde el 100, de siete en siete”. Y cerrar los ojos y concentración porque ya se sabía que, para ejercitar la memoria, había que contar de atrás pa' lante; pero, ¿de 7 en 7?, primera vez. Después de noventitrés, viene ochentiseis. Todo el mundo lo sabe. Con los ojos cerrados, el acure dijo noventitrés, por supuesto, luego, ochenticuatro. Y después setentisiete y así fue restando nueves que no existían hasta llegar al cero y abrir los ojos y ver la ciencia viendo al acure. “¿Oyes voces que no existen?”. Con la memoria tal cual es, la forma de las palabras se ponen a bailar, pero sin saber el danzón.
Un amanuense artificial parece que todos vamos a tener; mientras tanto, la vieja escuela ya no es. Aníbal Nazoa, el 8 de julio de 1978, en su columna Puerta de Caracas, decía, por debajo de la mesa: "...En Caracas, cuando el ciudadano sale de su casa lo hace apenas con la esperanza de regresar vivo. A la vuelta de la esquina puede tropezar con un tocón de poste que sobresale de la acera y entregar su alma al Creador por fractura de cráneo; o por polifracturas, si en vez del tocón lo está esperando un gigantesco albañal sin tapa que además le ofrece la hermosa posibilidad de morirse no del trancazo sino de la infección”.
Las Caracas de 2025, aéreas y luminosas, trasnochadas y llenas de tarimas, contienen la memoria que se nos va. Nazoa continúa, repito, desde 1978: “…En Caracas cualquier caimán que tenga unos reales escoge un cerro, lo transforma en un peladero cubierto de edificios con apartamentos a precios obscenos, y en vez de ir a la cárcel va al Hall de la Fama de los Varones Ilustres y en un descuido hasta lo condecoran”. Y el Día del Ambiente, en Caracas, ese año pasó por debajo de la mesa.
El seguimiento
La memoria de un disco duro, cualquiera, no aguanta cincuenta años, según los expertos en eso. Esta parte del cuento de ahora que no se está registrando en formato perdurable hace que el tiempo venezolano se detenga. Todavía se oye que se puede plastificar el comprobante de la cédula, un cartoncito verde que desapareció hace años. Y son seis, ¡seis! pares de medias por un dólar.
Cuenta la leyenda que Melvin Mora, pelotero de las Grandes Ligas, atrapado en una cola desde el aeropuerto de Maiquetía, en medio de la lluvia, se dio cuenta que la tranca era causada por los motorizados que no se querían mojar, que por lo general son todos. Los Boquerones atacados. Allí nacieron los primeros refugios para motorizados que ahora, modernizados, están reapareciendo por todas partes. Altos y espaciosos, forman parte de unos cambios en la ciudad que también están tomando en cuenta a la gente que anda a pie.
Volviendo a la esquina El Chorro: este próximo sábado 22 habrá otra jornada. Esta historia, si me acuerdo, continuará. Teresa Ovalles, que es la culpable de todo esto, estuvo allí, riéndose bastante. Según su texto publicado el 22 de febrero de este año 2025 en lainventadera.com La batalla venezolana para sobrellevar el olvido, la periodista, y el escritor que trotaba y ahora camina, coincide en el barnizado de todo este pedazo de tiempo: “Puede que el mal de Alzheimer sea una manera de borrar la memoria de una vida, adelantarse a la muerte del pensamiento e impedir la realización de las necesidades básicas a las que nos obliga la vida. Rebelión, el hartazgo… y por eso el extravío”.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1
FOTOGRAFÍA ROSENVELT COLLAZOS