Es una de las festividades populares más esperadas del año en Venezuela, que se ha mantenido con el pasar de las generaciones
Por Mercedes Sanz • @mercedes.jazz / Fotografías Moisés Díaz
Todos los años ese 24 de junio se espera con ansias para cantarle y bailarle a un santo popular y querido: San Juan Bautista. Tanto en los pueblos rurales como en la ciudad se le venera con el ritual tradicional que incluye procesiones y velorios. Es una celebración muy colorida, alegre y con arraigo en diferentes localidades del país, empezando por las zonas costeras. “Es una tradición que nos identifica a nosotros como pueblo. Es un legado de nuestros papás. Cada comunidad tiene su forma de cantar y bailar”, dice Lorenza Ugueto, cultora y sanjuanera de La Guaira, estado Vargas, en el documental Ciclo festivo alrededor de la devoción y culto a San Juan Bautista.
La festividad está llena de códigos culturales y la música juega un papel esencial como sucede en las manifestaciones nacidas del sincretismo en América. El culto a San Juan es una de esas expresiones donde el tambor es, más que un instrumento, un símbolo africano. “El africano tocaba mucho tambor, cuando estaba contento, molesto. Era un desahogo. El esclavo cantaba en su idioma y el patrón no sabía lo que cantaba. El tambor es un método de comunicación”, afirma Antonio Montiel, sanjuanero del estado Aragua, en el mismo trabajo audiovisual.
Diversidad percusiva
Cada zona tiene su propio estilo de hacer el ritual y, por ende, de desarrollar la música: desde tipos de tambor hasta maneras de ejecutarlos. “Se venera con tambores ya que todo esto comenzó en las haciendas y los 24 de junio se bautizaban a los esclavos y no había faena ese día. Podían estar libres y tocar tambor”, asegura Moisés Díaz, músico y cultor de Antímano. Por su parte, el músico, docente e investigador Romi Blanco, de San Agustín, expone que existen diferentes criterios sobre el origen de la tradición, y por eso no se puede precisar el sitio exacto de nacimiento. Lo cierto es que el ritual tiene más de cuatrocientos años y fue en los campos donde comenzó.
“Es una celebración negroide, por consiguiente, va de la mano de los tambores. Y de esa manera lo celebraban las personas esclavizadas, nuestros antepasados y así se sigue haciendo hoy día, dependiendo del lugar donde se desarrollen los tambores. Por ejemplo, en Aragua se usan mucho los cumacos de aguacate porque es lo que prevalece. En Miranda hay mucho llano y los tambores que se hicieron allí son los culo e’puya. También está la influencia de la caja en Guatire, es como un redoblande grande; en Carabobo se utilizan el cumaco y el clarín pero con otro tipo de cuero. En la costa varguense también se usa el cumaco y la pipa o curbeta”, asevera Blanco sólo por mencionar algunos tambores dentro de la amplia variedad.
Blanco señala que el más usual en varios estados es el cumaco de distintos tipos de madera, pero se han ido incorporando otros como la tumbadora que no es propio de la celebración. Así que los instrumentos convencionales del San Juan son clarín, cumaco, culo e’puya, mina y curbeta. De igual forma sucede con los materiales, pueden ser naturales o sintéticos. Hay que acotar que el tambor acompaña los cantos y las sirenas (rezos), y está presente durante toda la actividad.
Y en cuanto al tipo de toque o estilo, varía como antes se dijo. En San Millán es el golpe de San Millán, en Caraballeda es el golpe de Caraballeda, Yaracuy es el luango, y así. Cada comunidad adapta el San Juan, pero el tambor, del modelo que sea, es imprescindible. En el citado documental, Luisa Madriz, cultora de Curiepe (Miranda), lo expresa mejor: “Sin tambores y sin imagen no hay fiesta”.