16/05/25.
Al atardecer, sentado en la silla de cuero de becerro, el abuelo creyó ver una extraña figura, oscura, frágil y alada volando en dirección al sol. Aquel presagio le hizo recordar su propia muerte. Se levantó con calma y entró en la sala. Y con gesto firme, en el que se adivinaba, sin embargo, cierta resignación, descolgó la escopeta.
A horcajadas en un caballo negro, por el estrecho camino paralelo al río, avanzaba la muerte en un frenético y casi ciego galopar. El abuelo, desde su mirador, reconoció la silueta del enemigo. Se atrincheró detrás de la ventana, aprontó el arma y clavó la mirada en el corazón de piedra del verdugo. Bestia y jinete cruzaron la línea imaginaria del patio. Y el abuelo, que había aguardado desde siempre ese momento, disparó. El caballo se paró en seco, y el jinete, con el pecho agujereado, abrió los brazos, se dobló sobre sí mismo y cayó a tierra mordiendo el polvo acumulado en los ladrillos.
La detonación interrumpió nuestras tareas cotidianas, resonó en el viento cubriendo de zozobra nuestros corazones. Salimos al patio y, como si hubiéramos establecido un acuerdo previo, en semicírculo rodeamos al caído. Mi tío se desprendió del grupo, se despojó del sombrero, e inclinado sobre el cuerpo aún caliente de aquel desconocido, lo volteó de cara al cielo. Entonces vimos, alumbrado por los reflejos ceniza del atardecer, el rostro sereno y sin vida del abuelo.
De: La muerte viaja a caballo (1974).
Ednodio Quintero (Las Mesitas, Trujillo, 1947).
Escritor venezolano radicado desde hace décadas en la ciudad de Mérida. Ha sido profesor en la Escuela Nacional de Artes Audiovisuales de la Universidad de Los Andes. Su labor narrativa le ha hecho merecedor de múltiples reconocimientos. La danza del jaguar (1991), Cabeza de cabra y otros relatos (1993), Confesiones de un perro muerto (2006) y El amor es más frío que la muerte (2017) son algunos de los títulos más representativos de su ya extensa obra. Entre otros reconocimientos, ha recibido el Premio de Cuentos de El Nacional (1975), el Premio CONAC (Consejo Nacional de la Cultura, 1992), el Premio Miguel Otero Silva de la Editorial Planeta (1994) y el Premio Francisco Herrera Luque de la Editorial Grijalbo-Mondadori (1999).
ILUSTRACIÓN: MAIGUALIDA ESPINOZA COTTY