Me detengo, por un instante puedo tal vez creerme que, en efecto, los venezolanos no siempre estamos dispuestos a admitir lo que somos… pero ese somos, atravesado de preguntas, me sacude en la parada de las camioneticas, a las seis de la mañana, cuando ya está poblada la calle, de sueños, de otros instantes…
Veo a la gente que trabaja, que estudia, y aunque esto pueda sonar a campaña en pleno tiempo electoral, es lo real, así, sin comillas, sin más acentuaciones que aquellas que sacuden cualquier intento de cátedra…
Porque sí, porque no son ajenas a esos espacios académicos, sigamos dejando lejos las comillas por favor, donde se repite, sin cansancio, teorías eurocéntricas, es decir, foráneas, que en nada colaboran para la comprensión, siempre crítica claro está, de nuestra complejidad cultural.
Una de esas perversiones, no encuentro la palabra más adecuada, es pensar que existen “culturas enfermas” y aquí, por supuesto, sí que valen y necesitamos, las comillas…
No existen adjetivos en la definición de una cultura: no existe sub-cultura, ni mucho menos una valencia para su “clasificación”: no hay cultura ni positiva ni negativa, mucho menos cuando esta polaridad se aplica a la identidad: no existe identidad positiva ni negativa… estas son más viene expresiones políticas, es decir, relaciones de poder que manifiestan la dinámica de una producción comunitaria e incluso nacional (ista) determinada.
Así, cuando alguien me dice: es que esa es una “sub-cultura”, para lo cual seguramente no utiliza el guión, quiere decir, y esto sucede en la mayoría de los casos, que se trata de una forma particular, generalmente no “oficial”, es decir, que no forma parte del “canon” establecido, el dominante, y que expresa una forma alternativa, diferente, de intentar expresar otra u otras voces, otras maneras de ser y desplegar su praxis. Pero esto no significa que esté “por debajo”, sino más bien en otro plano que no expresa, volvamos a decirlo, lo otro que, no es difícil captar como “normal”, “natural”… para el sentido ideológico dominante, es decir, para los imaginarios que conceden soporte a su posible dominio…
Así, la cultura, con C mayúscula, pero también, las culturas, con c pequeña, pero que no signa una minusvalía, sino más bien, las múltiples significancias de sus inherentes identidades, si bien es algo que se contrapone, no es por tal razón, negativo, en el sentido de la connotación de “anormal”… lo negativo puede entenderse aquí más bien como lo contrario a lo dominante, que sería, en consecuencia “lo positivo”, pero si asumimos así la determinación de la polivalencia, estaríamos entrando ciegamente a un callejón sin salida.
Por eso, al reconocer las denotaciones que suponen una “identidad negativa”, por ejemplo en aquellas etiquetas con las cuales se tilda al venezolano como “flojo”, “irresponsable”, “inmoral”… e incluso muy por debajo de “la rentabilidad” y la “competencia” propia de otros países, en detrimento muchas veces, de “valores positivos” que casi siempre protagoniza, como la solidaridad, innovación, su capacidad de resiliencia, así como también, las diversas estrategias que despliega, a pesar de todo, para el goce… entre muchas otras maneras que en el esquema binarios positivo/negativo que se ha usado para determinar la identidad, estarían repuntando como una forma “positiva” de ser y estar en el mundo, más precisamente, más allá de quienes han abandonado su tierra natal y han enfrentado salirle al paso a culturas muy diferentes, lo vemos aquí, día a día, en esta sin duda, Tierra de Gracia…
Y así, con este término “gracia”, alcanzamos de nuevo lo que hemos venido intentando: la crítica a un sistema conceptual que en nada favorece para la determinación de las claves de nuestra propia comprensión, pues han sido instaurados de manera colonial en el ser y saber de la subjetividad venezolana para que esta se torne objeto mismo de su propio rechazo.
La venezolana, el venezolano, como cualquier otra cultura, no debe en consecuencia, sino reconocer aquellas formas que puedan ir en detrimento de su propia valoración, pero lo que yo veo a cada instante, a pesar de ciertas tendencias nefastas y demagógicas, ausentes de sentido de pertenencia, es que existe, a pesar de todo, vuelvo a insistir, es que la mujer y el hombre venezolano, saben quererse y, por más cliché que parezca, echar pa’lante…
El desafío es entonces, no dejarse engatusar –y que nos perdonen los gatos- por categorías que ciernen, desde polaridades intencionales, negar la otredad que nos funda en toda nuestra diversidad. Muchas gracias.
Benjamín Eduardo Martínez Hernández
@pasajero_2