30/06/25. Cuando apenas hemos cruzado las puertas del solsticio de verano, y nos preparamos para danzar en el fuego del bautista, sintiendo que somos, una vez más, trascendentes, pienso en las palabras del profeta, quiero decir poeta, aunque en cierta forma un poeta es un profeta y viceversa, si no pregúntenle a quien ha conocido el poder de las palabras…
El tambor y los tambores nos invitan a ser pensados en toda la diversidad de sus formas e inherentes sonidos…
Mientras la gente escuche los latidos de su corazón estará escuchando poesía. Basta con palmearnos el pecho para hacer de nuestra caja toráxica un tambor, nos dice el poeta Miguel James, con una compleja simplicidad que nos deja perplejos, y nos hace llevarnos la mano al pecho y un poco más abajo y empezamos a resonar, como si todo el sentido se resumiera en aquellas palabras.
Tamborterapia me dirá una amiga mientras me explica el poder de la percusión en nuestras vidas, y empato la frase con otra de una amiga catalana especialista en musicoterapia y la experiencia mística de los “círculo de tambores”.

Y es que un tambor en un útero, percusión invaginada, razón jamás quebrada, hilo conductor que demuestra el clímax de toda ancestralidad, pues los tambores no sólo son africanos ni exclusivos de los pueblos indígenas de la América originaria, sino que son patrimonio universal, en toda su diversidad, constituyen la más grande metáfora del estar y sentirse vivo.
El tambor y los tambores nos invitan a ser pensados en toda la diversidad de sus formas e inherentes sonidos… Por eso hoy, cuando escribo mientras cae la lluvia en plena madrugada y un eco transparenta el sentido entero de la tierra, pienso en lo que se está haciendo, al menos en Caracas, por estos días:
La misma celebración del Día Nacional del Tambor, el 21 de junio –inicio del solsticio de verano-, ocasión para la ahora postergada Expo Tambor 2025, en su tercera edición, como parte del Festival de Tambores de las Costas Venezolanas (FESTACOVE), fundación que además, impulsó esta propuesta.
La celebración del Día de San Juan desde el 23 de junio y hasta el 26 del mismo mes, en varias comunidades caraqueñas, más allá de los pueblos que ancestralmente lo vienen celebrando como Naiguatá, en el estado La Guaira y Curiepe, en el estado Miranda.
Así como la avanzada del bloque afro en la XXIV Marcha de Orgullo LGBTIQ+.

Todo lo cual, no podemos obviarlo, es posible no sólo por aquellas y aquellos que se reconocen partícipes de la herencia afro, sino también de aquellas y aquellos que reivindican el protagonismo de las mujeres desde allí, tal y como lo hace desde el proyecto Mujer Tambor, como por ejemplo, nuestra querida Mónica Mancera.
Más que una celebración, el repique de tambores une a caraqueñas y caraqueños como seres que se sienten parte de otra parte, es decir, de una totalidad dispuesta a vibrar en hermandad, es decir, desde los cumbes que somos.
Pero deseo ir un poco más allá, a propósito de lo que implica esta sección, así que le pido a mis estudiantes que me cuenten sus percepciones al respecto:
Virginia: Este año tuve la oportunidad de celebrar la festividad de San Juan en la parroquia San Agustín, y fue una experiencia que estoy segura jamás olvidaré. Desde las nueve de la mañana, el ambiente estaba lleno de emoción y mucha expectativa, la iglesia Nuestra Señora de Fátima, donde comenzó la jornada con una misa, estaba llena con la alegría de esta comunidad.
Me impresionó ver a tantas personas vestidas de rojo, con instrumentos, maracas, pañuelos y prendas alusivas a la festividad. Todos estaban ahí para rendir homenaje a San Juan. Fue muy conmovedor y emocionante ver a todos los fieles pagando promesas y llevando a San Juan por las calles al ritmo del tambor. En el aire sólo se respiraba devoción y compromiso.

A medida que avanzaba el día, los tambores y los fieles llenaban las calles y desde las ventanas de los edificios y las puertas de las casas, la gente se asomaba, saludando y agitando sus pañuelos rojos. Me demostraron que los tambores no son sólo instrumentos, son un medio por el que se representa la espiritualidad y la cultura que se transmiten de generación en generación.
Fue verdaderamente impresionante el nivel de compromiso y devoción que vi en toda la comunidad. Desde las nueve o diez de la mañana, ya habían personas en la iglesia esperando las palabras del padre, y a pesar de que cayeron las diez de la noche muchos seguían adorando a San Juan.
De esta experiencia me llevo muchas cosas, muchísimo aprendizaje y muchas ganas de seguir conectando con la cultura de mi país.
Tuve la oportunidad de conversar con varios asistentes, compartir historias y tomar fotos con personas que no conocía, pero que esta celebración nos conectaba. Cada interacción me acercó más a mis raíces y me hizo apreciar la riqueza de nuestras tradiciones. Espero seguir visitando San Agustín y continuar celebrando esta hermosa tradición en los próximos años.
Angely: Si San Juan lo tiene, San Juan te lo da. Por primera vez acompañé a San Juan desde que salió de la iglesia de San Agustín del Norte hasta que llega a su altar preparado por la cofradía en la plazoleta de Marín.

El San Juan es ver una parte de la identidad venezolana en su autenticidad, una celebración que representa para muchos la libertad como lo describen con quienes pude conversar y otros lo sentían como un momento de unificación de su barrio, San Agustín.
Es una gran fiesta que nunca queda en silencio o sin devoción, hay un compromiso que quizás nace de la fe o del sentimiento de liberación que los mantiene de pie, cantando a todo pulmón, tocando los tambores y bailándole al santo de su devoción de principio a fin.
Es un proceso vivo, es cultura e historia. Ha vivido reinterpretaciones, cultores que ya no están, generaciones nuevas que con orgullo regresan a donde alguna vez comenzó su vivencia con el San Juan, también rutas que cambian entre promeseros y altares, pero el San Juan sigue.
Mi trabajo era de campo en este San Juan, pero me llevé mucho más que eso evocando un simbolismo o un espíritu que te mueve no sólo a bailar, sino también a creer y crear.”
Daniela: La tradición de San Juan Bautista para mí siempre ha sido un acercamiento directo a mis raíces, desde muy pequeña el folclor y la danza siempre han sido parte de mi desenvolvimiento en la cultura venezolana.
Desde niña siempre estuve involucrada en rituales y manifestaciones culturales y San Juan siempre ha tenido un poder especial en su celebración, toda la simbología dentro de esta hace que cada rito sea auténtico y esté cargado de fe y devoción.

Desde el tambor, los cantos, la indumentaria, la salida del santo de la iglesia, el intencionar y las peticiones que haces desde que sale el santo el 23 hasta que lo guardan el 25.
Denota convicción y arraigo cultural, se comparte comida, bandanas, cantos, sudor y tambor, esto nos permite comprender desde cerca y poder sentir la importancia de esta celebración en Venezuela que tiene como origen raíces afrodescendientes y nosotros la adoptamos y adaptamos convirtiéndola en una rica tradición venezolana.
He participado en San Juan desde los siete años y cada año me enamoran más las dinámicas culturales y la devoción de cada individuo.
San Juan te regala una vibra cargada de alegría, emoción y religiosidad compartida con semejantes que aprecian enormemente esta festividad, desde Curiepe hasta la costa, sin duda con lluvia y cantos, si San Juan todo lo tiene, San Juan todo lo da.
Jai: Para mí la festividad de San Juan es una expresión de alegría y libertad. He asistido más que como devota, como curiosa del rito.
Me parece súper interesante la forma en la que coinciden en la iglesia, la creencia en la palabra de Jesús y de su primo Juan Bautista, y el pueblo llano con sus tambores y cantos llenos de devoción.

San Juan Bautista es un santo al que se le piden milagros, salud, pero por lo que he escuchado en la gente, es un santo alegre. Por eso se le baila y canta.
Mi interés personal por esta tradición, tiene que ver con un llamado del tambor y el canto, que supongo me antecede, en mis antepasados, porque el sonido del tambor me retumba por dentro. Es como una experiencia en trance, y me siento obligada a cantar, a acompañar en los coros, a estar cerca del santo.
No es que entienda realmente de qué va la tradición, pero de alguna forma me acerco como curiosa y termino envuelta, conectada. Siempre siendo respetuosa… pero no puedo sólo observar. Es un momento que disfruto, me gusta ver a la gente de la cofradía, el respeto que sienten por el rito, por la forma de tocar, quien lleva la voz en el canto. Las voces de las mujeres principalmente negras me parecen fascinantes.
En ese sentido también es que me refiero a la libertad. Para mí también es un lugar de reivindicación de nuestras raíces afro descendientes. Tomar las calles en el recorrido cantando y tocando es una manera de decir aquí estamos y esto somos desde hace mucho. Es un acto de rebeldía que también me gusta acompañar.
He asistido a dos encuentros. El primero hace unos diez años, en el barrio de la Vega, en el sector B de Las Casitas. En la comunidad del muy querido Gordo Édgar, que hoy ya no está con nosotros.

Ahí el San Juan es más que solo esa fiesta, es un encuentro de San Juanes donde viene el San Juan del Clavo, el de Birongo y se consiguen ahí con el de esta comunidad. (Desconozco si este aún se hace. Sé que se hace el del Carmen que es el sector de la Vega abajo).
El segundo en San Agustín, el año pasado. Esta vez con mi hija, y acompañamos el ritual desde la misa, la salida de la iglesia, y parte del recorrido. Para mí es importante transmitirle esta curiosidad a ella, este reconocimiento de nuestra afrovenezolanidad.
Este año no pude asistir, pero si fui a una clase de canto de sirenas, donde exploré sensaciones que no había tenido antes con mi voz, y con eso sagrado que no sé bien cómo explicar.
En ese taller aprendí de Lilian Frías (una de las voces de Un Solo Pueblo) que el canto empieza en la devoción y la fe al santo, y que se le llaman cantos de sirenas (a los que se cantan cuando se va a sacar de la iglesia) porque son las voces que ahuyentan cualquier mal y le abren el camino al santo.
¡Muchas gracias! ¡Qué suenen los tambores!

POR BENJAMÍN EDUARDO MARTÍNEZ HERNÁNDEZ• @pasajero_2
FOTOGRAFÍAS NATHAEL RAMÍREZ • @naragu.foto / MILENI NODA • @milenisimaa / NATHAN RAMÍREZ • @nathanfoto_art