10/07/25. Para mi hijo; para mis sobrinas y sobrinos; para mis estudiantes, colegas, artistas, primas y hermanxs; para las mujeres víctimas, para sus familiares; para quienes me criaron, para quienes me acompañan en los momentos más difíciles y para la gente dispuesta a cultivar su afectividad.
Salir de la jaula invisible de la violencia que se disfraza de normalidad es toda una proeza, un salto al vacío donde la vida se juega en cada paso... Hay que desenmascarar a la violencia: se manifiesta en todos los contextos y estratos...
Me han llamado problemática, exagerada, falsa, dramática, loca. Y lo único que hice fue gritar lo que sentía, tomar la decisión de alejarme de tanta hostilidad y violencia. Las experiencias vividas me dieron la conciencia de valorar a las mujeres en todas sus etapas. Fue un camino doloroso, lleno de interrogantes e incomprensiones.
Salir de la jaula invisible de la violencia que se disfraza de normalidad es toda una proeza, un salto al vacío donde la vida se juega en cada paso. La impotencia frente a un sistema social opresor va minimizando ese coraje inicial que nos impulsa a huir cuando ya no aguantamos más. Corremos, buscando refugio en puertos de calma y resguardo, sin brújula que nos guíe, y vamos dando tumbos de un lugar a otro, llevando una carga psicológica más grande que los golpes, gritos y vejaciones.
Nos inducen a borrar nuestra sensibilidad: las mujeres debemos rivalizar como lo hacen los hombres, como todos los seres humanos supuestamente deben hacerlo, porque al sistema no le interesa la vida y la felicidad. Nos ponen a pelear entre nosotras y caemos en la trampa de mendigar amor, de creer que es un precio a pagar con sacrificios, sumisión o aguante silencioso. Nos esposan al pronunciar "sí, acepto". El afecto pasa a ser una propiedad que se paga muy caro.
Y entre mujeres nos cuesta tendernos la mano, porque seguimos reproduciendo la lógica del sistema. Sólo alzamos la voz cuando la vida de una de las nuestras es borrada. ¿Y qué pasa con las otras víctimas? ¿Qué sucede cuando ignoramos cuántas han sido, cuáles son sus nombres, cómo eran sus caras, sus edades, en qué rincón perdieron su luz, qué manos les arrancaron la vida?
Mi grito es tan fuerte como la carcajada libre que molesta al sistema, recordando nuestro derecho a la vida, a ser felices, a tomar la decisión de vivir en paz. Frente a esto, nadie me silenciará. Buscaré reflejar en mis creaciones artísticas las demandas que exigen una vida libre de violencia, para que haya más personas reflexionando sobre estos temas, haya más espacios de inclusión, superemos las miserias y avancemos hacia un mundo altruista. Son muchos los crímenes de odio, ¿cuántos siglos más de barbarie nos quedan?
Ejercitar la sensibilidad es sembrar una semilla que apenas germina; entender el verdadero nombre de las cosas exige desmalezar nuestras mentes. La afectividad y empatía hacia las víctimas son esenciales para poder entender y defendernos, para salir del círculo de la violencia. Las caricias no son negativas, las relaciones con amor no pesan, el consentimiento debe ser mutuo. Hay que desenmascarar a la violencia: se manifiesta en todos los contextos y estratos, multiplicándose; hay más de quince tipos de violencia. El asesinato por odio hacia una mujer por el hecho de ser mujer se llama femicidio. Cuando el Estado calla, enmudece y no ve, se hace cómplice; entonces hablamos de FEMINICIDIO. ¿Sabemos cuántos suceden a diario? ¿Cómo podemos evitarlos?
POR NEBAI ZAVALA • @nz_creando
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentint