18/07/25. Se parte, navega en lo frágil aunque no se quiera reconocer así. ¿Cuándo nos vamos a casar?, le pregunta ella que no sabe ya qué decirle, que casi se va, pero no, no quiere dejarlo, y él se hace, se sigue haciendo el difícil.
...el princeso: la anulación del hombre por él mismo, por su falta de compromiso, por su deseo –a veces inconsciente- de querer ser el centro de atención y el menos responsable del desafío de coexistir.
Naguará ahora ya ni me llamas, la historia es otra, una ella joven que está detrás de él, lo busca, pero no lo suficiente, me confiesa entre unas birras, no la veo como realmente en serio. ¿Qué es “lo serio”? Le pregunto y es como si él se perdiera más, no sé, me responde, ella me dijo que no se quiere ilusionar, dijo enamorar, fue la palabra que usó, entonces entendí, lo capté bien cuando agregó, me sigue confesando él: sólo quiero cumplir mi fantasía, es decir, sólo quiere hacerlo, se ve fácil, demasiado fácil, me hace pensar en muchas cosas, así no, no funciono, me dice, y yo trato de captar a qué se refiere, de qué manera se desmarca de todo lo pensado, de lo habitualmente vivido e instaurado por el “sentido común”.
He querido dejar las comillas en un intento de advertir que no todo puede ser tal cual, que, en efecto, quizás no tan irónicamente, quien me ha sugerido el título, quienes más bien, fueron ellas, seguramente asombradas o cansadas de que ahora sea común esta conducta del, cómo pudiera decirlo, dejar ser, dejar que “como vaya viniendo vamos viendo” o tal vez no, sencillamente, “no me interesa afrontar la realidad, porque me siento bien así”.
Entonces, el desafío, lo advierto desde el mismo título de esta sección: Soberanías Sexuales. ¿Qué es ser soberano cuando se es interpelado como hombre que “no da la talla”? ¿Qué es “dar la talla”? ¿Será acentuarse, vestirse del tipo de hombre a imagen y semejanza vaya usted a saber de qué o quién? ¿Cuáles son los repertorios morales y conductuales que nos toca seguir a los hombres cuando, por ejemplo, estamos hastiados de patrones que a veces nos exigen más de lo que realmente podemos dar? ¿Por qué no admitir otros principios?
Claro, por supuesto, no se trata aquí del “como vaya viniendo vamos viendo”, no se trata aquí de no “dar su brazo a torcer” –qué imagen más fuerte-. Se trata más bien de que, es cierto, el hombre debe tener iniciativa, siempre y cuando realmente se sienta motivado, la dejadez, el ignorar a la compañera o compañero, según sea el caso, más allá de la atracción físico-erótica, es el síntoma de cualquier fracaso tan emocional como afectiva hacia el otro o la otra.
¿Qué es ser pareja sino ese estar dispuesto, esa posibilidad, de crecer en comunión? Sí, puede sonar romántico, pero el hecho de que se tilde de “princeso” y no de “príncipe” es apenas la borradura, el desplazamiento de una determinación machista de la mujer cristal-consentida a quien todo se le da y a quien hay que cuidar –esto último no es malo, lo malo es invalidarla como agente moral protagonista principal de su propia realización. Entonces eso será también el princeso: la anulación del hombre por él mismo, por su falta de compromiso, por su deseo –a veces inconsciente- de querer ser el centro de atención y el menos responsable del desafío de coexistir.
POR BENJAMÍN EDUARDO MARTÍNEZ HERNÁNDEZ • @pasajero_2
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta