14/09/23. Estoy saliendo con un chico. Un chico con quien me iré a la playa por unos días. Un chico que es medio hippie y le gustan los chamanes, las plantitas y todo lo demás. Un chico al que alcanzaré mañana para llenarme de un poco de Woodstock medicinal, arena y sol. Un chico que tiene una gata.
Como gesto de confianza, mi chico me encomendó su casa para darle vuelta. Y su gata para darle vuelta.
La gatita en cuestion, cuyo nombre me reservo para evitar represalias, es negra con mechitas, muy peluda, medio gordita y a primera vista muy cariñosa. Casi pudiera afirmar que la felinita en cuestión parece una versión mía gatuna. Sólo que yo soy un poco más rellenita.
Cuando nos conocimos, fue amor a primera vista. De inmediato se me montó en las piernas, y tiernamente se dejó acariciar por mí: "¡Una maravilla!", exclamaba mi chico.
Fueron pasando los días. El cariño y confianza de la niña, sorpresivamente iban in crescendo, al punto de sentirme casi cómplice de mi nueva amiga cuadrúpeda. Sus ojos amarillos destilaban amor.
Sin embargo, siguieron pasaron los días. Y parece que la niña como que no me daba más de quince días de gracia para que saliera como corcho de limonada y para siempre de su paraíso terrenal...Su paraíso terrenal.
Un día, la gatita en cuestión se me paró en mis piernas y empezó a arañarme los pantalones. Yo no entendía lo que hacía y me lo tomé con gracia. Mi chico regañó de inmediato a su hija y me explicó lo de sus intentos de arañazos... días después me confesaría los acercamientos territoriales de la gata a su cama cuando yo no estaba. "ESTA CASA ES MÍA, CARAJO" (mascullaría quizás entre maullidos).
Y ahora este fin de semana, este chico, mi chico, me dejó la encomienda de precisamente tomar cuidado de su bebé.
Extrañamente y para sorpresa de mi primera noche, justo al irme a dormir caí enferma: una fiebre de los mil demonios que no me dejó dormir nunca y me hacía delirar. Mientras sufría los 39º o 40º de calor corporal, la niña me miraba fijamente desde una esquina. El gesto de que me mirara tanto lo tomé como una señal de apoyo y solidaridad.
Pasó un día, y la virosis me había dejado tan débil, y para colmo yo tan sola y sin energías, que no pude siquiera osar a pensar en poder pararme de la cama: decidí fallecer por ese día. Ese día, la gata decidió poner cartas en el asunto: "ESTA ES MÍ CASA, OÍSTE?". La gatita ya no respondía a mis llamados para hacerle cariño, y lo que al principio había entendido como un gesto solidario pasó a convertirse en un asunto territorial. Estando yo débil y sin voz, la niña se empezó a montar en la cama. Se montaba en mi barriga como si yo fuera una almohada. Me maullaba "QUÉ TE CREES TÚ, PERRA?". Sus ojitos de amor pasaron a convertirse en amarillo desprecio, y por un momento sentí que si un día terminaba teniendo hijos, mi prole iba a terminar haciendo conmigo lo que les viniera en gana...
Por un momento sentí que no estaba cuidando a una animalita indefensa: me sentí cautiva de una tirana enfurecida, y quizás una protagonista de algún trasnochado cuento de Quiroga. "Querrá matarme?", pensé en uno de mis delirios de fiebre...
A las tres de la madrugada y luego de varios Sinutabs y sábila, mi alma estaba volviendo al cuerpo. La fiebre estaba bajando y nuevamente me estaba sintiendo viva. La gatita, en su apogeo. Ahí empezó lo bueno. Cariñosamente le dije al principio que no se montara. A su papá no le gusta. "PFFFFF CÁLLATE".
Segundo intento: bajarla como podía de la cama. "NO PUEDES CONMIGO"....
TERCER INTENTO: Ya con la sábila subida a la cabeza y el Sinutab haciendo efecto, y cansada de la falta de respeto, de donde pude, de las entrañas, de la arrechera y de mi propia esencia felina-femenina, salió el torrente de viento que antes usaba cuando era contralto en la coral y bastó que me sentara en una pieza, la sacara con la mano y le dijera "!NNNNNNNNNNNNNNNNO! !BÁJATE YA!" En seco.
El amarillo de sus ojos palideció. Se quedó tiesa. Incrédula, intentó apearse de nuevo. "QUE DIJE QUE !NOOOOOO, CARAJO!"
Sin darme cuenta, ejercí el juego biológico natural de la meada de territorio, ancestralmente practicado por todos mis congeneres seres vivos desde que el mundo es mundo. La gatita recibió el mensaje.
Indignada, y a sabiendas que no podía botarme a razguños de la casa, que no podía imponerse sobre mi barriga, recurrió al chantaje emocional: "PODRÁS CUIDARME, PODRÉ COMERME TU COMIDA, PODRÉ CALARME TU PRESENCIA AQUÍ PERO...YA NO TE QUIERO". No me importó. Las siguientes horas fueron de silencio tenso y distancia respetuosa. Tú no me pisas la cola y yo no te piso la tuya.
Al irme al día siguiente le procuré a la niña alimento y agua suficiente para que no muriera de hambre por cinco días de abandono. Traté de hacer las paces con ella antes de irme, para no quedar mal, y al sentarme en el suelo, me miró con algo de desdén pero se acercó en son de tregua: "TE GANASTE MI RESPETO, PERO MOSCA..."
A diferencia de otras ocasiones en casa de este chico, esta vez la gatita no salió a acompañarme a la puerta. Al despedirme ni siquiera volteó a verme. Estaba herida en su ego gatuno, en su ego femenino. Esa mujer universal que defiende con las garras lo que considera suyo y ahuyenta extraños...o extrañas.
Todo este episodio que me evoca a Poe me recuerda también esos domingos aburridos viendo documentales del dispobrery channel (no tengo TV por cable) sobre cómo los zancudos que chupan sangre son las hembras mientras que los machos lo que comen es fruticas, de cómo la mantis religiosa descabeza a su macho luego de la cópula y de cómo al final y en fin, la naturaleza femenina es mil veces más peligrosa, furibunda y agresiva de lo que incluso nosotras mismas creemos.
Personalmente yo, me siento feliz de haber descubierto la gata montesa que habita en mí. Así que extrañas, aléjense.
Miau.
POR MARÍA EUGENIA ACERO • @mariacolomine
ILUTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta