21/11/25. Podemos imaginar un espiral cuyas curvas van descendiendo desde el centro y termina en una amplia circunferencia. Esta estructura podría ser un “plagatox” jalado por el centro hacia arriba o también un mapa de un enorme número de organizaciones; también funciona como una representación de las ansias de poder de muchos individuos o de pequeños grupos que se miran a sí mismos como la puntica en cuya abertura se inserta la base de latón, pero sin tomar en cuenta que la situación descendiente de las curvas terminan pegando a la altura del piso donde descansa la base y que casi siempre se apaga antes de que el tizón cumpla su periplo.
No hay nada más trágico, más dramático, más cómico, más esperpéntico, más peligroso que un ser humano dejando de serlo, distorsionando cualquier cosa que toca para estar en la cima...
El asunto es que esa manía de estar en la cima o encima del prójimo – de por sí un tanto ridícula– adquiere un carácter paradójico en la espiral, ya que pareciera sugerir cierta propensión a la igualdad, pero determinada por una estructura que supera las nobles intenciones de la individualidad o minoría que tiene clavado el latón que sostiene el resto y que será la última en quemarse. Aunque –la verdad sea dicha– el tizón casi nunca llega a completar el recorrido hasta esas alturas.
Quizás por esa posición que dificulta quemarse, es que vemos desde asesinos en serie, buenos en masa, como Netanyahu o Trump, pasando por gerentes de toda calaña, sindicalistas infatuados que actúan en nombre de sus iguales pero con la curva de al lado unos cuantos centímetros más abajo; pasando, también, por parejas en donde él o ella –o él o él, o ella o ella– se desviven por llevar la batuta, hasta llegar a las insólitas batallas imperceptibles por sentarse en la cabecera de una mesa o contra la pared que da a la puerta en un bar o restaurante. En ese mismo orden inusitado, tenemos el delirio por los grandes escritorios; o el deseo irrefrenable por aquellos cuartos que llaman “mi despacho” o los que siempre, sea la circunstancia que sea, van a intervenir en una asamblea, reunión de reflexión, condominio, para dar cuenta de su capacidad de liderazgo, su visión preclara de cualquier asunto, o su inminente ascenso al lugar donde son clavados en la apertura pertinente para sostener al resto de sus ¿semejantes?
El teatro ha retratado esa manía desde que es teatro. Tal vez fue esa tara en la condición humana la que impulsó la creación de este oficio. No hay nada más trágico, más dramático, más cómico, más esperpéntico, más peligroso que un ser humano dejando de serlo, distorsionando cualquier cosa que toca para estar en la cima de un espiral cuya razón de ser es consumirse para espantar a otros.

POR RODOLFO PORRAS • porras.rodolfo@gmail.com
ILUSTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta