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El Camino de Gonzalo

27/11/25.

 

 

Avallamiento

 

 

En el velorio (la funeraria está en El Paraíso; allí me refugié una vez porque unos tipos querían asaltarme en la madrugada. Y eso pasó porque ella, que vivía al lado, no me dejó entrar), repito, en el velorio, estaba Teresa Ovalles, que puso la agenda de Nicolasito (la única que he vendido, doctor) encima de la urna.

 

 

En sus búsquedas espirituales encontró la conexión con ceremonias ancestrales que le dieron paz y alegría. La gratitud y el sosiego fueron sentimientos que colmaron sus ansias. A todo le imprimía la misma pasión y fuerza que hace que los días vengan uno tras otro de manera incansable y terca.

 

 

Entonces escribí: “Chimoteando contigo, te debo el texto de las vallas contaminadas y contaminantes”. 

 

 

“Gonzalo abría los bombillos, los llenaba de pintura y a media noche, se iba con… (Nota del redactor: mantengo el nombre lejos de estas líneas) y combatían la contaminación visual”. Ovalles, periodista guara y gran amiga de Gonzalo, seguía narrándonos, a Esso Álvarez (que movía las cejas sin cesar), a Valentina Vadell (que lloró al día siguiente también) y a un ciclista, sin bicicleta, que mascaba chimó, las aventuras de Gonzalo. Así se narra, diría Earle.

 

 

Las luciérnagas

 

 

Gonzalo, siempre que podía, increpaba: “¿Y tú no vas a decir nada de la contaminación visual que hay en Caracas por el exceso de vallas publicitarias que están en…” Y así, la pregunta se hacía larga, larguísima. Nombraba la autopista esta y aquella, con el nombre de antes o el de ahora. El joven que le dice a los conductores cómo va el tráfico, hoy, o ayer, o en estos días de noviembre de 2025, a través de la radio efe eme (correctora: deje efe eme así, por favor; jodo a la inteligencia artificial), bueno, ese comunicador, todavía, llama a la autopista por el nombre anterior, luego de campañas, un muñeco transitorio; pongo el muñeco, me gusta papá, no me gusta mamá; quito el muñeco, dónde está papá, qué bueno que quitaron esa vaina, mamá. Cuál muñeco, pregunta con ironía opositora aquella mamá, que está esperando que vengan los gringos y que van y que vienen y la idea es que te contamines y no disfrutes tu vaina. Yo me la estoy disfrutando, diría Gonzalo con la boca llena de chimó negro negrísimo llenando el lavamanos, el patio, toda vaina y ella arrecha con Gonzalo y Gonzalo escupiendo chimó por todos lados, feliz y chumao. Bueno, después de todo eso, y de otras guerras de tantas generaciones y un lugar común del periodismo: pare usted de contar, ese chamo viene y dice que la autopista se llama asá. Coño, no vengas tú. 

 

 

Escupitajo.

 

"...Gonzalo escupiendo chimó por todos lados, feliz y chumao."

 

 

Media noche

 

 

Las luciérnagas del yagé, en su momento, alumbraron. Hoy, atacadas con puro músculo, la espiritualidad (ahora reconocida por la ciencia), los ancestros, la forma de lidiar con el cambio climático, que no ha dejado de cambiar; los vómitos, Gonzalo en esta toma, en la otra y en la otra también. Gonzalo en el Putumayo, Gonzalo atendiendo a un taita, de aquellos que tienen pueblo, que llaman.

 

 

Gonzalo atacando vallas a punta de bombillos rellenos de pintura, en una jornada solitaria, implacable. Poder ver la montaña sin tanto anuncio, pero la imagen de Caracas pareciera depender de, y no de quien se supone controla el espacio.

 

 

Ese espacio, no el otro.

 

 

 

"Poder ver la montaña sin tanto anuncio..."

 

 

Con esa luz, no otra, Gerardi, retratero de oficio, retrató ese espacio de Caracas que no tiene vallas sino guacamayas, donde no hay champú que se bata más que los zamuros, visto que donde Diego de Lozada plantó la bandera tal en nombre del rey cual, y la reina, por supuesto, debajo, según dijo hasta el propio presidente de esta república, lo que había era cadáveres de nuestros ancestros indígenas y por eso los zamuros están desde hace tanto rato aquí. Una vez, uno de ellos se metió en un apartamento de Parque Central, donde vive o vivió tanta gente, y han dicho que hay, o había, culebras, caimanes, perros muertos, carros anclados, charcos, zancudo que jode, sonidos irrepetibles. 

 

 

También pusieron unos policías acostados que, al uno comerse la flecha en bicicleta agarrando el volante con tres dedos, uno en el freno, el pulgar donde va, la otra mano con el teléfono que se me perdió y los policías se quedaron en silencio y rodé aparatosamente y me rompí la piel de la rodilla izquierda y Gonzalo, hace unos días, se fue. No hagan eso, como diría el Tío Hate. Si no han visto al tío hate, entonces revisen a quien siguen en Instagram.

 

 

Ovalles, entonces, desde su sonrisa, se compromete: “Dale. Yo te hago esa nota de color”. “¿Qué es una Nota de Color?”, me pregunta una cronista que no sabe que lo es, como tú, que estás leyendo esto por culpa de: “Gonzalo Briceño nació el 27 de enero de 1954. En sus búsquedas espirituales encontró la conexión con ceremonias ancestrales que le dieron paz y alegría. La gratitud y el sosiego fueron sentimientos que colmaron sus ansias. A todo le imprimía la misma pasión y fuerza que hace que los días vengan uno tras otro de manera incansable y terca. Fue un apasionado. Fue tan amoroso y cálido que llenó vacíos que parecen nunca colmarse. Entusiasta chavista, impulsó campañas contra el cigarrillo, contra las vallas publicitarias y en favor del disfrute de los rituales de ayahuasca. Cada día daba un paso hacia sus sueños. Cada día acompañaba a sus amigas y amigos hacia el encuentro con la plenitud del espíritu. Recién ha fallecido, el pasado lunes 17 de noviembre fue al encuentro con chamanes ya idos físicamente y admirados por él. Fue como un duende de bosques ceremoniales. 

 

 

Fue más bueno que la agüita de los ríos”.

 

 

 

 

"...Caracas que no tiene vallas sino guacamayas, donde no hay champú que se bata más que los zamuros, visto que donde Diego de Lozada plantó la bandera..."

 


POR GUSTAVO MÉRIDA • @gusmerida1 

 

FOTOGRAFÍA NATHAN RAMÍREZ • @nathanfoto_art 

#Caminándola #Gonzalo #Crónica

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