10/12/25.- Con frecuencia suelen pensarse los derechos humanos como garantía de paz, incluso como estandarte de sociedades que se llaman así mismas democráticas en la medida en que suponen realizar su propio devenir histórico defendiendo toda una arquitectura jurídica que permite el ordenamiento sociopolítico de sus respectivos poderes.
Sin embargo, como es bien sabido, sobre todo en las últimas décadas de dinámica geopolítica internacional, la defensa universal de los derechos humanos ha servido para ocultar ideológica y fácticamente las más aberrantes formas de control, incluyendo el del dominio biopolítico, como por ejemplo ha sucedido en tiempos de pandemias.
No está de más recordar aquí la manera en que finalizada la Segunda Guerra Mundial, el “orden social mundial”, fue fundamentalmente una forma refinada de sentar los fundamentos de un sistema de vigilancia e imposición de mecanismos de control por parte de las grandes potencias, en detrimento de las diferencias culturales de cualquier comunidad, nación y país, borrando en consecuencia cualquier posibilidad de administración tradicional de justicia que haya brotado desde los referentes de una cultura determinada.
Hablar de derechos humanos, en consecuencia, significa atravesar críticamente la manera en que estos se han desplegado como dispositivo de control y sobre todo, considerar el contexto y la forma de cómo nacieron, qué personajes y en qué momento los redactaron, más allá del espíritu que pudo haber impregnado supuestas determinaciones globales y humanas.
No queremos decir con esto que tales derechos no sean necesarios para la fundamentación de la convivencia intercultural, ni mucho menos que una declaración a manera de principios articulados como lo es la de los derechos humanos, no sirva como brújula orientadora en el trato hacia los diferentes que somos como parte de una misma especie planetaria en comunión con otras, sino que es necesario advertir su uso político-militar, es decir, colonial, lo cual efectivamente como está más que demostrado, va en contra de cualquier posibilidad real de la defensa de la vida.
Ante la circunstancia de crisis civilizatoria que venimos atravesando, debemos reconocer que el uso hipócrita de los derechos humanos se ha convertido en una pésima ficción, una mala caricatura que en nada responde a las necesidades reales de salvaguarda de la vida, de las culturas donde esta tiene lugar y de las personas que la hacen posible.
Así vistos, el uso político de los derechos humanos en la actualidad no es más que la cáscara de una narrativa que impide el reconocimiento y comprensión de lo que somos como habitantes y hacedores, valga la redundancia, de humanidad.
Ante esta inobjetable realidad, no queda sino comprometernos día a día con la defensa del bien común, es decir, de la vida, en todas sus manifestaciones, y de la libertad que posee cada persona a autodeterminarse, a asumir si lo desea, la religión que le guste, a asociarse libremente, y en fin, a ser. Consideramos que sólo así una declaración como la de los derechos humanos podrá tener sentido.
Benjamín Eduardo Martínez Hernández
@pasajero_2