12/04/23. Con la pandemia, todo el asunto del amor arrebatado en medio de las más duras restricciones de la historia, lo que hizo fue avivar las llamas del indelicado tránsito hacia las más vanas formas del erotismo, normalizando la búsqueda desesperada, por vía analógica y digital, de esa persona ideal (o no) para romantizar los instintos.
Desde una óptica más política, enamorarse es la sobrevaloración ingenua de la alienación. Esa manera descarnada de tramitar los sentimientos es un salto seguro hacia la pérdida de los sentidos y la voluntad, depositando fe ciega en los aspectos gregarios de la especie.
Pero qué sabroso es enamorarse y caer en las trampas del amor, vivir amarrados a las ilusiones y la inmovilización, perder el sentido y la individualidad.
Nos hemos enamorado mil veces y lo volveremos a hacer. Es una predisposición innata a coleccionar corazones rotos, remendar historias desmembradas, zurcir abstracciones de la razón hasta descubrirnos acaramelados, recorriendo universos paralelos donde todo es frívolo y pasional y la lógica pierde el sentido.
¿Qué será de nosotros en el mañana? Es, quizás, la inquietud más recurrente que recogen analistas y pensadores, como el filósofo y profesor universitario Carlos Ortiz, quien trata de responder así al resbaladizo tema: “Muchos memes, videos, audios, cadenas, algunos incluso de forma muy explícita llaman a revisar la manera en que entendemos la vida y el modo en que nos comportamos con nuestro prójimo y con el planeta.
Ese énfasis en el cómo estamos actuando es muy importante, porque lo más probable es que la vida no tenga sentido, sino que estemos en la Tierra para dárselo. Entonces, es imperioso que tomemos conciencia del impacto de nuestros actos, que reflexionemos acerca de hacia dónde nos llevan. El sentido de la vida es vivir sin perderla, sin que se nos pierda”.
Es, en resumen, una perspectiva de ida y vuelta: vivir la vida no como uno la vivió, “sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”; o vivirla en medio de las decepciones, lo que incluye el amor contrariado. Enseñanzas fundamentales de ese gran histrión de la memoria y el olvido que fue Gabriel García Márquez.
En medio del caos que admite la superposición de todos los mensajes acumulados en red, asistimos a la precariedad de la existencia que se fractura tanto en lo imaginario como en lo fáctico. Un día éramos “libres” y “felices” (antes de marzo de 2020), y al otro transitábamos asustados un camino empedrado de pequeños milagros, como el mismo hecho de estar vivos. Mientras, nos enamoramos y nos dejamos de querer, nos ilusionamos y nos decepcionamos, en una dialéctica inagotable que no ha hecho sino confirmar que estamos hechos de contradicciones. Mientras, seguimos siendo remiendo, dispuestos a no dejar de amar.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
ILUTRACIÓN ASTRID ARNAUDE • @loloentinta