04/05/23. Esta es una de las historias más conmovedoras que me ha tocado contar. A William Ochoa lo vimos por televisión recibir su Premio Nacional de Cultura 2021-2022, mención honorífica, el martes 11 de abril pasado en medio de una algarabía de guapachoso que, por lo menos, nos hizo sonreír. No imaginamos que una semana después, en su propio feudo, La Vega, casi nos haría llorar.
William es un portento que habla hasta por los codos. Por eso mismo, suponemos, arrastra ese liderazgo natural que hace que la gente se detenga a abrazarlo en medio del bulevar de La Vega, no solo porque su parranda arriba a cincuenta años de resistencia cultural en el barrio, sino por un reconocimiento más que merecido, a decir de todo el que se fundía con un apretón entusiasta sobre su morena humanidad.
Promotor cultural y deportivo, luchador social, patrimonio viviente de la ciudad y de la nación, William vivió en persona los prodigios de un milagro: su hijo, aún bebé, se salvó de morir envenenado. Carajito travieso, como cualquiera, su muchacho se empinó un frasco de Easy off suponiendo que era un tetero, y al llevarlo al hospital Pérez Carreño el anuncio terminante del médico fue que se dispusieran a esperar el desenlace fatal. La fe es lo último que se pierde en ese tránsito tan urgente, y él, hijo del proletariado y del cimarronaje, de una familia que migró desde Ocumare de la Costa para radicarse en las márgenes de la capital, se encomendó a San Juan que es a quien se le reza en medio de las causas difíciles.
El chamo se salvó, y aquel acontecimiento maravilloso lo llevó a comprometerse aún más con la devoción por una deidad a la que poco a poco fue descubriendo, y de la que se hizo inseparable al punto de estar próximo a soplarle cincuenta velitas, este 24 de junio junto a los suyos, unos cofrades tan unidos que entre ellos mismos se llaman “herman@s”.
Promotor cultural y deportivo, luchador social, patrimonio viviente de la ciudad y de la nación, William vivió en persona los prodigios de un milagro
Pero los caminos del señor son misteriosos y muchas veces inexplicables. Años después de aquel suceso casi mortal, su hijo, ya con diecisiete años, fue envestido una vez más por el infortunio y en plena apoteosis del repique de San Juan, el 5 de junio de 1999, cayó abatido por las balas ponzoñosas del hampa que dieron contra su humanidad por una afrenta insignificante mientras capitaneaba a su parranda. Sus últimas palabras, al oído del abrumado padre que esta vez no llegó a tiempo para salvarlo del filo de los abismos, fueron: “Escúchame: pase lo que pase no vayas a parar las fiestas del San Juan, sigue trabajando con los muchachos del barrio”.
Todos los sanjuanes en uno
¿Cómo se sobrevive emocionalmente a aquello? Quién sabe, pero algo deben conocer este señor y su gente, que lo que destilan es alegría de vivir. Su San Juan Bautista sigue, impasible, y cada junio en la calle 7 de Septiembre del barrio El Carmen de la parroquia La Vega, recibe a propios y a extraños en una celebración multitudinaria que viste de colores la epidermis ceniza de una comunidad que ha luchado contra todas las amenazas, incluso la del tristemente célebre “Coqui” que atenazó de miedo a los habitantes de esa populosa comunidad al centro-oeste de la ciudad, por más que los parranderos casi siempre han sido intocables.
Preparan la fiesta con todo, y la encomienda la siguen a rajatabla Juan Carlos Ayala “El cubano”, encargado de poner la calle bonita; Mailín Blanco, la segunda capitana, arreando el orden y la organización; Adán Hernández dispuesto a capitanear, y todo el que va llegando -de los más de ochenta miembros- a arrimar el hombro a una jornada que arranca con el repique, el primer sábado de junio exactamente a las doce del mediodía, y remata el 23, 24 y 25 con el inconfundible encierro, la procesión y la parranda en sí.
Llegar a este extremo de la historia tampoco ha sido sencillo. Se trata de un camino evidentemente tortuoso, pero también lleno de investigación y gozo en el que William ha custodiado al santo, mientras Josefina Rivas, recientemente fallecida, por más de cuarenta años lo vistió.
Cuenta que la principal característica de su San Juan es haber logrado una síntesis de varias expresiones de la manifestación -Patrimonio Inmaterial de la Humanidad según la Unesco- como las celebradas en la costas aragüeña y guaireña y en distintas comunidades de Barlovento. Quien escucha sus toques y cantos, reconoce sonoridades lejanas y variopintas de la inmensa cartografía mestiza del país.
Preparan la fiesta con todo, y la encomienda la siguen a rajatabla...
Aún más. Es posible, cuenta Ochoa, que todo haya tenido origen en la mismísima Hacienda La Vega de donde salió una negra manumisa, de nombre Damiana Liendo, hacia las lejanas tierras de Chuao con un San Juan que puso a festejar también por allá en los días en que la fiesta al Bautista fue restringida en Caracas, donde ya en el siglo XVIII se le agasajaba a través de la hermandad de San Juan Bautista de la ermita de San Mauricio, como lo recoge el libro “Corpus Christi y San Juan Bautista, dos manifestaciones rituales en la comunidad afrovenezolana de Chuao”, de Carmén Elena Alemán.
La república cultural de La Vega
“Del año 69 al 73 comenzamos un trabajo, enamorados de lo que hacían los viejos del barrio, los que parrandeaban en diciembre, celebraban velorio de cruz y en cualquier fecha patria tenían una celebración. Cinco nos montamos en lo de la fiesta. Comenzamos con una estampita que Ramón Palma montó en una base protegida por un cuadrito de vidrio. Salíamos con nuestro santo y tocábamos con unos tambores de gaita, uno de parranda y una tumbadora, porque no teníamos más. Cuando le empezamos a mostrar a la gente lo que estábamos intentando nos dijeron que muy bonito pero que eso no se hacía así. Eso nos obligó a investigar y preguntar cómo era la cosa, hasta que definitivamente decidimos irnos a Barlovento, Chuspa y La Sabana donde conseguimos los tambores, el mina, y comenzamos a aprender”. Así fue la gesta inaugural dice William.
Cumacos, guaruras, minas, laures, fulías, sangueos, perras, Aragua, San Millán, suenan con un ritmo desenfrenado que repasa nuestra herencia afro, mientras el santo sale desde La Veguita hasta su capilla en El Carmen bailado por sus condiscípulos, a su vez arropados por la multitud. Se instala sobre un altar austero los primeros días de junio para el anuncio de las fiestas, hasta convertirse en un altar de grandes dimensiones del 23 al 25.
Cumacos, guaruras, minas, laures, fulías, sangueos, perras, Aragua, San Millán, suenan con un ritmo desenfrenado que repasa nuestra herencia afro...
Con él caminan en peregrinación los sanados milagrosamente, los convertidos y esperanzados, los bochincheros y emparrandados, tradicionalistas y cultores, y todo un séquito de seguidores foráneos y vecinos que encuentran en la manifestación no solo una oportunidad para el reencuentro y la reafirmación identitaria de la comunidad, sino una manera de expresarse culturalmente a través de una memoria que se transmite de generación en generación.
Además de la Sociedad y la Cofradía para proteger y celebrar al santo, pertenecen a una organización comunitaria llamada Centro de Desarrollo de las Manifestaciones Populares y Tradicionales (Credemat), con distintos frentes de acción en la comunidad que involucra lo cultural, formativo y deportivo y que tiene como uno de sus epicentros el Teatro Alí Gómez García, antes conocido como Pequeño Teatro de La Vega.
También festejan con mucho empuje a la Santísima Cruz de Mayo, y uno de los grandes encuentros de santos negros del país se celebra en La Vega, gracias a su organización, con la reunión de cultores originarios de todas las comunidades afrodescendientes del país que aportan a San Benito, San Antonio, San Pedro, San Pascual Bailón, Corpus Christi, Santa Ifigenia, La Candelaria y claro, San Juan Bautista.
Para los cincuenta años, prevén adornar con arcos coloridos de metal desde La Veguita pasando por El Carmen y siguiendo hacia Los Paraparos, Los Cujicitos y parte de la calle Independencia, respetando las buenas prácticas culturales valoradas por la patrimonialización de la Unesco. Van a inaugurar la iglesia de los Santos Negros con sus propias imágenes, lo que los convertirá en pioneros en el mundo, así como la plaza del cultor y la primera concha acústica metida en un barrio.
Hoy, cuando esos vegueños hablan de la ciudad, la nombran desde su distante magnitud: “voy a Caracas” al referirse a una sencilla operación que cumplen tomando un autobusito en La India para desplazarse pocos kilómetros. Una distancia impuesta por fronteras imaginarias que ellos trascienden con voz de pueblo hasta autocalificarse, incluso, como la “república cultural de La Vega”, lo que nos hace entender cómo es que ningún fuero criminal, ni hampa ni trampa, podrá despojarles su arraigo.
POR MARLON ZAMBRANO • @zar_lon
FOTOGRAFÍAS ALEXIS DENIZ • @denizfotografia